Tensión en sa Joveria a la espera de un desalojo aplazado

Asentamiento de caravanas en el aparcamiento disuadorio de sa Joveria

Asentamiento de caravanas en el aparcamiento disuadorio de sa Joveria / Toni Escobar

Ángela Torres Riera

Ángela Torres Riera

«A mí, de aquí, no me mueve nadie», afirma contundente Maria. La tensión y el nerviosismo se respiran durante toda la mañana de ayer, en sa Joveria. Alrededor de veinte personas permanecen asentadas en el aparcamiento disuasorio a pesar de las notificaciones por parte del Ayuntamiento de Ibiza, que tenía previsto desalojar el solar, instalar un gálibo con limitación de altura y retirar del parking, además, todos los vehículos que superaran los 2,10 metros de altura. Es decir, que no pasaran por debajo.

«Si vienen con una grúa a llevarse mi caravana me tendrán que llevar a mí con ella», precisa esta ciudadana con contundencia ante esta posibilidad, ya que hace varios días (el pasado 13 de mayo) el Consistorio dejó una notificación en cada una de las infraviviendas, la mayoría ocupadas por trabajadores y familias.

Desde primera hora de la mañana los asentados están pendientes por si aparece la Policía Local o alguien del Ayuntamiento. En cambio, sobre las diez y media de la mañana, son dos miembros de Cruz Roja quienes hacen acto de presencia con un furgón para comprobar que están bien.

«Estábamos cerca y hemos venido por si necesitan algo, porque llevamos el seguimiento de muchas personas que están asentadas aquí», detalla Silvina Carrillo, referente de las personas sin hogar en Cruz Roja. Carrillo añade que además de ayuda social abastecen a estos habitantes de sa Joveria con comida y otros recursos básicos.

Entre los 20 ciudadanos que permanecen en las 12 caravanas del asentamiento (de las 53 que había) hay dos personas enfermas: una de cáncer de estómago y otro del corazón. Además, hay una mujer embarazada, otra que está recibiendo atención psiquiátrica y una sanitaria que actualmente está de baja y ha encontrado en la caravana la solución temporal para acudir periódicamente a rehabilitación. Hasta hace relativamente poco, eran 53 las caravanas estacionadas en la misma área.

Vidas que no se imaginan

«Uno mismo se piensa que por tener su casa no se va a ver en una situación esporádica en la que puede necesitar estar aquí, como yo. Al final tuve que elegir entre recuperarme yéndome a vivir a una camper de seis metros (cedida por una amiga) o no poder recibir tratamiento y volver, después, a mi puesto de trabajo», lamenta Ester.

La ambulancia, prosigue, dejó de ir a buscarla a Portinatx, donde tiene una vivienda, por decisión del médico que la atiende en el Hospital Can Misses. A pesar de que ha intentado acudir a rehabilitación en autobús, las malas conexiones del transporte público le han complicado mucho la tarea.

«He puesto mi tarjeta en el cristal de la furgoneta para que, si viene la Policía Local, sepa que soy trabajadora y que estoy aquí por un motivo concreto», explica. Maria, por su parte, que trabaja en la isla (donde lleva 30 años) de camarera de pisos, le pidió el día a la gobernanta para poder estar presente en caso de que viniera la grúa por la mañana. «Trabajo hay, pero casa no. Puedo vivir sin trabajo porque encontraría otro, pero sin mi caravana no puedo seguir viviendo en ningún sitio», apunta.

Por otro lado, le preocupa que si no reciben a lo largo de esta mañana [por la mañana de ayer] la desagradable visita, se verá obligada a dejar su empleo. «No puedo explicarle a mi superior que estoy en esta situación. A nadie le gusta la gente que tiene problemas». Alrededor de las doce del mediodía un agente aparece en sa Joveria soliviantando los ánimos. Algunos de los asentados que permanecen allí, expectantes por lo que puede pasar, le dirigen algún que otro grito de desaprobación. Sin embargo, el policía cuenta todos los vehículos y desaparece rápido por donde ha llegado.

La ansiedad que padece desde hace meses Nabila, otra de las asentadas, se ve acrecentada con las últimas circunstancias: la obligación de abandonar el aparcamiento disuasorio de sa Joveria en el que habita desde hace aproximadamente un año. Vivir en una infravivienda ha deteriorado su salud mental, para la que esta tensión de condiciones infames, notificaciones hostiles y tambores de desalojo, no es más que veneno. A última hora de la mañana, el Ayuntamiento de Ibiza informa del aplazamiento de la instalación del gálibo. Del desalojo. Se mantiene la tensión.

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