Imaginario de Ibiza: Los paisajes ibicencos que se van

Aunque los campos verdes y floridos retornarán cuando regresen las lluvias, y los campesinos podrán cultivar de nuevo los bancales fértiles de los valles, la sequía ha difuminado por completo la visión primaveral que cubría la isla al iniciarse a temporada turística. Tal vez de manera inconsciente, ese vigor del paisaje nos ayudaba a afrontar el verano con mejor ánimo y vitalidad

Fardos de paja en Eivissa.

Fardos de paja en Eivissa. / X.P

Xescu Prats

Xescu Prats

«Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella. De eso se trata la tormenta». (Haruki Murakami).

Antaño todas las casas payesas tenían una amplia era y sobre ella era frecuente que hubiese un hermoso pajar, que proporcionaba lecho y alimento al ganado, y a menudo ejercía como lugar de juegos para los niños de la finca. Cuando la cosecha del cereal se mecanizó, los campos, ya trillada la avena, el trigo o la cebada, amanecieron salpicados de balas de paja, que primero tenían forma cúbica y después evolucionaron a cilíndrica, incrementando su volumen. Hasta entonces, lo habitual era trasladar las pacas en el remolque del tractor hasta un cobertizo, donde quedaban almacenadas a salvo de la humedad para ir consumiéndolas a lo largo del año.

Hoy, la imagen de la fotografía, como tantos paisajes de la isla, ya prácticamente no existe. Los cultivos de cereal constituyen una quimera frente a la sequía que asola el suelo ibicenco y los escasos campesinos que se han atrevido a plantar sus semillas han visto cómo los brotes morían por deshidratación. Las balas de paja que se consumen en las Pitiusas, de hecho, han acabado llegando mayoritariamente de la península a bordo de contenedores, al no producirse la cantidad necesaria para atender a toda la cabaña de ganado, tal y como ocurre con la práctica totalidad de los productos del campo y cualquier otro bien de consumo.

Trampa mortal

Al igual que los olivos ornamentales, los fardos de paja de importación se han erigido en una trampa mortal que amenaza gravemente la biodiversidad isleña, al trasladar en su interior culebras de herradura y otras serpientes en estado de hibernación que, aunque de momento no son peligrosas para el hombre, están aniquilando a pasos acelerados la población de lagartijas, que son endémicas, e infestando los campos y los bosques. Los ofidios constituyen la mejor metáfora de cómo la globalización acaba afectando a la biodiversidad local, pudiendo llegar a transformarla y a eliminar especies de alto valor biológico por el camino.

No cabe duda de que en algún momento volverán las precipitaciones y el tiempo se estabilizará, aunque la tendencia a que el clima empeore progresivamente es una constante desde hace muchas décadas. Las plantaciones de cereales, llegado ese instante, proliferarán de nuevo en nuestros paisajes y volveremos contemplar pacas desde la orilla de los caminos.

Otros paisajes, sin embargo, ya no podrán reproducirse. El tono turquesa intenso y eléctrico, característico de las playas a lo largo de todo el año, ya sólo lo disfrutamos con la calma de la temporada baja, excepto en esas orillas abiertas como, por ejemplo, la de Platges de Comte, donde la corriente remueve profusamente el mar manteniéndolo limpio. En otros lugares, la microalga, la contaminación y la saturación humana ha acabado apagando el fulgor de unos horizontes que antes siempre eran deslumbrantes y en algunos casos incluso los ha convertido en auténticos cenagales.

Hasta los pinos sufren

Los efectos de la sequía son tan visibles que ya no sólo afectan al campo, sino al verdor de los montes que caracterizan el paisaje ibicenco. La resistencia de los pinos este invierno parece haber tocado techo y en sus copas se observan ramilletes de ramas secas, que no han podido soportar la dureza del invierno. Un gran número de almendros, asimismo, han muerto, condenando a sus troncos a quedar para siempre desnudos. Efectivamente, parte del paisaje volverá cuando la lluvia regrese, pero no todo. 

La versión paradisíaca de Ibiza ya sólo la vivimos en invierno y este año la ausencia de lluvias incluso ha apagado ese verdor de los campos que nos maravillaba cada mañana, al asomarnos por la ventana, aunque fuera con la mera contemplación de un campo asilvestrado, cubierto de flores y hierba.

Iniciamos una nueva temporada turística con la sensación de que este invierno la naturaleza no se ha reconciliado con nosotros, ni nosotros con ella. El largo y cálido verano probablemente acabe resultando más arduo que nunca, una verdadera travesía del desierto.

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