Memoria de la isla | Recursos formales de la arquitectura castrense de Ibiza

«¡Ciudadela! Te he construido como un navío sobre la espalda tranquilizadora de una colina. Y serás morada. He buscado un soporte sólido para tus flancos. Te he aparejado en la piedra para que navegues en el tiempo y superes las amenazas de la mar oscura. En tus piedras, Ciudadela, está el alma y el corazón del arquitecto. De vosotros, sus moradores, depende la ciudad de hoy y la futura, no sólo en su rostro que le da expresión, sino en su significación espiritual». ‘La Ciudadela’. Antoine de Sanit-Exupéry.

La muralla de Eivissa. | VICENT MARÍ

La muralla de Eivissa. | VICENT MARÍ / Miguel ángel gonzález

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

El hecho de que la arquitectura militar sea estricta en la severidad de sus elementos, no significa que la adustez de sus muros y torres esté necesariamente reñida con una particular plasticidad que, sin perder su condición castrense ni restar eficacia a la fortificación, puede añadir rasgos de representatividad, identidad y orgullo que también importan. Las murallas quieren provocar, incluso en sus enemigos, asombro, respeto y admiración. Cuando vemos nuestra Ciudadela desde el mar, su perfil castrense, recortado sobre el desnudo Soto, ofrece una estampa cargada de sugerencias, magnética, secreta en su cerramiento. En su otro frente, el que por el norte tiene al pie la bahía, fueron creciendo los barrios de la Penya y la Marina en la estrecha lengua de tierra que queda entre la muralla y el puerto, de manera que la muralla, cuando tenemos una visión frontal de la ciudad, sólo asoma en altura sobre los tejados de la ciudad baja.

La fortaleza, sin embargo, afortunadamente, queda expedita en sus otros vientos, sur, este y oeste. Y en cualquiera de las tres estampas provoca adjetivos inevitablemente admirativos, ¡soberbia!, ¡magnífica! ¡formidable! Incluso a nosotros, que la vemos cada día, nos sorprende su monumentalidad, su desmesura. Si nos detenemos a considerar la imponente gravedad de su masa, su inconmovible asiento en la roca, su espectacular volumetría y su grosor indecible porque es el de la misma montaña que abraza, nos preguntamos si no fue un proyecto sobredimensionado, felizmente exagerado. Giovan Battista Calvi tenía muy claro que su objetivo era conseguir una fortificación a tal punto inexpugnable que el enemigo desistiera de tomarla con sólo verla. Y a fe de Dios que lo consigue.

Pero hace mucho más. Su ingeniería es creativa, innovadora, sorprendentemente atrevida. Y no se trata sólo de su cuidado tratamiento epitelial. Va más allá de la simple estandarización constructiva. Añade plasticidad, recursos formales que en la obra castrense no eran comunes. Y descubrirlo es fácil. Recogemos los elementos que, por lo general, más llaman la atención, los más aparentes, los que, diríamos hoy, exigen fotografía.

Arista pétrea afilada

Es el caso del aproado filo que en su levante tiene Santa Lucía. El baluarte podría haber terminado en orejón, en curvo torreón o en remate plano, romo. Y no señor. Santa Lucía es una arista pétrea de extremado filo que avanza sobre la roca desafiante, encarada al mar, como aviso a navegantes. Y proyecta su lienzo en su lado este hasta que la verticalidad y altura del acantilado hace innecesaria la muralla. Es el único tramo de la fortaleza que, hasta el medio caballero del Revellín, aprovecha la condición altiva de su asiento. Es, lo sabe bien el viajero que llega por mar a la isla, un encuadre que transmite, a partes iguales, belleza y fuerza.

Un segundo paramento de incuestionable belleza es el Portal de las Tablas, la Puerta Prima o Puerta de Mar, la entrada principal y frontal de la Ciudadela. A medio camino en la cortina que une los baluartes de Santa Lucía y San Juan. A ciencia cierta no lo sabemos, pero trazas tiene de Juan de Herrera, el arquitecto mayor de Felipe II. Dejando de lado el hecho de que la rampa que llamamos Rastrillo fuera en su momento de línea quebrada y subiera desde la plaza del Carbón, —no frontal, como la tenemos hoy—, la arquitectura es aquí proscenio, representación, una expresión de manifiesta teatralidad. Por su puente levadizo que en tiempos salvaba un foso. Por las estatuas romanas que flanquean la entrada y en las que algunos ven un guerrero y la diosa Juno. Y por el pétreo escudo que sitúa y justifica la obra, con las armas de Felipe II y los blasones de la ciudad.

El zaguán, con bóveda de medio cañón, tiene tres arcadas, tres tremendos portalones de madera que, al compartimentar dos espacios, aseguraban el cerramiento. Y todavía hubo otro cierre, posiblemente verja de hierro, entre el Patio de Armas y la, ya urbana, plaza de Vila. No hace falta entrar en la Ciudadela para ver, al fondo de la misma entrada, el hogar del cuerpo de guardia, con su banco de piedra y la gran arcada de una chimenea que al retén le daba calor y abrigo. En muchos aspectos, la Puerta de Mar es un lugar singular, no en vano nos introduce en otro mundo. Y en otro tiempo. Es un espacio de inevitable evocación. Muchas veces me he fijado en un hecho curioso, la mayoría de turistas que acceden a Dalt Vila, en el momento de cruzar su entrada, no sé por qué, mantienen un tácito y breve silencio. Miran la piedra y los portalones con respeto, con admiración, con una cierta prudencia. Y el Patio de Armas, en su función vestibular, subraya, más si cabe, el aura de la Ciudadela.

Piedra y alma

Un tercer elemento de la fortaleza que llama poderosamente la atención es su otra entrada, la de poniente, la del Portal Nou, resguardada en acusado retranqueo que desde el norte la deja oculta, protegida por el orejón del baluarte de San Pedro y coronada por el caballero de San Lucas. Lo que sorprende aquí es la fuerza de su geometría, el asimétrico juego que conforman los diferentes cuerpos de muralla que dan una composición de extraordinaria belleza. Sorprende asimismo la altura de la arcada exterior que esconde la verdadera puerta, un vano de extraordinaria esbeltez que aligera la sobriedad castrense del rincón y el peso de la piedra. Es otro capricho, uno más, de una arquitectura que deja un sello en el que van siempre a la par, sobriedad y plasticidad, piedra y alma.

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