Imaginario de Ibiza: Entre los varaderos de ses Canyes y ses Parreres

Más allá de es Pujols y el hotel Rocabella, siguiendo las pasarelas de madera que sobrevuelan las dunas, se alcanza el puerto de ses Canyes. Alberga una de las mayores concentraciones de varaderos de Formentera y está abrigado por un conjunto de escollos

Varaderos en la costa. x.p.

Varaderos en la costa. x.p. / xescu prats

Ni una arena soñada puede matarme, ni hay sueños que estén dentro de sueños. (Jorge Luis Borges)

Me pregunto cuántos de los turistas que visitan la costa de es Pujols, una de las principales zonas turísticas de Formentera, se aventuran más allá del territorio comprendido entre la Punta Prima, al este de la cala, y la Punta Alta, que cierra la bahía por el oeste. A pesar de ser una de las zonas más urbanizadas de la isla, la belleza de la orilla, de un turquesa cegador, los singulares y rústicos varaderos inclinados y los múltiples islotes y escollos que salpican el horizonte, como s’Aigua Dolça, es Fonoll Marí i es Polp, a una de distancia tan cercana que bastan unas pocas brazadas para alcanzarlos, constituyen suficiente atractivo como para olvidarse de seguir explorando más allá.

Algunos, sin embargo, sí se aventuran hacia el norte a través de las pasarelas de madera que sortean las dunas hasta el istmo de la Punta Alta. Como recompensa, hallan a partir de este punto una orilla igual o incluso más subyugante, plenamente virgen y a tan solo unos pocos minutos de paseo. El primero de estos enclaves, que ejerce de transición entre la Formentera de antaño y la más turistificada, se sitúa justo a la espalda del hotel Rocabella, que ocupa la citada península, que también se caracteriza por un tramo de costa recortada, antigua cantera de marès, conocida como sa Pedrera d’en Coix.

Esta zona es una de las que mayor número de varaderos aglutina de la isla, con más de veinte vías de madera, que se elevan en pendiente hacia el mar a ambos extremos de esta media luna, justo donde la arena transmuta a roquedal bajo. Como es habitual en Formentera, en el extremo más alto de cada varadero, un tosco refugio hecho con tablones de madera, sin puertas, que se limita a proporcionar sombra y resguardo ante la lluvia.

Pese a que el litoral del lado de Levante a menudo soporta marejada y temporales, esta orilla se encuentra más protegida de lo habitual por el islote de ses Parreres, que cubre prácticamente todo el frontal de la rada, permitiendo el acceso a las pequeñas embarcaciones que aquí se cobijan únicamente por estrechos pasos laterales. Tras el islote, apuntando al norte, otro conjunto de escollos, denominado Escullet des Pujols. En verano este rincón constituye un fondeadero tan bueno para chalanas, llaüts y pequeñas lanchas, que numerosas embarcaciones sin varadero suelen utilizarlo como puerto.

A partir de aquí, comienza uno de los auténticos paraísos formenteranos, con un agua, una transparencia y una calidad de arena que nada tienen que envidiar a las playas de Illetes y Llevant, mucho más populares y reputadas. El primer arenal, el de ses Canyes, se extiende a lo largo de unos doscientos metros, hasta que la costa se vuelve nuevamente piedra. Luego la sucede sa Roqueta, más escueta pero igualmente espectacular. Esta última puede alcanzarse por carretera hasta prácticamente la orilla. Ses Canyes, en cualquier caso, constituye un ilustrativo ejemplo de por qué siempre cabe hacer caso a ese instinto que nos impele a seguir avanzando un paso más.

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