Imaginario de Ibiza: La retícula invisible de los estanques de es Codolar

La mayor parte de la infraestructura salinera mantiene su armazón en pie. La excepción son los estanques de poniente, que han perdido buena parte de sus motas, quedando reducidos a dos gigantescas lagunas donde la naturaleza campa a sus anchas.

Parte de las motas que aúnresisten en ses Estanysdes Còdols.

Parte de las motas que aúnresisten en ses Estanysdes Còdols. / X.P.

Después del amor no queda más que la sal de las lágrimas.

(Joël Dicker. ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’)

Hace ya más de un cuarto de siglo —el tiempo vuela—, en un viaje a la isla de Bali, vergel indonesio con forma de tubérculo encajado entre Java Oriental y el archipiélago de las Nusas, tomé conciencia por primera vez de que, en contadas ocasiones y casi siempre de manera involuntaria, la mano del hombre es capaz de modelar paisajes aún más preciosos que los creados aleatoriamente por la naturaleza y el tránsito de las estaciones.

La geografía balinesa, como la ibicenca, está abollada de montes, pero allí los coronan bosques de palmeras y, en los valles del interior, las laderas se precipitan escalonadas y verdes, formando ondulantes espejos de agua por los que se deslizan las nubes. Son las terrazas de arroz, esenciales en aquella economía de subsistencia, que condicionan el paisaje y ejercen como metrónomo existencial en la rutina de los lugareños.

La hermosura de un escenario labrado por la necesidad de procurarse alimento, decía, la interioricé en Bali, pero inconscientemente, y al igual que cualquier otro ibicenco de mi generación, permanecía latente desde la infancia. El sistema de enseñanza, entonces aún esquivo con lo nuestro, favorecía que los niños creciéramos ajenos a la importancia histórica y a la abrumadora monumentalidad de la retícula salinera, principal industria isleña durante más de dos mil años, hasta la irrupción del turismo. Con esta nueva coyuntura aprendimos y crecimos, ajenos en parte –tal vez para no contagiarnos de miserias pretéritas–, a lo que éramos y de donde veníamos. Unos dirían que sus ancestros eran pescadores y otros que labradores, pues la tercera opción, apuntalada en el imaginario colectivo por Don Isidor Macabich, había que evitarla. Aunque haberlos, haylos, como las meigas en los bosques encantados de Galicia.

Estanques abandonados

Fueran lo primero o lo segundo, muy probablemente ejercieron también como salineros en algún momento de sus vidas, ya fuera para juntar reales ante la inminencia de un matrimonio, acondicionar una casa o acumular ahorros en previsión de los inesperados reveses de la vida. Las salinas, en todo caso, representan el ejemplo más flagrante de hasta qué punto el ibicenco es contumaz a la hora de valorar lo suyo. Los estanques hoy solo pueden flanquearse, cuando deberían estar atravesados por senderos y pasajes que permitiesen sobrevolarlos de cabo a rabo, descubriendo su extraordinaria biodiversidad y la complejidad de su funcionamiento, fundamentado en una serie de lagunas calentadoras, concentradoras y cristalizadoras.

Los mejor conservados, delineados por una urdimbre de motas, se extienden desde la retaguardia de es Cavallet, flanqueados por el Puig des Cap des Falcó y el des Corb Marí, hasta el labrantío fronterizo con la valla del aeropuerto. Sin embargo, según avanzamos hacia el oeste, en dirección a la playa de es Codolar, los trazos se difuminan y los estanques, por abandono, evolucionan a dos colosales lagunas paralelas (los estanques des Codolar y des Còdols). Sólo desde el aire, o usando Google Maps, se adivinan, sumergidos, los trazos de antaño. Hoy, esta extensa porción de la industria salinera parece empeñada en volver a fundirse con la naturaleza, como si el paisaje que conforma, ya aparentemente sin modelar, con las ruinas de las motas asilvestradas de salicornias, siempre hubiese estado ahí.

La decadencia del siglo XX

Los primeros textos sobre las salinas de Ibiza se registraron en tiempos de Al-Andalus, en el siglo XII. Sin embargo, el comercio de pescado en salazón desde la antigüedad, determinado por el hallazgo de ánforas y otros restos arqueológicos, permiten establecer una producción de sal paralela a la propia civilización isleña. Tras la conquista cristiana del siglo XIII y el asentamiento del gobierno insular de la Universitat, las salinas se gestionaron como un bien del pueblo ibicenco, hasta ser confiscadas por los Borbones tras la Guerra de Sucesión, en el XVIII. Luego, ya en el XIX, fueron vendidas a Salinera Española, que las restauró y amplió. La parte de es Codolar, la única que no se mantiene, comenzó a arruinarse progresivamente tras la irrupción del turismo.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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