Vistas alternativas desde es Puig des Savinar

La presencia de es Vedrà y es Vedranell resulta tan imponente, que el caminante que asciende al nido de águilas donde se asienta la torre apenas puede asimilar los otros escenarios que se vislumbran desde esta altura. Para tomar consciencia de ello, se requiere visitar el lugar con cierta insistencia

El mar se exhibe lleno de islotes, con ses Bledes a lo lejos.

El mar se exhibe lleno de islotes, con ses Bledes a lo lejos. / X.P

El mar lo devuelve todo después de un tiempo, especialmente los recuerdos. (Carlos Ruiz Zafón).

La apabullante espectacularidad de algunos lugares minimiza la grandeza de aquellos que tienen al lado, provocando un injusto desequilibrio. Así ocurre al ascender hasta lo más alto del Puig des Savinar y descubrir la impresionante perspectiva de es Vedrà y es Vedranell desde su abrupta cumbre, alineados sobre la corona de la torre de defensa, en mitad del gran azul. Tan subyugante e hipnótica resulta dicha contemplación que apenas concede tregua para escudriñar hacia otros puntos cardinales, donde la naturaleza exhibe un nivel de soberbia semejante.

Es lo que sucede con la maravilla que también representan Cala d’Hort y el mar de islotes que encontramos en la periferia de es Vedrà, echando la vista al norte desde este mirador. Todo aquel que sea capaz de ignorar por un instante el poniente acaparador, distingue, desde esta privilegiada altura, buena parte del litoral de la playa, con sus cuarenta casetas varadero alineadas en el extremo oeste y el restaurante situado en el centro, bautizado como la orilla. En el extremo oeste, más allá de los refugios de los pescadores, encaramado al acantilado y al final de la rústica escalinata que lo conecta con la playa, aguarda Es Boldadó, otro mesón marinero, con su terraza apuntalada de madera, magnífico mirador ganado al aire, y ese gran anuncio que da vueltas encima de él, tan fuera de lugar. La desmesura del rótulo, tan habitual en las carreteras isleñas, aquí aún resulta más chirriante.

El Carmen, el restaurante situado en el extremo opuesto, queda oculto bajo el mismo altiplano en el que, en verano, se concentra el rebaño de instagramers, buscando capturar un acoso tan bello como multitudinario y asfixiante. En esta misma meseta ofrecía clases de yoga el impresentable extranjero que le negó auxilio a un ciclista ibicenco después de atropellarlo, segándole la vida.

Sobre la playa, la retícula de calles de tierra que conecta los chalets de sa Planota de Cala Carbó, privilegio concedido a los extranjeros y potentados que los erigieron antaño. En sa Punta des Moro aguardan también esas villas de estructura moruna, totalmente blancas, con cúpulas en el centro. Y por encima de todas ellas, la sierra frondosa de pinos. Aunque la orilla de Cala Carbó no es visible, basta con fijarse en los chalets de color almagre, los únicos oscuros en toda la zona, para delimitar la situación geográfica de la playa. Qué cerca, en todo caso, parece de Cala d’Hort desde esta perspectiva; y, en realidad, campo a través, apenas hay distancia, al contrario que por carretera, que se requiere de un largo desvío.

El mar, asimismo, se exhibe lleno de islotes, con s’escull de Cala d’Hort en primer término, ses Bledes a lo lejos, distinguiéndose incluso el faro que hay en sa Bleda Plana, levantado en 1924 como simple baliza y reconvertido en torre en 1971. Y medio oculto tras el monte que se eleva sobre la urbanización de esta zona, s’Espartar. Si la imagen no se acabara, al otro lado aparecería s’Illa des Boc.

Una percepción de lo secundario, en definitiva, que requiere acercarse y explorar el Puig des Savinar en varias ocasiones, hasta adquirir suficiente inmunidad como para ser capaz de asimilar el resto del paisaje.

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