Toni Cardona, grande, joven y malogrado

La floreciente trayectoria creativa del reconocido artista ibicenco se truncó por un accidente de tren en Francia que le costó la vida en 1992, cuando sólo tenía 37 años

Un autorretrato de Toni Cardona

Un autorretrato de Toni Cardona / Archivo DI | Juan A. Riera

En el mundillo cultural de la isla de los primeros 90, era el artista emergente al que se le pronosticaba un futuro más brillante. Sin embargo, en diciembre de 1992, un accidente de tren extraño en Francia truncó su vida cuando sólo tenía 37 años. Una gran desgracia personal, y una pérdida importante para el arte ibicenco, como recuerdo ahora al leer y ver el catálogo de la muestra antológica que, en diciembre de 1996 y a modo de homenaje, le dedicaron a Toni Cardona el Museu d’Art Contemporani d’Ibiza (MACE), conjuntamente con la prestigiosa galería Casal Solleric de Palma. El comisario de la exposición fue Carles Fabregat, quien, en su texto de valoración crítica afirma que «la actitud de Toni Cardona en el plano artístico osciló siempre entre la disposición contemplativa y la activa», añadiendo: «Le gustaba pasear por la playa en invierno y ver los restos que depositaban en ella las mareas, ver el paso del tiempo en los objetos. Por un lado se trataba de la mera observación de las cosas sin intervenir, el juego del azar. De otro, consistía en recoger objetos que, después de un proceso de elaboración, pasaban a formar parte de la obra o constituían su propia esencia. Materiales que el mar iba arrojando a la costa o papeles encontrados en el campo, transformados por la acción de la intemperie».

Recuerdo bien la última vez que le vi: paseando con él por Vara de Rey y en compañía de Antonio Colinas, tras ver la que seria su última exposición en la sala de ‘La Caixa’ y hablando de un libro que le interesaba mucho, ‘La rama dorada’ de Frazer. Me pareció que estaba algo inquieto; y a los pocos días se fue a París y a Suiza, al maldito viaje del que ya no regresó y que tanta conmoción causó en la isla. Por la pérdida y por las extrañas circunstancias en que se produjo, que prefiero no recordar ahora. Me quedó, mejor, con la memoria de nuestra amistad de tantos años; con los buenos ratos que pasábamos juntos con el pretexto del programa sobre arte que hacía en Radio Diario (’La gran curva`) con el también amigo y gran artista Manuel Bouzo. Con charlas y más charlas en torno a tantas cosas; en Ibiza y también en Palma, dónde le entrevisté por la gran obra que estaba haciendo en el Centro Cultural de Sa Nostra de Palma, que entonces dirigía otra buen amigo común, Albert Ribas: un gran mural para la fachada del edificio, que, finalmente, sería su obra de mayor envergadura y más ambiciosa.

Toni Cardona, un artista inquieto y versátil. | ARCHIVO DI

Toni Cardona, un artista inquieto y versátil. | ARCHIVO DI / julio herranz

Esa entrevista (de mi serie ‘Retratos de papel’) salió en este diario en abril de 1990, y en ella comentaba que se había ido a vivir a Palma hacia un año buscando más salidas profesionales, y otras cosas: «Desde luego, también por ese motivo, porque, desgraciadamente, en Ibiza seguimos estando casi en un desierto cultural. Pero la razón principal fue estar con Carmen, mi compañera, que trabaja en Sóller. Luego me salió este proyecto del mural y al final he acabado adaptándome al lugar, sobre todo al espacio concreto en que vivimos, en el centro de un bosque de naranjos, algo así como el Jardín de las Hespérides, cerca del Puig Major, por donde pasa un riachuelo. Todo muy bucólico, lírico incluso. Me siento ya enganchado a ese ambiente, sí», me confesó en una charla en la que le pregunté también por «nombres de pintores, actuales o no, a quienes les tengas respeto, admires»: «Lo que admiro más de un artista es la relación de calidad de su obra con la de su persona. Admiro a pintores que no van de artistas y que mantienen una actitud creativa, no una pose artística. Que colaboren con más gente, un poco como se entendían antes los talleres de pintura. Pintores que al mismo tiempo son arquitectos o escultores. Como, por ejemplo, los constructivistas rusos en un momento determinado; o los buenos artistas del movimiento de la Bauhaus; incluso Paul Klee y de ese estilo», valoró el joven artista ibicenco.

Charla que derivó también hacia su propia obra, con la pregunta de «si te atreverías a dar alguna pista al espectador para que éste entre mejor en tu creación?»: «No, prefiero que haya algo de misterio, porque si das pistas a veces despistas al personal. Y como muchas veces tú mismo no sabes muy bien lo que has hecho, o por qué lo has hecho, puede suceder que hasta te despistes tú mismo. La única pista es cuando hago una serie sobre un tema (’Injertos’ o ‘Desiertos húmedos’) en la que el nombre señalaba un relación mineral con lo que se ve. Aunque también tenían algo de divertimento, jugar con las palabras y expresar qué tipo de técnica había utilizado».

Obra de su serie ‘Deserts Humits’. | JUAN A. RIERA

Obra de su serie ‘Deserts Humits’. | JUAN A. RIERA / julio herranz

Petits formats

Entre los recortes periodísticos que guardo sobre él, también figura una página propia en la que informo, en noviembre, de 2004, sobre la muestra ‘Toni Cardona. Petits formats’, que se presentó en la sala Ebusus con 28 cuadros, un buen número de ellos desconocidos, ya que pertenecían a la colección personal de la familia del artista. Pintados la mayoría en el mismo año de su trágica muerte, eran obras en las que Cardona buscaba nuevos caminos para su pintura. La había organizado Toni Torres Font, buen amigo personal del malogrado artista y uno de los principales coleccionista de su obra. El comisario fue de nuevo Carles Fabregat, director de Can Ventosa en aquel tiempo: «Los que conozcan su obra seguramente se sorprenderán de estos trabajos, en los que abunda lo gestual, algo que ya hizo en otras épocas, como en ‘Deserts Humits’ y ‘Platjas de paper’». «Toni pintó en 1992 de una manera frenética, muchísimas obras que fueron quedando en la casa familiar. Creo que estaba en un periodo más bien de búsqueda, para apartarse de lo que había hecho antes y encontrar nuevos caminos de expresión», me contó Fabregat.

Otra obra del malogrado artista.

Otra obra del malogrado artista. / julio herranz

Mientras escribo el capítulo del querido amigo Toni, he descolgado y puesto ante mi vista los dos cuadros que me regaló: uno de la época de ‘Deserts Humits’ y otro, figurativo, de un rostro masculino, que usé en 2019 para la portada de mi libro ‘Alice Carroll y Peter Pan venden piso en Ibiza’ (Balàfia Postals). Y ay, sí, qué remolino de imágenes y memoria se enredan en mi cabeza y mi corazón al evocar aquellos años y aquella amistad; aquellas amistades creativas y tan vitales; cuando parecía que íbamos a comernos el mundo, sin notar entonces que era más bien el mundo quien nos iba devorando con irritante indiferencia. Those were the days, my friend...

En fin, mejor termino volviendo a otra valoración crítica de su obra, la de una buena amiga y gran conocedora de las varias etapas de sus veinte años de creación: Rosa Rodríguez Branchat. El último párrafo del lúcido y profesional texto que escribió para el catálogo de la exposición antológica que le dedicó el MACE y el Casal Solleric de Palma, citada al principio: «En el año 1988, Toni Cardona manifestaba en una entrevista: ‘Yo siempre quise ser pintor y todavía mantengo el deseo de llegar a serlo’. La contemplación de su obra es la evolución de ese deseo, una búsqueda que siempre le situó en el camino para llegar a ser el pintor en el que anhelaba convertirse. Este inconformismo, este afán de superación que lo alejaron siempre de la autocomplacencia, de las convenciones plásticas y también de las sociales, es lo que hizo que fuese, desde siempre, quizás sin saberlo, un verdadero artista, un gran pintor».

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