Imaginario de Ibiza

La Formentera que se avista desde los baluartes sureños

El lado austral de las murallas sobrevuela el Mediterráneo y ofrece una perspectiva única del paso de es Freus y Platja d’en Bossa. Casamatas y parapetos ofrecen múltiples perspectivas en las que el monumento interactúa con el paisaje que lo envuelve

Formentera desde un baluarte de Vila.

Formentera desde un baluarte de Vila. / xescu prats

Xescu Prats

El tiempo siempre suele dar una perspectiva distinta de las cosas. (Jordi Sierra i Fabra)

Ocurre con frecuencia que un monumento, por valioso e importante que sea desde el punto de vista histórico o arquitectónico, compite en el asombro que produce con el paisaje que lo rodea. Así ocurre, por ejemplo, en la mezquita de Santa Sofía, antigua basílica de la iglesia ortodoxa, en Estambul. Sus colosales cúpulas, minaretes, espolones y contrafuertes rivalizan en belleza con la sobrecogedora panorámica del estrecho del Bósforo, prácticamente a los pies de la aljama, que separa Europa del continente asiático y da paso al Mar Negro.

Con las murallas de Ibiza acontece algo parecido. La grandiosidad de sus baluartes, la complejidad de su arquitectura, la retícula de calles medievales que contiene y el cúmulo de herencias de las distintas civilizaciones se confronta con el asombroso paisaje marítimo. El Mediterráneo abraza la fortaleza como si fuera un barco tanto al norte y al este, desde donde planea sobre el puerto, como al sur, donde el océano se abre y aún resulta más subyugante.

El limitado tiempo a disposición del viajero, a menudo apremiante y exigente consigo mismo con la superficie que cubre, impone la superficialidad e impide casi siempre gozar de la esencia del monumento. Su mayor valor, precisamente, suele radicar en la interacción de la obra del hombre con la naturaleza sobre la que se asienta. Nos imponemos un ritmo expedicionario tan frenético –de museos, monumentos, iglesias, restaurantes, experiencias y comercios–, que cuesta desentrañar la esencia y la magnitud del conjunto. Y éstas casi nunca se vislumbran a través de una suma de pequeñas cosas.

El poeta escribe sus mejores rimas sobre aquello que conoce, que puede describir con los ojos cerrados. Se requiere cierta familiaridad con el monumento, sin llegar a la cotidianeidad o a la monotonía, para alcanzar el cénit de su disfrute. Los fotógrafos conocen bien esta sensación de exploración y sorpresa, hasta que llega el día en que ya apenas encuentran un nuevo ángulo o una sensación desconocida.

La capacidad necesaria para gozar de forma absoluta la conjunción de monumento y paisaje que se produce en el lado sur de las murallas, entre las puntas de flecha de Sant Jaume, Sant Jordi y Sant Bernat, requiere de esas vivencias previas, pues allí los elementos que atraen la atención y nos sustraen de este objetivo son muchos: los restos de la muralla árabe de la Ronda Calvi, el baluarte musealizado de Sant Jaume, el Castillo y su torre del homenaje, la ingeniosa ingeniería del túnel des Soto, las casamatas, la fachada posterior de la catedral…

Sin embargo, cuando se dispone de tiempo y capacidad de evasión frente a todos estos estímulos, podemos asimilar todas las maravillas que retiene el paisaje: los islotes de sa Corbeta i ses Rates en las cercanías, es Malvins algo más alejados y, en lontananza, s’Espardell y, algo más ladeado, s’Espalmador, para finalmente ver cómo el macizo de la Mola se eleva sobre todos ellos entre la bruma.

Esta visión, con los ángulos que forma la muralla, se transforma a cada paso, proporcionando postales distintas. Incluso el asfalto del Camí del Calvari, a los pies, adquiere atractivo y notoriedad si se conjuga de forma adecuada entre parapetos, mientras apunta al horizonte.

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PLATJA D'EN BOSSA ENTRE BRILLOS

Desde el mismo tramo de muralla, con la antigua Comandancia Militar, hoy sede de la Universitat de les Illes Balears, el paisaje se abre hacia el Puig des Molins y la costa de Platja d’en Bossa para finalmente alcanzar el Parque Natural de ses Salines. En los días grises, en que los rayos de sol se cuelan entre las nubes, la superficie del mar se vuelve atigrada, con espejos brillantes que se alternan con fondos oscuros. Las Pitiusas, desde aquí, son un espectáculo.

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