Dominical. Memoria de la isla.

Ibiza, la isla que "podemos y debemos salvar"

Hace unos días vi el documental ‘Ibiza entre palabras, versos y canciones’. Me ha emocionado y me ha hecho pensar

Es Vedrà desde los acantilados de Cala d’Hort.

Es Vedrà desde los acantilados de Cala d’Hort. / J.A. Riera

En esta ‘Memoria de la isla’ del Diario de Ibiza que nos permite encontrarnos, recalamos siempre en los tiempos que recordamos, la Ibiza que aún nos identifica y reconocemos. Y puede dar la impresión, —a mí me la da—, de que casi siempre hablamos en pretérito perfecto de nuestro pasado, un tiempo y un lugar que idealizamos porque crecimos en él y sigue siendo nuestro particular paraíso. Tal vez sea inevitable que, quienes conocimos Ibiza en los años 50 y 60 veamos en ella la Arcadia que describen también los viajeros que en los 30 y 40 llegaban a una isla todavía preturística, un lugar y un tiempo que, para ser objetivos, deberíamos conjugar en pretérito imperfecto.La isla era pobre y la vida precaria en muchos aspectos. Lo que no significa que sus gentes no fueran felices. Lo eran, mayoritariamente, por una conquista de siglos, su autosuficiencia, el saber valerse y disfrutar de lo que tenían, sin castigarse por lo que no tenían.

Después, sin embargo, según han pasado los años, hemos sido testigos y protagonistas de un cambio brutal. El turismo nos cambió la isla y también la vida. Bien está. La cuestión es si no hemos pagado por ello un precio excesivo. La ingenuidad de quien, de un día para otro, se vio favorecido por la fortuna, se trocó en ambición y en este invertebrado ahora que tenemos. Disfrutamos de más comodidades y vivimos mejor, pero no todos. Porcentualmente, hoy tenemos más pobres que ayer. Y no estoy seguro de que seamos más felices que nuestros padres y nuestros abuelos. Sea o no así, se nos han ido demasiadas cosas por el tubo de desagüe. Como dice una de nuestras viejas canciones, «Sa nostra ciudat d’Eivissa, és una ciutat reial, que en tot temps s’hi cuien figues, sense haver-hi figueral». La cantaban hace cuarenta años los componentes del grupo UC, pero la letra venía de muy atrás; la habían escrito cien años antes quienes entonces ya veían, aunque fuera en un contexto distinto, una pérdida de identidad que ya era palpable: «Eivissa ja no és Eivissa», decían. Y con más motivos lo decimos hoy.

Y aunque de nada sirvan ahora nostálgicas jeremiadas, vamos mal si perdemos la memoria cuando sólo somos lo que recordamos, cuando el pasado nos identifica y en él están las raíces del árbol que nos da cobijo y que, sin atención, hemos dejado crecer asilvestrado. Podarlo y reconducir su crecimiento no le vendría mal. Sin perder el pasado, pero desde el presente, desde la Ibiza que tenemos. En alguna ocasión, en estas mismas páginas ya hemos hablado de la retro-progresión que Pániker defendía, aconsejándonos avanzar desde el origen, avanzar sin perder la identidad, avanzar a partir de una memoria y un ahora, sabiendo, eso sí, qué isla queremos. Una Ibiza que en ningún caso puede ser la impostada que vendemos al turista.

Hace unos días, tuve la suerte de poder visionar el documental Ibiza entre palabras, versos y canciones, del que es autora Eva Santamaría. Me ha emocionado y me ha hecho pensar. Nos habla en presente de lo que todavía tenemos y, más que recrearse en la busca de un tiempo perdido, incide en la isla que podemos y debemos salvar, en la Ibiza esencial y única que se ha preservado y que, a pesar de los cambios, retiene aún sus señas de identidad. En la lengua. En el territorio. En su historia. En sus tradiciones. En su cultura plural y también en sus gentes. Hay una circunstancia, sin embargo, que en esta búsqueda de lo que es auténtico en la isla debería preocuparnos y que nos vendría bien reconocer, aunque nos incomode. Me refiero al hecho de que la mayor parte de las iniciativas que valoran y defienden lo que Ibiza es, paradójicamente, nos han venido casi siempre de fuera. Su relación sería demasiado larga. Desde el Archiduque y los primeros viajeros que fueron llegando a principios del siglo pasado, hemos tenido una dilatada procesión de escritores, poetas, pintores, fotógrafos, arquitectos, artesanos, etc., que nos han dejado su huella y un unánime aviso: «¡Mirad lo que tenéis! ¡Es único! ¡Cuidadlo!». Pienso en Sert, en Hausmann, en Broner, en Colinas y en tantos otros.

Deriva desnortada

Todos ellos nos han advertido sobre la deriva desnortada que la isla podía tener y luego ha tenido. Es comprensible -pero sólo hasta cierto punto- que durante un tiempo no hayamos valorado lo propio. Pienso en los fumadores que encerrados en una habitación no perciben el humo que provocan y que ni tan siquiera les moleta. Sin que sirva de pretexto, es en parte lo que nos ha sucedido a nosotros. Lo familiar, lo cotidiano, lo que veíamos cada día, no nos llamaba la atención, no suponía novedad ni descubrimiento. Pero quien viene de fuera se sorprende, lo admira y se deshace en elogios. Todo lo que ve tiene autenticidad, es diferente, es único. El payés construía una casa que luego, como arquetipo, admiraban las arquitecturas de vanguardia. Le Corbusier les enseñaba nuestras casas a sus alumnos, casas que a nosotros, desde dentro, no nos llamaban la atención. Y lo mismo ocurría con otros muchos aspectos de nuestra cultura y nuestro patrimonio. Los fotógrafos se volvían locos recogiendo estampas de todo lo que veían, un mundo que, después, gracias a ellos, hemos ido reconociendo nosotros. Me pregunto qué se ha hecho de los más de doscientos reportajes que nos dejó Josep Mª Bassols, con casi mil horas de filmación. Me pregunto si no deberían visionarse en las escuelas, revisitarlos en IB3 y recuperarlos en exposiciones. Ahora tenemos otra formidable aportación en el documental que al principio mentaba de Eva Santamaría, Ibiza entre palabras, versos y canciones. Una vez más, desde fuera, nos hacen un precioso regalo que nos abre los ojos. Un trabajo que se merece y al que le deseo el mejor de los recorridos.

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