Coses Nostres: Las luces artificiales de sa Riba

La plaza que recibe a quienes llegan a la isla en barco acogió a los pescadores hasta los años 70 y hoy es el escaparate turístico de la entrada al puerto

La plaza de sa Riba en una noche de mediadosde julio. CAT

La plaza de sa Riba en una noche de mediadosde julio. CAT / Cristina Amanda Tur

Si el contraste entre el verano y el invierno es patente en prácticamente todos los rincones de la isla de Ibiza, sa Riba, en la noche, podría ser el prototipo del contraste por su condición de escaparate en la entrada del puerto. No es lo mismo llegar en barco a la isla una noche de diciembre que hacerlo una noche de agosto. Y si el viaje fuera en el tiempo, el contraste aún sería más brutal, porque sa Riba fue antaño la zona de los pescadores, varadero de las barcas de pesca y durante una temporada también astillero. No fue hasta los años 70 cuando los pescadores fueron trasladados al actual muelle, en la ribera noroeste; había que dejar espacio a los muelles comerciales. Y con este traslado y el derribo de los barracones, el lugar perdió su esencia, la postal que los primeros viajeros llegados a las islas vieron al arribar a ella. Así, con la apisonadora turística, sa Riba llegó a ser lo que es hoy, un conglomerado de bares, restaurantes, luces de colores y algunas tiendas de souvenirs adentrándose ya en las calles adyacentes, carrer d’Enmig y calle Cipriano Garijo. Y alguna de estas tiendas aún se empeña en vender –recuerdo de Ibiza– los collares cool que se fabrican en otros lugares del mundo con millones de caracolas muertas de especies que ni siquiera existen en el Mediterráneo occidental.

En realidad –y más allá del atractivo que, fotográficamente, pueda tener el juego de luces artificiales–, lo más cool que tiene hoy sa Riba es su nombre, tan sencillo, tan directo y tan de mar. Recuperado oficialmente en época reciente. En la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera podemos leer que a los habitantes de la fachada marítima del puerto se les llamaba riberos. «Según Joan Marí Cardona, sólo el primer padrón de Sant Elm, de 1785, hace mención de la Riba de Mar; registra allí 12 familias que reunían 37 personas y habitaban el espacio entre la drassana (posteriormente, plaça del Marí Riquer) y el extremo de levante de la villa».

Más allá del nombre cool que el lugar conserva, el resto podría ser igual a cualquier fachada de puerto de cualquier lugar turístico del mundo –incluyendo las denuncias por ruido de los pocos vecinos que quedan– y si no fuera porque detrás de la fachada sobresale la imagen de la catedral, que identifica mundialmente la isla de Ibiza/Ibiza.

A este panorama hay que añadir, sin embargo, que existe un proyecto que al menos anclará en sa Riba su recuerdo marinero, y es el futuro Museo del Mar y la Pesca, para el que se ha previsto restaurar –con vistas a exponerlos y usarlos– algunos viejos pesqueros tradicionales. Además, el Ayuntamiento ha cedido ya el antiguo edificio de Sanidad Exterior (sa Consigna) al Consell para que albergue el museo. El proyecto se anunció hace casi cinco años y el convenio para el uso del edificio, a finales del año pasado. No hay fecha para que Ibiza tenga un museo marítimo, pero ya existen, en almacenes del Consell, algunas barcas destinadas a los pantalanes de las instalaciones y a ensombrecer con su legitimidad histórica las luces de una fachada marítima que –si le borras la catedral– podría estar fotografiada en cualquier otro lugar del mundo.

LAS CASETAS

Sobre los ándenes, frente a sa Riba, en el moll de la Consigna, existieron dos casetas junto al mar que aún pueden verse en algunas fotografías clásicas y muy conocidas de la isla. Una de ellas es la cofradía de pescadores (el pòsit de pescadors) «donde se subastaba el pescado, y la otra era la lonja de Marí Tur (Antoni); entre ambas había unos pequeños depósitos para guardar las herramientas de los pescadores y, de un extremo al otro del muelle, las redes extendidas para que secaran y para ser reparadas». Así se describe la escena en la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera. 

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