Así fue el asedio cristiano a la Yabisa musulmana que cambió la historia de Ibiza

«Cristianos: mañana con las primeras luces del alba entraréis en la fortaleza y facilitaréis el acceso al resto de la hueste. Habéis sido escogidos entre mis mejores hombres para llevar a cabo esta misión. Nada debéis temer. La Virgen María Nuestra Señora de las Nieves os protegerá. La Cristiandad confía en vosotros» (7 de agosto de 1235)

La guerra en la Edad Media.Asedios y batallas campales | J.M. PRATS

La guerra en la Edad Media.Asedios y batallas campales | J.M. PRATS / José M. Prats

José M. Prats

Con estas palabras es muy probable que Guillem de Montgrí, arzobispo electo de Tarragona y comandante en jefe de la operación, se dirigiera a sus monjes soldado al finalizar la misa previa al asalto a la muralla de Yabîsa, la noche del siete al ocho de agosto de 1235.

Para ellos era un gran honor ser los primeros en arremeter contra la cerca exterior de la fortaleza. Sabían que corrían un enorme riesgo de caer en combate. No les importaba. Habían consagrado su vida a Dios y a la Cristiandad. Para algunos aquel sería su último amanecer.

La fecha del 8 de agosto de 1235 es uno de los grandes hitos de la Historia de nuestras islas. Sabemos muy poco acerca de la operación militar que llevaron a cabo las huestes cristianas para tomar la fortaleza de Madina Yabîsa y hacerse con el control de las islas Pitiusas. El Llibre dels Feits, cuya redacción se atribuye al propio rey Jaime I, apenas le dedica un párrafo. Es cierto que disponemos de las crónicas del padre Cayetano de Mallorca y del dominico ibicenco Fra Vicente Nicolau, pero están hechas muchos años más tarde, y tampoco la describen de forma completa.

Afortunadamente, tenemos información de primera mano sobre cómo se llevaron a cabo las conquistas de Mallorca y la de la ciudad de Valencia. También contamos con las investigaciones de destacados historiadores ibicencos de nuestros días. Y numerosos libros de historia militar, en donde se explica cómo se hacía la guerra en la Edad Media. Por ello, es posible que nuestros conquistadores hicieran algo muy parecido a lo que aquí se narra.

La guerra en la Edad Media. Asedios y batallas campales

La guerra en la Edad Media consistía en una sucesión de asedios acompañados de escaramuzas y devastaciones a las que se añadían sangrientas, pero poco frecuentes, batallas campales. Eran los asedios a las ciudades y sus fortalezas los que constituían las mayores operaciones militares de ese período, porque eran los centros de poder político, económico y militar de cada territorio. Por ese motivo la guerra de asedio ocupó un papel fundamental en la estrategia de cualquier campaña militar.

¿Rendir la ciudad por hambrepor la fuerza de las armas?   | J.M. PRATS

Castillo de Ibiza. / José M. Prats

Desembarco y primeros objetivos tácticos en tierra

Normalmente las operaciones militares se ejecutan por fases. La primera fue el asalto a la costa. No se sabe exactamente en qué lugar de la isla desembarcaron las huestes, pero los historiadores ibicencos sospechan que fue en la playa de ses Figueretes. La aproximación a la playa debió de hacerse de noche, al objeto de conseguir el efecto sorpresa, para luego iniciar el asalto con las primeras luces del amanecer.

Los primeros objetivos militares de nivel táctico fueron, sin duda, asegurar una cabeza de playa en ses Figueretes para poder continuar con el desembarco y, al mismo tiempo, tomar posiciones en es Puig des Molins para estar en disposición de responder a un posible contraataque por parte de la caballería ligera almohade. El desembarco se produjo sin oposición. El xeic decidió no enfrentarse en campo abierto. Era demasiado arriesgado, pues hubiera podido suponer la pérdida de un considerable número de soldados profesionales sarracenos, que luego serían imprescindibles para la defensa de la fortaleza.

Toma del puerto, entrada de naos, establecimiento del campamento y consolidación de posiciones

A continuación, los objetivos tácticos de la siguiente fase fueron: cortar las vías de entrada y salida a la ciudad, establecer posiciones frente a las distintas puertas del recinto amurallado para evitar contraataques, y tomar el puerto, para que las naos que transportaban al resto de las huestes, el material de guerra y la logística pudieran desembarcar con seguridad.

Se estima que desembarcaron un total de 1.500 personas, entre caballeros y peones. La logística debió ser una de las mayores preocupaciones. Fue necesario transportar y desembarcar caballos de batalla, mulas de carga, armas ligeras y pesadas, arietes, manteletes y otros dispositivos para la protección contra las flechas y otros proyectiles disparados desde los muros de la ciudad, material para fabricar escalas y torres de asalto, máquinas lanza piedras, grandes ballestas, dardos… A ello había que sumar las tiendas de campaña, ropas de abrigo, marmitas para cocinar… Pero sobre todo agua y alimentos para las personas y los animales.

Finalizado el desembarco, el ejército cristiano comenzó a montar el campamento. Desde el punto de vista militar, lo más lógico es pensar que las huestes cristianas montaran su campamento en una zona elevada, con buena visibilidad sobre la ciudad y fuera del alcance de las grandes y potentes ballestas de torno musulmanas, los jarkh, capaces de lanzar una flecha de metal de medio kilo a una distancia de novecientos metros. Nos referimos al monte de es Puig des Molins y al área que actualmente ocupa la calle Lucio Oculacio, la plaza del Mirador de Dalt Vila, el observatorio astronómico y el hotel Cenit. Su extensión ocupaba también la ladera que desciende hacia la costa, al que una leyenda dio el nombre de es Camp de la traïció.

Entrando en la Muralla.

Entrando en la Muralla. / Ilustración de Ángel García Pinto

Equipos de peones especializados, equivalentes a lo que en la actualidad es el Arma de Ingenieros del Ejército, iniciarían las obras para la defensa y protección de las huestes cristianas: levantamiento de empalizadas, abertura de zanjas, instalación de parapetos y manteletes, preparación del terreno para montar las máquinas lanzapiedras y sus sistemas de protección… Y también las obras necesarias para la vida diaria de las huestes: instalación de cocinas, construcción de letrinas...

Cabalgadas selectivas. Captura de los líderes de los clanes musulmanes

Al mismo tiempo, la caballería cristiana organizaría patrullas hacia el interior de la isla para capturar a los líderes de los clanes familiares musulmanes. Por supuesto, todas las casas serían saqueadas en busca de oro, alhajas y objetos de valor. Hacía falta conseguir botín para contribuir a la financiación de la campaña militar.

Se realizarían también cabalgadas selectivas en las alquerías y rafales del campo; esto es, se permitió que los labradores musulmanes siguieran cultivando en las tierras y solo se requisó parte del ganado. El objetivo era preservar la cosecha con la que abastecer a las huestes cuando lo necesitaran durante el tiempo que duraran las operaciones de asedio.

Intento de negociación. Ultimátum a los defensores

El siguiente hito en el desarrollo de la operación de conquista tenía que ser el asalto a los muros de Madina Yabîsa. La fortificación estaba constituida por un recinto amurallado central formado por un castillo y una almudaina, rodeado a su vez por otras dos murallas o cercas y un foso, que daban protección al resto de casas y edificios, más o menos dispuestas formando tres círculos como aparece en la ilustración. La segunda cerca dividia a la ciudad en dos mitades: vila mitjana y vila inferior. Fuera del recinto había un arrabal. Pero el asalto a una fortaleza con un sistema defensivo fuerte como era el caso de Yabîsa era una tarea muy complicada.

Había varias formas de hacer caer una fortaleza: a través de una salida negociada, rindiéndola por hambre, capturándola por sorpresa, por medio de una traición, mediante un asalto por fuerza y saturación de las defensas, o efectuando un asedio en toda regla. Cada una de estas opciones contaba con una serie de ventajas y de inconvenientes a su favor y en contra, que la hacían especialmente útil bajo determinadas circunstancias.

El primer intento se realizaba casi siempre a través de una negociación, pactando la rendición con los defensores. De esta forma se podían conseguir los mismos objetivos que con un asedio en toda regla, pero eliminando pérdidas humanas y evitando un gasto económico innecesario.

Ya en la antigüedad los guerreros tenían claro que era preferible hacer uso del oro antes que de la fuerza de las armas para hacer caer una fortaleza. Siempre era mejor gastar el dinero en sobornar al enemigo o comprar voluntades, que tener que soportar las bajas derivadas de un asalto. Gracias a la negociación se evitaban sufrimientos y se reducían los gastos derivados de la manutención de un ejército desplegado largo tiempo frente a las murallas de una ciudad.

Pero conseguir que una plaza aceptara rendirse sin combatir, solía resultar una tarea extremadamente complicada. Casi siempre se hacía necesario hacer un alarde de fuerza y aparecer ante las murallas con todo el conjunto militar, tratando de infundir el terror entre las filas enemigas. Con ello se buscaba hacer pensar a los sitiados que la resistencia era inútil.

Calle de San Ciriaco.

Calle de San Ciriaco. / José M. Prats

Según el código ético de la época, el jefe atacante le pediría al señor de la fortaleza que se rindiese antes de comenzar las hostilidades. Si se aceptaba el trato, la práctica más usual era permitir a los sitiados que abandonaran la fortaleza ilesos, con sus armas y demás pertrechos. Si se rechazaba el acuerdo, entonces el atacante disponía del derecho a saquear la ciudad, masacrar a sus defensores y someter a esclavitud a sus ciudadanos una vez que fuera tomada.

¿Rendir la ciudad por hambre por la fuerza de las armas?

Si la negociación fracasaba, las estrategias para apoderarse de una ciudad eran básicamente dos: rendirla por hambre o capturarla por la fuerza de las armas.

Rendir una fortaleza por hambre era el modo que menos coste tenía en pérdidas humanas. Lo único que tenía que hacer el atacante era bloquear las puertas de la ciudad, impidiendo la entrada de alimentos y las salidas de los soldados de los sitiados. No se trataba tanto de matar de hambre a los encerrados, sino de convencerles de que su capitulación era cuestión de tiempo.

Pero esta estrategia de bloqueo pasivo era muy, muy lenta y resultaba excesivamente costosa, ya que obligaba a inmovilizar ante los muros enemigos un ejército durante espacios de tiempo prolongados, lo que requería grandes cantidades de alimentos y de dinero. Otro factor importante en contra era el mantenimiento del orden y la disciplina en un enorme ejército no profesional, constituido por vasallos que se movilizaban de verano en verano, durante un amplio periodo de tiempo. De ahí que se intentara por todos los medios reducir la duración de los sitios.

El factor tiempo jugaba a favor de los sitiados

Además, en el caso de la conquista de Ibiza, el factor tiempo jugaba en contra de los cristianos, porque el rey Jaume el Conqueridor les había impuesto una fecha límite que era el día de San Miguel, el 30 de septiembre de 1235. Si llegada esa fecha las huestes cristianas no habían conseguido conquistar la ciudad, deberían abandonar la empresa y volver a sus lugares de origen. De ahí que el comandante en jefe de la operación, Guillem de Montgrí, al final se viera obligado a combinar la técnica del bloqueo pasivo con el empleo de la fuerza.

Vista del edificio de la UIB desde la muralla.

Vista del edificio de la UIB desde la muralla. / José M. Prats

Siempre era necesario desgastar la moral de los sitiados

En cualquiera de los casos, siempre se necesitaba desgastar a los defensores todo lo que fuera posible antes de lanzar el asalto. Para hacerlo, los sitiadores estaban obligados a mantener una presión continua sobre los defensores mediante ataques día y noche con la intención de no darles tregua y reducir el tiempo de estancia ante los muros. Se trataba de agotarles tanto física como moralmente.

Contribuiría a ello el bombardeo ininterrumpido sobre la ciudad por parte de las máquinas lanzapiedras, y los relevos continuos de grupos de arqueros y ballesteros que, uno tras otro, disparando a ciegas por encima de la cerca exterior de la ciudad, castigaban a los sitiados con una lluvia incesante de saetas. De este modo, sólo haría falta tener paciencia y esperar el momento adecuado en el que la fuerza física y moral de los sitiados se resquebrajara lo suficiente para poder lanzar el ataque definitivo que conduciría a la victoria.

La opción del asalto por sorpresa. La leyenda de la traición

Tal vez los conquistadores consideraron la opción de efectuar un asalto por sorpresa, o valerse de un traidor. No lo sabemos con seguridad. La maniobra típica del asalto por sorpresa consistía en introducir una pequeña hueste de soldados aguerridos en el interior de la fortaleza. Un comando con la intención de hacerse con el control de una de las puertas y permitir el paso, franco e inmediato, al interior de los muros al grueso del ejército que estaba apostado en el lugar convenido, a la espera de la señal de ataque.

Se trataba de una estrategia tremendamente temeraria que sólo solía resultar útil contra lugares mal defendidos, siendo clave para su desarrollo la rapidez con la que se llevara a cabo y que la guarnición no se encontrara apercibida del ataque que se les vendría encima, pues los atacantes corrían el riesgo de sufrir un número de bajas muy elevado.

En la mayoría de las veces, la única opción para que los ataques por sorpresa triunfaran residía en el empleo de diferentes argucias. La primera de ellas requería contar con la ayuda de algún traidor dentro de los muros que allanara el terreno para facilitar la captura.

Calle Mayor.

Calle Mayor. / José M. Prats

En el caso de la ciudad de Ibiza existe una leyenda, que está recogida en un documento del siglo XVII, obra del fraile dominico Vicent Nicolau, según la cual el hermano del xeic moro, como venganza por un asunto de celos, facilitó la entrada de las huestes cristianas al recinto amurallado a través de una puerta que comunicaba su casa con el exterior. Otra versión de la misma leyenda dice que lo que hizo el traidor fue abrir una de las puertas principales del recinto amurallado, de cuya defensa era responsable. Leyenda que es posible que tenga un cierto viso de verdad.

Un asalto por fuerza en toda regla

Sea cierta o no la leyenda, lo que se deduce de las crónicas que tenemos es que los conquistadores trataron de ser prudentes y se inclinaron por un asalto por fuerza en toda regla según los procedimientos de la época: Establecieron un cerco, desgastaron todo lo que pudieron a los defensores mediante un bombardeo masivo de piedras día y noche, y ataques continuos de arqueros y ballesteros; abrieron una brecha en uno de los lienzos de la cerca exterior de la ciudad, mediante el empleo de dos piezas de artillería de la época: un fundíbulo y un trabuquete. Y cuando consideraron que era el momento oportuno atravesaron la muralla exterior y entraron dentro de la fortaleza.

La artillería del siglo XIII. Fundíbulos y trabuquetes

Durante el siglo XIII se generalizó el uso de las piezas de artillería entre los ejércitos cristianos. El rey Jaume el Conqueridor fue el monarca que más influyó en el desarrollo de la artillería en la Península a lo largo de este periodo. Prácticamente en todos los asedios en los que participaron las huestes de la Corona de Aragón se empleó alguna pieza de artillería o máquina lanzapiedras. Dichas máquinas se basaban en el principio de la honda y en el de la palanca de primer grado. Las primeras eran movidas con la ayuda de la fuerza humana y posteriormente con un sistema de contrapesos fijos.

La artillería de tracción manual. El fundíbulo

Las máquinas de tracción manual, llamadas fundíbulos (en catalán fonèvol), trabucos, almajaneques, arnalda, manjanîq, mangonel… basaban su mecánica en un sistema de balancín con una estructura vertical, a modo de fulcro de la balanza, y una viga pivotante en el plano vertical, con un brazo más largo que el otro. En el extremo del brazo corto se colocaba una honda con una piedra y en el brazo contrario, que era entre cuatro y seis veces más largo, había una serie de cuerdas desde las que se ejercía la fuerza necesaria para lanzar la piedra.

La más pequeña de esas máquinas podía ser manejada por un solo hombre con una sola cuerda, pero los tipos más comunes eran movidos por equipos de entre veinte y cien hombres, normalmente dos en cada una de las cuerdas. Uno de ellos retenía la viga colgándose del proyectil para facilitar que éste se mantuviera en la posición correcta antes del disparo, mientras que el resto tiraba desde las cuerdas del otro lado. Estas máquinas se manipulaban por turnos y se caracterizaban por tener una cadencia de tiro muy alta. La simplicidad de su mecanismo y su potencia condujo a que este tipo de máquinas fueran muy utilizadas. Experimentos modernos indican que este tipo de armas podían disparar proyectiles de un peso de 60 kg a una distancia de entre 85 y 130 metros.

Restos de la fachada de poniente.

Restos de la fachada de poniente. / José M. Prats

La artillería de contrapesos fijos. El trabuquete

Este tipo de máquinas funcionaban con el mismo principio que los modelos de tracción, pero con la única diferencia de que la fuerza humana había sido sustituida por una caja rellena de tierra, piedras o plomo, a modo de contrapeso.

Un torno, o un sistema de poleas, permitía bajar el brazo de la honda hasta el suelo, acción que levantaba el contrapeso en el aire. Al dejar caer el contrapeso subía el brazo contrario arrastrando consigo a la honda que, tras describir una trayectoria circular, lanzaba la piedra. En esencia, se trataba de convertir la energía potencial del contrapeso en energía cinética para la piedra. Y como la energía transferida a la piedra por el contrapeso en su caída era siempre la misma, se conseguía una mayor precisión en los impactos.

La principal novedad era que una máquina de contrapeso tenía la capacidad de disparar proyectiles mucho más pesados, que solían estar entre los 200 y 300 kilos, aunque se cree que algunos modelos descomunales tenían la capacidad de lanzar piedras mucho más pesadas. Se sabe que durante el asedio a la ciudad francesa de Toulouse por Simon de Monfort se empleó un trabuco que tenía un brazo de 12 metros y un contrapeso de 26 toneladas.

Asimismo, gracias a la desaparición del conjunto de cuerdas desde las que tiraban los soldados en las máquinas de tracción, se pudo dejar libre un espacio entre las patas de la máquina, lo que permitió la colocación de un surco o canalillo de madera, destinado a actuar como guía para determinar la dirección que debía seguir el proyectil en su recorrido. Por otro lado, gracias al sistema de contrapeso se podía alargar mucho más la longitud del brazo propulsor y, por ende, también la longitud de la honda, lo que permitía aumentar notablemente el alcance del proyectil.

Los elevados pesos los proyectiles hacían que las piezas de artillería gozaran de una enorme efectividad y de un poderío demoledor. No obstante, la construcción de este tipo de máquinas solía plantear muchos problemas de orden logístico. Para su fabricación se necesitaba gran cantidad de madera de calidad excepcional. Al mismo tiempo se necesitaba contar con técnicos especializados en su construcción. Estas dificultades a la hora de construir este tipo de máquinas y de instalarlas en el campo de batalla condujeron a que en la mayor parte de los asedios medievales el número de piezas de artillería fuera muy reducido.

Además, para su correcto funcionamiento no podía utilizarse cualquier tipo de roca. Si se quería conseguir una adecuada precisión en los disparos era necesario el empleo de un tamaño y un peso estandarizados. De ahí la importancia de contar con equipos de canteros en los asedios. Si usted, lector, siente curiosidad por ver como funcionaban en la práctica este tipo de máquinas, no tiene más que teclear la palabra «trebuchet» en el buscador de youtube y darle al intro.

ES Puig des Molins visto desde la muralla.

ES Puig des Molins visto desde la muralla. / José M. Prats

Las huestes cristianas logran abrir una brecha y entrar en la fortaleza

Durante el asedio a Madina Yabîsa de 1235 se desplazaron a la isla un fundíbulo y un trabuquete. Se instalaron en la cara de Poniente de la última cerca, en la loma que hoy ocupa el edificio de la Universidad de las Islas Baleares (UIB). El primero, que disparaba tiros en corto, apuntaba a la villa, mientras que el trabuquete, de mucho mayor alcance, lanzaba sus proyectiles sobre el castillo.

El fundíbulo logró resquebrajar un lienzo de la muralla. Los cristianos enviaron los zapadores a cavar una mina por debajo de la grieta al objeto de hacer caer la muralla. Entibaron la mina con maderos, vigas y puntales para evitar el hundimiento de la estructura; y cuando consideraron que era el momento oportuno, les prendieron fuego. Al quemarse la madera que sujetaba el conjunto, la mina se vino abajo arrastrando con ella el trozo de muralla que había quedado colgado. Ya solo quedaba colarse por la brecha.

Por supuesto los sitiados se defendían de forma activa. Lanzaban desde lo alto de la muralla agua y aceite hirviendo que penetraban por los huecos de las cotas de malla de los primeros asaltantes, a la vez que disparaban sus ballestas desde los tejados y a través de las ventanas de las casas.

Nada había tan complicado como un combate en las calles de una ciudad medieval. Cada puerta, cada ventana, cada tejado, cada esquina, cada obstáculo podía ocultar un peligro fatal. Los grupos de peones de infantería especializados en guerra urbana eran la unidad básica en un combate en el interior de una población medieval. Cada peón debía de dominar los trucos de su oficio. La regla vital era moverse lo más rápidamente posible con el fin de no constituir un blanco para el enemigo. Deternerse en mitad de una calle suponía convertirse en un blanco fácil para los francotiradores que disparaban sus saetas desde los tejados y desde detrás de las ventanas.

Se entablaron los primeros combates cuerpo a cuerpo por los callejones de la vila inferior, en la zona que va desde Casa Fajarnés hasta la actual capilla de San Ciriaco, pasando por el área que hoy ocupa el convento de San Cristobal, o Sant Cristòfol, conocido por ses Monges Tancades.

Exhaustos y mal nutridos como estaban los defensores almohades, después de dos meses y medio de sitio, no pudieron detener el avance de las huestes cristianas que, poco a poco, se fueron abriendo paso hasta conseguir abrir una de las puertas principales que daban acceso al interior de la tercera cerca, la que se conocía con el nombre de sa Portella d’en Vidal, de la que ya no existen restos. Daba acceso al camí vell de ses Figueretes. Por allí debió entrar el grueso del ejército cristiano. Una vez tomada la vila inferior, el siguiente objetivo fue atravesar la segunda cerca para acceder a la vila mitjana.

Dicen las crónicas que hubo duros combates. Que el número de bajas fue elevado tanto en un bando como en el otro; y que perdieron la vida muchos sacerdotes y diáconos, pero al final los cristianos se hicieron con el control de la vila inferior y de la vila mitjana.

Según la leyenda, fue el hermano del xeic moro quién facilitó la entrada a los cristianos por una puerta que estaba a su cargo y que comunicaba su casa directamente con el exterior. No se sabe con certeza si se trataba de una de las puertas principales de la fortaleza; o si en realidad se trataba de una de las puertas menores que comunicaban la vila mitjana con la vila inferior. Es posible que dicha leyenda tenga una cierta base de verdad, aunque tampoco se puede afirmar con absoluta certeza.

Una vez francas las entradas a la fortaleza, los caballeros a lomos de sus caballos armados irrumpieron por la Calle de la Conquista y ascendieron por la Calle de San Ciriaco y Calle Mayor, sorteando cadáveres, hasta llegar a la actual Plaza de la Catedral, donde se encontraban el zoco, la mezquita y la entrada al castillo.

Los defensores se refugiaron en el interior de la almudaina y del castillo, protegidos por la primera cerca. Mientras tanto, más abajo, los peones cristianos limpiaban los edificios de enemigos, entraban casa por casa, sacaban a los habitantes fuera, los engrilletaban y luego los amarraban uno a otro, con largas cuerdas, formando líneas de prisioneros, para luego ser conducidos hacia el exterior de la ciudad camino de la esclavitud.

Fundíbulo de tracción manual.

Fundíbulo de tracción manual. / Ilustración de Marc Roig Torres de Santa Eulària des Riu

Los almohades se rinden

Finalmente, los almohades que se habían refugiado en el castillo y la almudaina, al verse perdidos su esperanza y voluntad de resistir se vino abajo y pactaron la rendición. Parece ser que a cambio de su capitulación se les respetó la vida. No esta claro si el jeque, su familia y los últimos soldados de la guarnición almohade de Yabîsa quedaron cautivos, o si por el contrario los conquistadores los dejaron marchar en un barco rumbo al exílio en costas bajo dominio musulmán.

A partir de ese momento, los conquistadores se dispusieron a cumplir el acuerdo que habían pactado para llevar a cabo la conquista y a repartirse el botín. Lo dividieron en función de la contribución que cada magnate hubiera aportado a la expedición.

Una de las primeras actuaciones que hicieron fue la de ordenar la construcción de una iglesia dedicada a Santa María Virgen de las Nieves, iglesia que con el transcurso de los siglos pasaría a ser la catedral de Ibiza. Y se dijeron misas por el eterno descanso de los fallecidos en la operación militar. Las islas fueron repobladas con cristianos.

Finalizada la campaña, el grueso de la hueste regresó a su lugar de origen en la Península, para continuar con la conquista de Valencia, Villena, Biar, Alhama y otras ciudades de Levante, ya en el siguiente año. En todas esas operaciones se hizo uso de fundíbulos y trabuquetes.

La conquista cristiana constituyó una tremenda mutación en la sociedad de nuestras islas. Supuso un cambio de religión, un cambio de lengua, un cambio del modelo económico, una profunda transformación del modo de vida y, en definitiva, el paso a una nueva civilización. Sucedió en verano de 1235.

el combate el 8 de agosto de 1235. La lucha cuerpo a cuerpo dentro de Dalt Vila tras abrir una brecha en las murallas musulmanas y entrar en la fortaleza.

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