Imaginario de Ibiza | El martell y su mirador a la inversa

El derribo de la vieja estación marítima en 2016 supuso la transformación de este cuadrilátero ganado al mar en una auténtica plaza, a la que ir a pasear y a contemplar los baluartes de Dalt Vila desde su graderío, que, a pesar de su ubicación, da la espalda al mar

Vistas desde la 
cubierta de la plaza. x.p.

Vistas desde la cubierta de la plaza. x.p. / xescu prats

Xescu Prats

Xescu Prats

Pide que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas de verano en que llegues, ¡con qué placer y alegría!, a puertos antes nunca vistos

Konstantínos Kaváfis

En verano, el puerto de Ibiza, y más específicamente la plaza de es Martell, se transforma en un desfile de envidias y vanidades. Por un lado, los potentados en sus megayates, degustando cócteles de punta en blanco sobre esas terrazas elevadas, indiferentes al estrépito y el cotilleo desenfrenado de la muchedumbre que escudriña sus gestos y el lujo de sus embarcaciones, desde la tierra firme de los muelles.

Niños que corretean entre el gentío hasta que se les cae el helado que sostienen y se echan a bramar. Adultos que apuntan con el dedo, sin disimulos, hacia esos personajes irreales, bronceados y de sonrisa fulgurante, que se apostan junto a las barandillas relucientes. Camareros que van y vienen del interior de las naves transportando un festín en sus bandejas. Pandillas de jóvenes estupefactos ante el despliegue de riqueza amarrada a los norays, con ferraris y rolls royces estacionados a pie de barco, helicópteros sobre las cubiertas y barrocos salones con arañas de cristal tras las impolutas vidrieras como complemento.

Al llegar la temporada, algunos evitamos el puerto por la vergüenza ajena que produce este brutal contraste de clases sociales, como cuando colisionan las corrientes en es Freus y puedes ver su frontera móvil y temblorosa en la superficie del agua, con una tonalidad distinta a cada lado por su repelencia a mezclarse. Cada una de las veces que he asistido a este espectáculo, me he preguntado si los acaudalados propietarios de estas embarcaciones y sus supuestamente privilegiados invitados no se sienten protagonistas de un zoológico, ocupando el sitio de las fieras tras los barrotes, mientras el público les observa con asombrosa impudicia, como si fueran animales salvajes, carentes de alma.

Dejando al margen esta fauna, es de justicia reconocer la extraordinaria mejora arquitectónica registrada por el martillo desde que fuera derribada la vieja estación marítima, que, exenta del menor garbo estético, había ido evolucionando a base de apéndices aquí y allá, esbozando un engendro que depreciaba unos andenes portuarios que siempre habían conformado la esencia de la Ibiza más auténtica, marinera e histórica. Aunque en nuestras juventudes alguna vez acudimos al Blues Harbour, el amplio pub que ocupó la planta de arriba durante años, el edificio mantenía una atmósfera desangelada y un mal fario atrapado en sus paredes, que a algunos nos empujaba a buscar refugio en cualquier otro lugar de la Marina.

Cuando por fin fue derribado el triste mamotreto, que alcanzaba una altura real de tres plantas, y fue sustituido por el edificio actual, de solo una discreta planta, es Martell por fin adoptó el papel de plaza, un lugar al que acudir a pasear en invierno, exento de fauna, a admirar las idas y venidas de las llaüts y las barcas de arrastre de la Cofradía, el trasiego de las lanchas y veleros del Club Náutico, o las maniobras de los cargueros al otro lado de la bahía. O sencillamente apostarse en sus gradas, que ascienden escalonadamente hasta la cubierta, incorporando un inédito mirador inverso a la bahía. Siempre me han parecido insólito su renuncia al mar que nos rodea, para conformar un observatorio de los baluartes de Dalt Vila y el ramillete de edificios históricos que éstos abrazan.

Observadores y observados

Probablemente nunca sabremos si el arquitecto que planeó la estructura del edificio de la plaza de es Martell pretendió este efecto de manera voluntaria, pero la posibilidad que tienen los viandantes de ascender hasta su cubierta, situándose a la misma altura que los huéspedes de las lujosas embarcaciones apostadas en la ribera, supone una insólita vía de democratización. De alguna forma corrige, a través de la elevación y el cambio de perspectiva, la distancia social que separa a observadores y observados.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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