Dominical

El embarcadero de Comte: ponerle puertas al mar

Ocho años después de la polémica por el cierre con portales de un acantilado, impidiendo el paso a los bañistas en una zona de dominio público marítimo terrestre, dicha infraestructura sigue privatizando de facto este tramo de costa.

Portal con cerramiento. | X.P.

Portal con cerramiento. | X.P. / xescu prats

Si quieres destruir la avaricia, debes destruir el lujo, que es su padre.

(Cicerón)

Aunque la costa ibicenca es de dominio público y todos disfrutamos del derecho a pasearnos por ella, en la isla se van produciendo tensiones ocasionales originadas por terratenientes de villas fronterizas al mar que sostienen —y hasta defienden con uñas y dientes—, que su territorio privado se extiende hasta más allá de los confines establecidos en las escrituras notariales.

En el pasado, hemos asistido a ejemplos lamentables de particulares empeñados en exiliar de playas y escolleras a aquellos bañistas que provisionalmente se han establecido en las inmediaciones de sus dominios, empleando la intimidación y la falsedad más absoluta. Por ejemplo, amedrentando al visitante bajo el argumento de que estar invadiendo una propiedad privada y procediendo, a continuación, a expulsarlo con cajas destempladas y bajo la amenaza de soltar a los perros.

Conductas de esta índole se han registrado de manera recurrente en enclaves tan variopintos como es Canaret, el recodo de varaderos que existe frente a ses Illetes de Porroig o es Niu de s’Àguila, en la costa abrupta de es Cubells, por poner algunos ejemplos. Incluso hay urbanizaciones de exclusivos chalets que mantienen la barrera bajada en el control de acceso, aunque las atraviesen carreteras de uso público que constituyen la única ruta posible para alcanzar determinadas calas.

Embarcadero de Comte. | X.P.

Embarcadero de Comte. | X.P. / xescu prats

Los acantilados de buena parte de la isla, asimismo, están sembrados de escalinatas que serpentean por los precipicios hasta muelles exclusivos solo alcanzables por tierra por los huéspedes de estas quintas. Ello, a pesar de que su trazado discurre por la franja costera pública y, además, en su inmensa mayoría, se han construido sin autorización ni licencia. Aun así, el organismo responsable de mantener el litoral ibicenco en su estado natural, que históricamente ha sido la Demarcación de Costas, no ha movido un dedo para revertir la situación de estos parajes.

En esta isla de las paradojas, los agravios comparativos y las contradicciones llama aún más la atención que a los propietarios de los pocos chiringuitos de madera que aún subsisten en algunas playas se les obligue a desmontar hasta la última tabla en invierno, mientras se concede manga ancha a estos antropófagos del territorio. Y demostrar su responsabilidad por dichos atentados urbanísticos parece bien sencillo, pues las citadas infraestructuras únicamente son accesibles desde su domicilio. El colmo del despropósito aguarda en la denominada Casa de s’Embarcador, situada al sur de es Racó d’en Xic, en Platges de Compte, por obra y gracia de un oligarca ruso que además concentra varias denuncias por construcciones ilegales. En 2016, incluso llegó a provocar concentraciones frente a su vivienda por los abusos cometidos en la costa y cerrar el tránsito a los viandantes.

La tensión alcanzó su cénit cuando, aprovechando un permiso que inexplicablemente le había concedido la Demarcación de Costas para instalar unos kayaks, un embarcadero y unas tumbonas, el conjunto evolucionó a colosal chill out, con una obra mayúscula en el acantilado, con senderos y escaleras de hormigón armado que descienden desde su piscina hasta el mar, incluido un conjunto de terrazas soladas con losas de piedra, duchas, instalación eléctrica, arcones frigoríficos, altavoces y balnearios a distintas alturas, literalmente adheridos al agua.

Para colmo, el acantilado quedó clausurado por unos portales de obra equipados con cerramientos metálicos deslizantes, que el personaje acciona a voluntad, impidiendo el paso a los viandantes por la costa. Eso, cuando no envía a su personal de seguridad a expulsar a los bañistas, privatizando de facto una zona pública. Las imágenes que ilustran esta página fueron tomadas en esos tiempos de polémica, pero hoy el lugar sigue igual, incluida la extensa área de relax bañada por las olas que nada tiene de desmontable y esos arcos en la costa que demuestran que, en Ibiza, ya hasta se le pueden poner puertas al mar.

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