Imaginario de Ibiza | Los torreros de sa Guardiola y la civilización de s’Espalmador

Durante menos de un lustro, los vigías de esta la isla coincidieron con los fareros des Porcs. Los primeros, a diferencia de los otros, que habitaban un roquedal baldío, tuvieron la oportunidad, ya libres de la amenaza corsaria, de tomar conciencia del paraíso que tenían a sus pies. Quién sabe hasta qué punto lo aprovecharon.

La torre de s’Espalmador.

La torre de s’Espalmador. / X.P.

Xescu Prats

Xescu Prats

La soledad es peligrosa: cuando estamos solos mucho tiempo, poblamos nuestro espíritu de fantasmas.

Guy de Maupassant

Los últimos vigías que otearon es Freus desde lo alto de la torre de defensa de sa Guardiola, situada en la punta del mismo nombre, a poniente de s’Espalmador, se llamaban Mariano Roig Yern y José Guasch Marí, y a tenor de sus apellidos seguro que eran pitiusos. Sólo coincidieron tres años con sus colegas del islote des Porcs, donde se asienta el faro d’en Pou, que comenzó a irradiar señales luminosas en 1864, pero desde una lejanía tan cercana, pues de una isla a otra no distan ni un centenar de metros, éstos últimos debían observarlos con cierta envidia.

Mientras los fareros estrenaban un hogar desapacible y solitario, asido a rocas y salitre, por cuyas ventanas las olas se paseaban como el viento cuando se desataba la menor tempestad, los torreros habitaban una isla que, en comparación, parecía un continente y que, además, albergaba una microcivilización donde no dejaban de ocurrir cosas. El Cuerpo de Torreros se disolvió en 1867 y Mariano y Pep tuvieron que emigrar a otra parte, pero cabe imaginar que aquellas últimas estaciones en s’Espalmador, cuando la actividad corsaria ya sólo representaba un mal recuerdo y no asomaban nubarrones de peligro en el horizonte, tuvieron que resultar una experiencia asombrosa.

La diferencia más sustancial entre ambos equipos de vigías la comportaba el territorio que recorrían a diario, tan escueto en es Porcs que en cuanto te despistabas ya habías metido un pie en el agua. La Real Academia de la Lengua define islote como «una isla pequeña y despoblada» o un «peñasco muy grande, rodeado de mar». Es Porcs encaja como un guante con ambas descripciones y, aunque los fareros la habitaran, únicamente estaban allí por la obligación de mantener encendida una luminaria que evitara naufragios. Nadie en su sano juicio, de lo contrario, habría buscado amparo en tan desabrigado farallón.

S’Espalmador, sin embargo, era una isla en toda la extensión del término. Sus escasos dos kilómetros cuadrados albergaban una sociedad en miniatura, alrededor de playas tan paradisíacas como s’Alga, en Pou, sa Torreta y las calas de Bocs, las ruinas de la vieja torre medieval en el extremo norte, el estanque sembrado de barro en su corazón geográfico, áreas de juncos, bosques de sabinas retorcidas y campos emparedados que labraban y sembraban los mayorales que trabajaban para la familia Damià, herederos de la propiedad tras la repoblación de Formentera. Además, se ocupaban de pastorear el ganado y mantener Can Vidal en pie, la casa payesa cercana a la charca donde residían. También se dejaban caer por allí los pescadores de la almadraba de es Freus, que encontraban refugio físico al abrigo del islote y la playa de sa Torreta cuando amenazaba temporal y espiritual en la capilla de Santa Rita, que se construyó para que pudieran asistir a oficios religiosos, a mediados del siglo XVIII.

La vida de campesinos y pescadores era sacrificada. Trabajaban de sol a sol, para extraer lo imprescindible para sobrevivir en una tierra mísera y poco debían importarles las maravillas que ésta albergara si eran improductivas para sus intereses. Los torreros también debían atender sus obligaciones, manteniendo bien engrasados los dos cañones de la azotea y asegurándose de que la pólvora almacenada en la torre se mantuviera a salvo de la humedad. Su principal desempeño, sin embargo, consistía en observar, otear el horizonte en todas direcciones y tratar de discernir el más sutil cambio en aquel entorno paradisíaco, que ellos, ya libres de peligro y con tanto tiempo por delante, sí debían gozar con alborozo. Al menos, parece inevitable.

La primera torre de Formentera

La torre de sa Guardiola es un elemento inconfundible del paisaje cuando se navega entre Ibiza y Formentera. Se asoma al mar prácticamente desde el precipicio que conforma la costa oeste de s’Espalmador, con un perfil achatado que, por la piedra con que fue construida, se mimetiza con la roca desnuda. Fue la primera de las cinco que existen en territorio formenterano, estando ya terminada en 1750, más de una década antes que las siguientes. Se diferencia levemente de éstas por algunos matices constructivos, aunque igualmente tiene dos plantas, accediéndose antaño por una entrada superior protegida con matacán, a la que se ascendía con una escalerilla. Fue restaurada en 1993.

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