Imaginario de Ibiza: Paisaje de arena oscura a pie de una escalera

La orilla de Cala Boix ofrece un espectáculo de grises, con tonalidades que van oscilando según se desciende por la escalinata que permite sortear el acantilado

Desde arriba, la negrura de Cala Boix aún no se revela en toda su magnitud.

Desde arriba, la negrura de Cala Boix aún no se revela en toda su magnitud. / X.P.

@xescuprats

Si un pájaro llevara en el pico un grano de arena de un lado al otro del océano, y volviera a hacer lo mismo, uno por uno, con cada uno de los granos de arena del mundo, cuando los hubiera llevado todos apenas habría empezado la eternidad. (Truman Capote)

Una de las escaleras más impresionantes del mundo, dicen que la más larga hecha de madera, se halla en Noruega, en la localidad de Flørli. Arranca en el lago Ternevatnet y asciende por una ladera boscosa que se abre de pleno al fiordo Lysefjord, en paralelo a una tubería de agua de una central hidroeléctrica. Al parecer, tiene 4.444 escalones, aunque hay discrepancias respecto al número exacto de ellos. En cualquier caso, hay que estar en muy buena forma física para recorrerla, ya que es extraordinariamente empinada en algunos tramos y la caminata requiere un mínimo de cuatro horas, hasta superar un desnivel de 740 metros.

La escalera de Flørli constituye un ejemplo insuperable acerca de cómo los paisajes conectados mediante prolongadas sucesiones de escalones se experimentan de otra manera. El tiempo que requiere atravesarlas obliga a recrearse en el objetivo desde la distancia, absorbiendo involuntariamente cada detalle durante ese tránsito inevitable. La rítmica alternancia entre tabica y huella recompensa el esfuerzo al que nos somete, a través de una asimilación mucho más intensa del medio.

En Ibiza ocurre lo mismo en algunas playas a pie de acantilado, que también se encuentran conectadas con el resto del territorio a través de prolongadas sucesiones de escalones, aunque sean mucho más modestas que Flørli. En ellas, sin embargo, se goza esa misma sensación de paladear el paisaje y escudriñarlo al detalle. Las playas con extensas escaleras no abundan en la isla, a pesar de la geología escarpada que caracteriza buena parte del litoral. Las encontramos, por ejemplo, en sa Caixota, Sòl d’en Serra, sa Figuera Borda y Cala d’Hort y Cala Tarida, cuando accedemos por su lado norte.

Pero la más representativa y reconocible probablemente sea la de Cala Boix, que se despliega por el acantilado mediante profundas e inclinadas huellas, que apuntan en todo su recorrido hacia el mar y la arena oscura que cubre la orilla. Desde arriba, la negrura de Cala Boix aún no se revela en toda su magnitud, sino que se intuye primero a través de un tono perla, que evoluciona a ceniza a mitad de recorrido, volviéndose marengo a pie de playa. Esta gama de grises alcanza el apogeo de su nebulosidad en aquellos tramos de orilla que quedan empapados por el vaivén de la corriente, adquiriendo matices de antracita. O tal vez sea tan solo un efecto óptico producido por el contraste entre esta arena renegrida que solo puede hallarse en Cala Boix y el esmeralda eléctrico que adquiere un mar que, como ocurre en ses Salines, se hace de rogar un largo trecho hasta que cubre.

Tal vez por culpa de la leve exigencia que plantea la escalera, mucho mayor a la vuelta que a la ida, con el agravante de que ya no aguarda una inmersión refrescante al otro lado del trayecto, Cala Boix es una playa habitualmente alejada del colapso. Salvo días puntuales de julio y agosto, suele estar tranquila, sin agobios, pudiéndose plantar la toalla sin invadir la distancia personal de otros bañistas. La mayor parte de la orilla se extiende en una única lengua de arena, aunque existen otras más pequeñas intercaladas entre tramos de escollos, donde encontrar una densidad humana aún menor. Un verdadero paraíso, en todo caso, por oscuro que parezca.

Chiringuito a dos alturas

El último tramo de la escalera que desciende a Cala Boix conecta con un rústico chiringuito de madera a dos alturas, que aún conserva el ambiente, la informalidad y la familiaridad de aquellos kioscos que antaño había en muchas playas ibicencas, donde se servían platos sencillos, elaborados en pocos minutos, que, sin embargo, junto al mar, sabían a gloria. Muchos acabaron reconvertidos en restaurantes de estructura sólida, evolucionando carta y servicio, e incrementando calidad y rentabilidad. A costa, sin embargo, de perder parte de esa autenticidad originaria.

Xescu Prats es cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

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