Campamentos de infraviviendas

Una mañana en la ciudad de la pobreza de Sant Jordi

Un año más, unos terrenos situados en la calle Campanetes, en Sant Jordi, se han convertido en el hogar para muchos trabajadores de temporada que no han tenido otro remedio que vivir en chabolas. 

David Ventura

David Ventura

El campamento chabolista situado en Sant Jordi, en la calle Campanetes, no para de crecer. Si el año pasado ocupaba una feixa de terreno y albergaba a varias decenas de personas, ahora ya se ha extendido a un bancal colindante y el número de tiendas de campaña se ha duplicado. Es imposible saber cuántas personas se cobijan en este espacio, aunque seguramente superan holgadamente el centenar.

Un año después de que se conociera la existencia de este campamento, la situación no solo no se ha solucionado sino que ha ido a más. Al igual que el verano pasado, la mayor parte de sus habitantes son hombres saharauis que han venido a Ibiza a trabajar durante la temporada turística, y su único objetivo es ahorrar todo lo que puedan para enviar dinero a sus familias, que malviven en el campamento de refugiados de Tindouf. No obstante, y pese a que los saharauis son mayoría, también hay gente de nacionalidades diversas, en su mayoría procedentes de América Latina y también españoles.

Chabolas y tiendas de campaña en el campamento de Sant Jordi. | D.V.

Ahmed, Brahim y un compañero se preparan el desayuno. / D.V.

La hora del desayuno

Son las nueve de la mañana y un grupo de seis saharuais se reúnen en torno a una mesita donde calientan el té. Es el ritual para empezar el día: un té entre los compañeros de campamento antes de dirigir sus pasos hacia la zona turística de Platja d’en Bossa o al polígono industrial cercano al aeropuerto para buscar trabajo. Todos ellos son relativamente nuevos en el lugar. Alí llegó a la isla hace veinte días. Nayen se acaba de trasladar, apenas pisó Ibiza hace dos días y justo se está instalando en el campamento. Ebi, que ejerce de portavoz, llegó hace dos semanas. Todos son nuevos, es su primer verano en Ibiza, pero tienen conocidos en la isla y ya saben que en este enclave en Sant Jordi serán bien acogidos.

«No hay sitio donde vivir. Estuve mirando cosas, pero es que me pedían 300 euros por una cama, por solo una cama, en una habitación que compartía con más gente», comenta Mohammed, que llegó hace dos semanas a la isla. Después de comprobar la situación del alquiler, decidió probar suerte en el campamento de Sant Jordi, donde se instaló hace una semana: «Nuestras familias viven en un campo de refugiados en el desierto y dependemos de la ayuda humanitaria. Necesitan desesperadamente que les enviemos dinero. Nosotros hemos venido aquí a eso, a trabajar».

Chabola construida con maderas y todo tipo de materiales de desecho. | D.V.

Chabola construida con maderas y todo tipo de materiales de desecho. / D.V.

Ebi se acaba de limpiar los dientes y se ha puesto una camisa blanca impoluta porque quiere dar buena impresión. En breve se va andando hacia los hoteles de Platja d’en Bossa, donde buscará trabajo. Quienes permanecen a estas horas de la mañana en el campamento son aquellos que llevan poco tiempo en la isla y todavía no han encontrado un empleo: «Si hubieras llegado aquí un poco antes, las siete y media, habrías visto a toda la gente que se marchaba para ir a trabajar. Y no hagamos ruido porque acaban de llegar los que tienen el turno de noche y querrán dormir».

La familia de Ebi vive también en un campo de refugiados en el Sáhara y explica que en los últimos años el volumen de la ayuda humanitaria se ha reducido: «Cada uno de los que estamos aquí tenemos que dar de comer a muchas bocas. Es como cuando el pájaro trae comida al nido y tiene muchas bocas que atender. Tenemos a nuestras madres, hermanas, parejas, hijos en el desierto, y no les podemos defraudar».

Señalan que lo peor de esta situación es la falta de agua y la dificultad para mantener una higiene óptima. Respecto a vivir bajo una lona, afirman que eso es lo de menos y que están acostumbrados a la vida al aire libre: «Nos hemos criado en tiendas de campaña en el desierto. Pese a las adversidades, nos sabemos organizar. Estamos acostumbrados a esto».

Dos tiendas de campaña individuales. | D.V.

Dos tiendas de campaña individuales. / D.V.

Tiendas de campaña y chabolas

Las infraviviendas se dividen en dos tipos. Por un lado, las que son tiendas de campaña del Decathlon, donde encontramos desde el modelo más sencillo -210 centímetros de largo, 195 de ancho y 1,20 metros de alto- que apenas sirve para estirarse por la noche y donde no es posible estar de pie; hasta los modelos más grandes, como una carpa plegable también del Decathlon de 6,25 metros cuadrados. Luego están las chabolas, elaboradas con materiales diversos recogidos de aquí y de allá: maderas, pales, plásticos, lonas… Encontramos también sillas de oficina y mesillas recogidas de la basura, con lo que intentan construir un simulacro de hogar. A diferencia de otros campamentos, aquí apenas hay autocaravanas.

Ebi muestra el interior de su chabola y el aspecto es impecable: hay dos colchones en el suelo cubiertos con sábanas limpias, una mesita de noche e incluso una pequeña luz de techo que se alimenta gracias a una placa solar. La limpieza con la que mantienen el espacio confiere una dignidad a sus inquilinos: «Ha habido gente que ha estado viviendo en un balcón. Esto es muy pequeño pero al menos es nuestro. Aquí estamos mejor y podemos ahorrar».

Una chabola a medio construir. | D.V.

Una chabola a medio construir. / D.V.

Nadie del grupo se deja fotografiar porque están buscando trabajo y temen que esto les perjudique. Quienes no tienen tanto problema son Ahmed y Brahim, dos trabajadores en un rent a car que, en otro sector del campamento, también se están preparando el té y el desayuno. A diferencia de los saharauis del primer grupo, ellos ya son veteranos en Sant Jordi: «Yo llevo cuatro años viniendo a Ibiza y siempre el problema con la vivienda ha sido el mismo», comenta Ahmed: «Venís los periodistas, se habla del tema, pasa el tiempo pero aquí nada cambia».

En este sector, hay una chabola hecha con una caseta para guardar las herramientas de jardín, y media docena de tiendas de campaña individuales. Los principales inconvenientes son los que ya han señalado otros residentes del campamento: «No hay agua ni tampoco hay cuarto de baño», y cuando llegue el verano se añadirán otros inconvenientes: «El calor y los mosquitos». Los más afortunados son los que trabajan en los hoteles, ya que la mayoría se duchan allí.

«Lo bueno que tiene estar aquí es que no hay problemas con los vecinos. Cada uno tiene su tienda, su espacio. Esto no es un piso patera», comenta Brahim. Y si alguien se enfada, se lleva la tienda y se instala en otro espacio.

Los grupos se disgregan pero, antes de marchar, Ebi me pide que escriba lo siguiente: «Quiero darle las gracias al dueño de este terreno por permitir que nos hayamos instalado aquí. Le prometemos mantener este lugar limpio». Y con su camisa impecable y el currículum bajo el brazo, se dirige hacia los hoteles de Platja d’en Bossa.

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