Barry Flanagan, un gran escultor que murió en Ibiza

El prestigioso artista británico donó una obra al ayuntamiento de Santa Eulària y otra al Museu d’Art Contemporani d’Ibiza (MACE)

Barry Flanagan falleció a los 68 años. | D. I.

Barry Flanagan falleció a los 68 años. | D. I. / julio herranz

El prestigioso artista británico (Gales 1941 – Ibiza 2009) se instaló en 1987 en la isla, donde pasaba largas temporadas, alternadas con sus continuos viajes por todo el mundo, reclamado por grandes museos y galerías. Falleció en Vila con sólo 68 años a consecuencia de una enfermedad degenerativa. Su recuerdo está presente entre nosotros gracias a una escultura que donó a Santa Eulària y otra al Museu d’Art Contemporani d’Ibiza (MACE), donde se le dedicó en vida una muestra conjunta con el escultor francés Marcel Floris, y otra póstuma con Miquel Barceló, de quien era buen amigo. Precisamente, el prestigioso artista mallorquín asistió al funeral de despedida a Barry Flanagan, que tuvo lugar el 11 de septiembre de 2009 en la iglesia del Puig de Missa. «Le voy a echar mucho de menos», apuntó Barceló al finalizar la ceremonia, destacando la personalidad singular del escultor galés y la gran afinidad y complicidad que había entre ellos. Así, me recordó que había acudido muchas veces a disfrutar de la tradición de matances en Felanitx (pueblo natal de Barceló), que presenciaba con gran interés y de la que, incluso, había realizado algunos dibujos mientras se sacrificaba el animal, trabajos que conservaba con cariño.

Obras de Barry Flanagan y Erró en el Centro Pompidou de Málaga.  | F.DE LAMA

Obras de Barry Flanagan y Erró en el Centro Pompidou de Málaga. | F.DE LAMA / julio herranz

Antes de recordar, a modo de homenaje, algunos hechos y aspectos de la vida y obra de Barry Flanagan, he de confesar aquí una frustración personal de mis años de periodismo activo: Nunca pude entrevistarle, a pesar de intentarlo varias veces. A la hora de concretar hora y lugar para hacerlo, la cosa se aplazaba, mayormente por su culpa, ya que tenía una agenda muy ocupada y no hubo forma de cerrar la entrevista. Por tal motivo, y buscando en los archivos de Diario de Ibiza, recurro a una entrevista publicada en 2005, que le hizo en Palma Miguel Vicens, para saber por qué recaló en Ibiza en los 80. A su pregunta sobre si lo que vino a buscar en la isla era «un espacio de libertad», respondió: «Más bien seguía a la madre de mis dos hijas menores. Una de ellas nació en la isla. Y sin pretenderlo me encontré formando parte de una comunidad local en la que me encontraba a gusto. Pero no fue algo buscado, sino fruto del azar», precisó. También me parece de interés lo que le contó a Vicens sobre su obra: «No tengo una única línea de trabajo, como en la vida no hay sólo un camino. Eso sería demasiado agobiante, pues no me imagino persiguiendo sólo un tipo de formas. Pienso en tres dimensiones, en un contexto natural, en superficie y profundidad. Como escultor no estoy predispuesto a seguir doctrinas o credos, sino a transitar por mi propio camino. Detesto la fama y tampoco me gustan los héroes», apuntó rotundo, añadiendo que en su juventud «tenía mucho más claro» lo que le gustaba y lo que no. «La generación a la que pertenezco entendió en aquellos años en Londres que la escultura necesitaba un nuevo lenguaje, que debía ser convertida, del mismo modo que James Joyce alteró con su obra la novela posterior o John Cage compuso otra forma de entender la música».

Escultura inspirada en un poema de Colinas. | LORENA PORTERO

Escultura inspirada en un poema de Colinas. | LORENA PORTERO / julio herranz

Aunque los íntimos sabían de su enfermedad, la muerte de Barry Flanagan causó un notable impacto en el mundillo cultural de la isla y en sus allegados. Por ejemplo, en el también escultor británico, residente en Ibiza, Christopher Stone, amigo y colaborador suyo durante algún tiempo: «Desde hacía cuatro meses había estado muy enfermo. Era una dolencia degenerativa del tipo de la que sufre el científico Stephen Hawking», me informó Stone, añadiendo: «Era un grandísimo artista, muy valorado sobre todo en Gran Bretaña y los Estados Unidos. Sin duda, uno de los principales escultores del pasado siglo». La misma opinión que me dio la directora del MACE, Elena Ruiz: «Creo que, indiscutiblemente, es una de las figuras más importantes de la escultura contemporánea. Y por lo que nos toca, creo que se nos va uno de los más importantes artistas, por no decir el más, que han pasado por esta isla. Desde luego, el más famoso y el más celebre», apuntó Ruiz en la valoración del malogrado artista británico.

En aquel septiembre de 2009, la directora del MACE también me contó detalles de la escultura que Barry Flanagan donó al museo en los 90, una obra a la que tenía un cariño especial, ‘La cabeza de la diosa entre mis manos’, titulada como el poema de Antonio Colinas en el que se inspiró: «Está hecha de bronce, un vaciado maravilloso a la cera perdida que representa el torso de una de sus mujeres después de haber tenido un hijo. El pedestal son piezas que recrean las zapatas tradicionales de las casas payesas. Más una cabecita de bronce, a modo de pisapapeles, sobre el libro, abierto por la página del poema», detalló Ruiz. quien recordó una anécdota simpática que el escultor protagonizó en este museo de Dalt Vila en 1992, con motivo de su exposición conjunta con Marcel Floris: Había traído una carga de algarrobas para una instalación y le pidió a Ruiz, como un capricho singular, que si se podía quedar esa noche a dormir en el museo, con las algarrobas como colchón, digamos. Y amablemente, Ruiz accedió a su petición. Eso sí, claro, dejándole encerrado con llave. Anécdota que volvió a contarme hace poco, cuando subí a hacer la foto de la escultura basada en el poema de Colinas instalada en un lugar preferente del museo.

Funeral de Flanagan en la iglesia del Puig de Missa.

Funeral de Flanagan en la iglesia del Puig de Missa. / julio herranz

Curiosa coincidencia

El amigo Antonio Colinas me informó, a raíz de la muerte de Flanagan, de la curiosa coincidencia que unió su nombre al del escultor británico: «La madre de Barry le regaló una antología de poesía española de Penguim, y allí encontró el poema. Al contarle a Elena la historia y al decirle ella que el autor también vivía en la isla, fue cuando nos encontramos; y a partir de entones hicimos una gran amistad», me precisó el poeta, añadiendo que también colaboró con el escultor en su proyecto ‘Birds on the wall’: «Fueron unos grabados para mis poemas ‘La noche de los ruiseñores’ y ‘El muro blanco’. Extrajo los temas de unos pájaros que había pintado con lápiz en la pared de su estudio. Hizo muy pocos grabados en su vida, y uno de ellos, precisamente, fue éste. Tengo alguno de ellos en mi casa», apuntó el autor de ‘Sepulcro en Tarquinia’.

Repasando la información periodística que guardo sobre el fallecimiento y funeral de Barry Flanagan en Santa Eulària, encuentro otra anécdota entrañable que me contó entonces Elena Ruiz. Fue con motivo de una visita sorpresa que el escultor hizo al MACE cuando estaba ya bastante enfermo: «Yo no estaba ese día; me llamaron los vigilantes y les dije que le hicieran una foto, pero fue con un móvil, porque no tenían cámara. Luego le envié un correo y me contestó (guardo el e-mail) en unos términos que me conmovieron, pues me daba las gracias por ver que tengo perfectamente guardada la pieza y expuesta en un lugar prioritario. Que sentía mucho no haberme avisado de su visita, pero que fue una decisión de última hora, porque no sabía si podía subir a Dalt Vila,pues se movía ya en silla de ruedas», recordó Ruiz.

En el funeral de Flanagan tuvo una participación notable otro buen amigo del escultor galés, Enrique Juncosa, poeta, escritor y durante varios años director del Museo Irlandés de Arte Moderno de Dublín. Precisamente, este museo fue el último que realizó (en 2006) una gran exposición retrospectiva del artista. En el elogio de su figura, Juncosa recordó «la gran generosidad» que había mostrado Flanagan hacia la isla, a la que había donado dos obras: un pequeño caballo que se puede ver en uno de los jardines municipales de Santa Eulària, y la escultura del MACE. Además, mostró su escepticismo sobre algunos de los calificativos que se han atribuido a la obra de Flanagan, sobre todo al humorismo que se le atribuye por su utilización recurrente de las liebres, quizás su figura más conocida en el conjunto de su variado repertorio artístico.

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