Leopoldo Irriguible, psiquiatra y artista abierto

Creó el Patronato de Salud Mental del Consell y desarrolló una amplia trayectoria como artista plástico y agitador cultural

Leopoldo Irriguible

Leopoldo Irriguible / JH

Como en esta serie semanal estoy recordando sólo, o mayormente, a personajes que ya se fueron, algunos me duelen más que otros, en función de la relación que tuviera con ellos. Y en el caso de Leopoldo Irriguible (Zaragoza, 1946 – Barcelona, 2017) sentí bastante su perdida, pues le tenía en gran estima y murió relativamente pronto. Además, teníamos algún que otro punto vital en común. Por ejemplo, la edad, él sólo dos años más que yo; o cuando se instaló en Ibiza, en 1973, un año antes que uno; o el compromiso con la justicia social; o su devoción por el arte. Aunque no le seguía tan de cerca, lo reconozco, en su voracidad intelectual y en su ramificación creativa, donde me ganaba por muchos puntos. Por no hablar de su labor profesional como psiquiatra, actividad en la que destacó con hitos de notable mérito. Como fue, ya en la isla, la creación del Patronato para la Protección de la Salud Mental (década de los 80), en el seno del Consell.

Irriguible también era cartelista. | MOISÉS COPA

Irriguible también era cartelista. | MOISÉS COPA / julio herranz

El primer contacto que tuve con él fue en 1986, a través de una larga charla para mi serie Retratos de Papel, que realicé para este Diario en tres entregas. Allí lo presentaba, también, como pintor, cartelista y artista singular, por sus intervenciones en espacios públicos con obras que llamaban la atención. Aunque al principio, la entrevista se centrara en su labor como psiquiatra: «Ha habido, y todavía sigue, la idea equivocada de que aquí en Ibiza, debido a la consanguinidad, había un gran índice de subnormalidad, suicidios y esas cosas. Pero al hacer estudios serios bastante científicos a nivel de epidemología, hemos comprobado que no, que pasaba igual que en el resto de España». «Lo que sí te puedo decir es que la población ibicenca, a la vista del gran cambio que ha dado en los últimos veinte años, ha asimilado bien ese cambio tan tremendo, una convulsión en todos los órdenes de una vida hasta entonces tradicional». Reflexiones bien lúcidas y avanzadas para aquel lejano 1986; en las que añadía una valoración del alarmante grado de toxicomanía que existía en la isla entre los jóvenes de 15 a 25 años: «Los que nacieron durante el cambio; porque han vivido en un medio contradictorio entre sus padres, que de repente se enriquecieron en poco tiempo, y la educación que iban recibiendo, inadecuada para la nueva situación que disfrutaban». Riesgo que causó una notable mortandad juvenil en aquel tiempo por desconocimiento de los efectos reales de las drogas duras; como muchos mayores recordamos claramente.

En cuanto a su otra vocación, la artística, y dado su compromiso social militante, me reconoció que «sí existe una correspondencia entre el momento sociopolítico y la cultura. Lo que no estoy de acuerdo es con esa teoría de que se han cerrado ya todos los caminos y que hay que volver atrás para recrearlos. Creo que hay cantidad de caminos abiertos en el arte, y no sólo por las nuevas tecnologías, pues hasta con las antiguas se pueden hacer cosas completamente nuevas». Y, desde luego, se mojó sin reparos al valorar la situación cultural de la isla: «Creo que estamos en un momento crítico, en el que todavía funcionan dos culturas, la autóctona, la de los ibicencos, y la otra que ha venido de fuera pero ha penetrado poco en la primera. Pienso que en esta isla hay un potencial importante para generar cultura, pero el principal problema es que las instituciones pasan, total y absolutamente, de la cultura. Es vergonzoso que aquí no se invierta prácticamente nada en este campo», aseguró entonces. ¿Qué opinaría ahora? No lo sé, claro, aunque a juzgar por lo que él mismo avanzó en sus tantas iniciativas creativas, la cosa mejoró bastante. Siendo cierto también que todo depende del cristal con que se mire, política y socialmente. Un tema que solíamos argumentar en las cenas que a veces teníamos entre amigos, y en las que no solían faltar (cuando la buena comida y bebida hacían efecto) algún que otro cante bien entonado y referencial: cantautores, sí, faltaría más, tanto en castellano como en catalán, pero también éxitos del rock y del pop de aquí y de allá, pues los congregados éramos bien aficionados a la música generacional de los 60 y 70.

Presentando una muestra en la Sala Sa Nostra. | JUAN A. RIERA

Presentando una muestra en la Sala Sa Nostra. | JUAN A. RIERA / julio herranz

La sensibilización política y social

Inevitable, al hablar de Leopoldo Irriguible, que el factor nostalgia se desborde en los adentros a medida que hurgo en la información que guardo sobre él; entre la que destacan los muchos reconocimientos que se le hicieron en 2017 tras su muerte temprana en Barcelona, donde vivía desde 2003 para atender mejor sus serios problemas de salud. Nostalgia que me crece cuando leo lo que me contó sobre su vida: «Creo que de pequeño fui un niño travieso. Yo quería haber sido primero marino y luego pintor; pero ambas cosas fueron desechadas inmediatamente en mi casa. Querían que estudiara algo serio, entonces me metí en medicina. Al principio era buen estudiante, sacaba muy buenas notas, pero en el tercer curso empezó todo un proceso, que para mí fue vital, de sensibilización política y social. Me comprometí mucho en aquella época; y hasta hice de manager y organicé algún que otro concierto de cantantes como Raimon, Paco Ibáñez o Labordeta». Y otra coincidencia con mi biografía: «El servicio militar lo terminé en Córdoba, en Cerro Muriano». Buff, qué palo ese recuerdo común, aunque él lo rentabilizó mejor que yo, desde luego: «En ese tiempo conocí a Castilla del Pino, intimé bastante con él y me vino muy bien; me abrió buenas perspectivas a nivel psiquiatría. Por ejemplo, me aconsejó que marchara a Oviedo, que para mi profesión era el hospital más avanzado que había entonces en España, en donde la situación de la salud mental era de pura beneficiencia, manicomios tipo siglo XIX». Luego marchó a Zaragoza a intentar implantar métodos más racionales: «Pero la oposición fue muy fuerte por parte del sector más tradicional; y harto ya de luchar contra tanta incomprensión y cerrazón, de amargarme la vida tomándomelo todo tan a pecho, un buen día tiré la toalla y me vine a Ibiza».

Y al llegar a la isla (en el 73, como dije) surgió de nuevo su vocación de pintor, «muy fértil en la universidad e interrumpida casi por completo en Oviedo y en el manicomio de Zaragoza. Estuve unos años que sólo hacia pintar y muy poco como psiquiatra». Exponiendo en muchos sitios de España, en París, Nueva York, haciendo carteles y hasta recibiendo una beca de la Fundación March. Pero su conciencia social volvió a llamarle con fuerza y se enganchó de nuevo con la psiquiatría: «Cuando se creo el Consell propuse que asumiera una institución psiquiátrica. Empecé solo y poco a poco fuimos creando un equipo de psiquiatría en el Hospital Insular, el Patronato para la protección de la salud mental, un equipo de psiquiatría infantil y el centro de asistencia al toxicómano. Pasé a estar de nuevo superocupado y dejé de lado otra vez a la pintura. Ahora me gustaría volver a ella; es una faceta que necesito desarrollar y tengo que dedicarle más tiempo». Que, felizmente, lo hizo, como recuerdo de las tantas informaciones que escribí al respecto y que, reunidas, las detalla bien la Enciclopèdia d’Ibiza i Formentera.

Entre ellas, me ha hecho gracia lo que cuenta en el catálogo de una de las más trabajadas: ‘La geometría del caos’, presentada en septiembre y octubre de 1993 en la Sala de Sa Nostra. Es un pequeño texto del propio Irriguible, al final del catálogo de la muestra, que revela muy bien cómo se tomaba en serio su arte, con los referentes correspondientes. Texto con el que cerraré este pequeño homenaje al querido y malogrado amigo: «‘Si buscas orden oculto en esta estancia’ está inspirado en el primer poema del libro ‘Un viatge d’hivern’ de Antoni Marí. El cuadro ‘El vacío de los límites’ toma su nombre de ‘Astrolabio’ de Antonio Colinas. ‘Insolencia de la alegría’ y ‘Encuentro del silencio y la violencia’ son fruto de la escucha del disco ‘Belmonte’ de Carlos Santos. Igualmente, las obras ‘lifeline’ y ‘Endless’ las realicé mientras escuchaba reiteradamente el disco ‘Changeless’ de Keith Jarret. Hay una serie de papeles que tienen el título de ‘La memoria y los signos’, temas que me interesan profundamente. Al cabo de un tiempo un flash me hizo recordar el libro del mismo nombre que, al comienzo de los años sesenta, escribió José Ángel Valente. Sin duda que ese bello libro de poemas se había posado en mi preconsciente». Toma ya cultureta de campanillas la del artista maño. A ese nivel siempre me ganaba por muchos puntos.

Suscríbete para seguir leyendo