Imaginario de Ibiza | Sobre la naturaleza mutante de las orillas

A diferencia de las playas más largas, que apenas parecen variar, percibimos con mayor rotundidad los cambios que las mareas y los temporales provocan en las calas pequeñas.

Acantilado de sa Caixota. x.p.

Acantilado de sa Caixota. x.p. / xescu prats

Xescu Prats

Xescu Prats

La poesía de la tierra nunca ha muerto

John Keats

Cuanto más extensa es una orilla, más imperceptibles resultan los cambios que la naturaleza ejecuta sobre ella. En Ibiza, las playas de mayores dimensiones a menudo parecen inmutables, al menos en contraste con otras calas más pequeñas, donde el más leve cambio se erige en acontecimiento. De entre las primeras, nos acordamos a lo mejor de aquel verano en que hallamos el fondo de Cala Tarida sembrado de piedras, tras un invierno de temporales que arrastraron buena parte de la arena a las profundidades, o de aquel banco que se formó en Platges de Comtey que permitía caminar hasta los arrecifes anteriores s’Illa des Bosc sin que el agua cubriera.

A las riberas minúsculas, por el contrario, acudíamos al principio de la temporada con la incógnita de lo que podían depararnos las mutaciones de las estaciones frías, cuando permanecíamos alejados de la costa. En es Calonet, por ejemplo, a veces se acumulaba buena parte de la arena que las olas habían hurtado a Cala Tarida, cubriendo incluso los raíles de los varaderos. En otras ocasiones sucedía justo al contrario y encontrábamos morenas asomadas a los agujeros de las rocas que otros años estaban cubiertas. Nunca sabías a qué a atenerte.

Una de las orillas que siempre despertaba expectativas era la de sa Caixota, en la zona de es Cubells, a los pies de la urbanización Vista Alegre, donde sólo había cuatro casas y ninguna barrera que privatizara, de facto, una vía pública. A lo mejor íbamos una vez en todo el verano, por la pereza que a los niños nos daba subir y bajar esa escalinata interminable, que ya entonces estaba surcada de grietas. La soledad que el adulto perseguía hasta allí al niño le resultaba un tormento y una necesidad incomprensible, porque la playa tenía que ser ruido, palas, pelotas, freesbis, colchones, velomares, helados y, en definitiva, vida a raudales y en su máximo apogeo.

Sa Caixota, sin embargo, compensaba una previsible abulia con la incógnita de su aleatoria mutación, especialmente en el tramo más alejado, donde a veces se acumulaba un banco de arena donde no cabían más que cinco o seis toallas, y a donde nos dirigíamos nada más descender para saciar la curiosidad. Si de pronto aquella sucesión de cantos rodados y cúmulos de posidonia muerta trasmutaban a un lecho llano, acariciado suavemente por la corriente, nos congraciábamos con la playa y hasta construíamos torreones y fuertes. De lo contrario, dejábamos que la desilusión se diluyera buceando entre las piedras, rebuscando naufragios en los escollos y haciendo brincar los cantos más planos que halláramos en la orilla.

Entonces no había piscinas infinitas colgando de los acantilados ni extensiones de césped a su alrededor, infiltrando agua ininterrumpidamente en el corazón de un precipicio que, quien sabe, tal vez algún día se desmorone como su vecino de sa Penya Roja, del mismo material, concluyendo la aventura de sa Caixota hasta que la mar bravía barra tierra y piedras, volviendo a desenterrar la ribera.

Mientras tanto seguiremos plantándonos ante la barrera, anunciando nuestro destino al guarda, serpenteando entre las villas, cruzando bajo las ramas de la adelfa y bajando a la orilla, anhelando el rincón soñado y conformándonos con lo que haya. Pero, ante todo, entendiendo y compartiendo las razones por las que los adultos nos llevaban a tan extraño y abrupto lugar.

La costa del riesgo

En septiembre de 2005 un <strong>corrimiento de tierras</strong> provocó el derrumbe del bloque de apartamentos de lujo conocido como Residencial Vista Alegre, que se mantenía milagrosamente encaramado al acantilado de sa Caixota. Toda la costa de es Cubells, desde el Cap Llentrisca a el altiplano de Porroig, está sembrada de lujosas mansiones que parecen a punto de precipitarse al mar desde hace años. En la cercana orilla de es Niu de s’Àguila incluso se ha llegado a coser con malla de acero un acantilado, para evitar que los cimientos de otra vivienda se vengan abajo. Es, sin duda, la zona de Ibiza donde más arriesgan los moradores de tan asombrosas casas. 

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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