Memoria de la isla: Del viajero al turista

La exposición ‘Eivissa a través dels llibres de viatge, les guies i altres impressos’ que pudo hacerse gracias a la ‘Col·lecció Joan-Albert Ribas’ y que vimos hace ya algún tiempo en Sa Nostra Sala, me hizo pensar en la conveniencia de dedicar unas rayas a las guías turísticas que, como pude constatar en la secuencia de aquella muestra, descubren no sólo la visión que en distintos momentos se tenía y publicitaba de nuestro archipiélago, sino muchos otros aspectos del medio natural, de la ciudad, de los pueblos y de cómo era entonces la vida en nuestras islas.

La bocana del puerto, tal como era. Josep Mª Subirà

La bocana del puerto, tal como era. Josep Mª Subirà / Miguel ángel gonzález

Gracias a Joan-Albert Ribas, sabemos que el primer trabajo que describe nuestra isla desde una perspectiva viajera, With a camera in Majorca (Iviza and Menorca), se lo debemos a Margaret D’Este, publicado el 1907 con un buen número de fotografías hechas por su madre. A partir de entonces se produce un espaciado goteo de publicaciones que dan noticia de la isla y es a partir de los años 60 del siglo pasado cuando las guías se multiplican para responder a la demanda de un turismo que es ya masivo y que no ha dejado de crecer. No podemos decir, sin embargo, que este tipo de publicaciones descubriera el Mediterráneo.

El Mare Nostrum tuvo muy temprana colonización y los textos clásicos dan ya noticia de «una isla llamada Pitiusa por los muchos pinos que crecen en ella». Aquellas primeras referencias sólo dejan una mínima descripción de nuestra situación en las afueras de Occidente, de nuestra geografía, de cuáles eran entonces los cultivos, de cómo eran las casas y qué gentes la habitaban, pero no por ser anotaciones escuetas dejan de ser significativas. Cabe incluso pensar que, ya entonces pudieron tener, como las guías de ahora, un efecto llamada para los viajeros que vinieron después.

La mayoría de ellos en tránsito tal vez hacia las míticas Columnas de Hércules (hoy Gibraltar) y Tartessos, El Dorado del mundo antiguo que, entre la historia y la leyenda, estaría ubicado en el suroeste peninsular, en las tierras de Huelva donde todavía encontramos el pueblo de Tharsis. Tal vez por todo ello, siempre que oigo hablar en nuestros días de los muchos turistas que nos visitan y del importante contingente de residentes extranjeros que viven en la isla, me viene a la memoria la nota que hace más de dos mil años nos dejó Diodoro Sículo, (90 aC), cuando de la Ibiza de entonces dice que estaba habitada por «toda clase de extranjeros» (Historicon Bibliotheke, V, 16-18). La historia se repite.

Dicho esto, al revisar ahora las guías de viaje que tenemos a mano, lo primero que vemos es su polifacética perspectiva. Cosa lógica, porque describir un lugar, un paisaje y la vida de quienes viven en él, es algo que puede hacerse desde distintos puntos de vista, según su autor sea geógrafo, sociólogo, historiador, etnólogo, arqueólogo, periodista, novelista o, sencillamente, un viajero curioso. El objetivo del relato, por tanto, puede ser científico, literario, de mero interés y, por supuesto, también comercial. En este último capítulo están el 99 % de las guías turísticas o de viaje, así como los textos que con la misma motivación aparecen en cualquier medio de difusión. Son descripciones de carácter divulgativo y tratamiento dispar. Junto a las ‘guías’ que facilitan con seriedad voluntariosos recorridos y dan noticia del medio natural, la arqueología, la historia, la arquitectura, la cultura y las costumbres, todas las otras suelen pecar de ligeras y no disimulan su carácter publicitario. Mientras las primeras tratan de explicar la realidad como es, con luces y sombras, las segundas ignoran lo que no conviene mostrar y ofrecen únicamente los aspectos que pueden atraer al viajero.

En el caso de las guías dedicadas a nuestras islas, podríamos decir que tenemos un poco de todo y un mucho de nada, guías que son sencillamente correctas, con más imágenes que contenidos explicativos, y muchas otras, la mayoría, que resultan pobres, incluso engañosas en muchos aspectos, decantándose hacia el turismo masivo de sol y playa que tenemos hoy. Es difícil encontrar en ellas un análisis objetivo, completo y con el necesario equilibrio de imágenes y textos. En cualquier caso, estén mejor o peor hechas, si están actualizadas cumplen su función de orientar al viajero en determinado momento y permiten constatar los cambios que han experimentado las islas y las formas de vida de sus habitantes.

Por razones obvias, cuanto más retrocedemos en su fecha de publicación, menos válidas son porque la realidad que describen ha cambiado y acaba siendo irreconocible. Es evidente que las guías, según pasan los años, pierden la función que en determinado momento tuvieron para el viajero, aunque no por ello dejan de tener un valor documental incuestionable. Sus contenidos pueden estar desfasados, pero siguen siendo un excelente depósito de memoria. De nuestras islas no se elaborado mejor guía que la que nos dejó el Archiduque, Die Balerarem, un trabajo tan sencillo expositivamente como exhaustivo y concienzudo en su tratamiento. Hoy no tenemos nada igual.

Estudios fragmentarios

Si dejamos de lado las guías estrictamente comerciales, los otros trabajos que se publican son estudios fragmentarios, inevitablemente parciales. Cada quien, -arqueólogo, historiador, geógrafo, etnólogo o arquitecto-, habla de lo suyo. Y el problema en tales casos es que suele tratarse de sesudos estudios que no llegan a pie de calle. Nadie acomete una empresa de divulgación integral y sencilla sobre nuestras islas y nuestra vida en ellas. Empiezo a pensar que lo más parecido que tenemos a lo que digo es el trabajo multidisciplinar -no importa que esté alfabetizado porque puede ser una ventaja- la Enciclopèdia d’Eivissa i Formentera (Eif). Ver tan ingente aportación como excelente guía del viajero es un aspecto que hasta ahora yo mismo pasaba por alto. Pero ahí está: de la A a la Z, todo o casi todo lo que sabemos hoy sobre Ibiza y Formentera. 

Suscríbete para seguir leyendo