Aniversario de un clásico

‘El principito’, 8o años, aprendiendo idiomas

La obra es un hito del coleccionismo literario y ha llevado a muchos amantes de la historia de Saint-Exupéry a buscarla en alguna de las 550 lenguas a las que se ha traducido

‘El principito’, 8o años, aprendiendo idiomas

‘El principito’, 8o años, aprendiendo idiomas / PoR INMA GONZÁLEZ

Inma González

Jaume Arbonés lleva años buscando el Santo Grial. No el de los mitos artúricos, ese se lo deja a Indiana Jones. Este empresario barcelonés anda a la caza de un tesoro literario casi tan difícil de encontrar. Tres primeras ediciones de El principito muy específicas: Kichkina Shahzoda, la traducción al uzbeko de 1963; Xiao Wàng Zi, la versión en chino de 1967, y Rajkumar, la publicación en oriya, lengua india, de 1972. «Existir, existen. Pero encontrarlas no es cuestión de dinero. Es una trabajo monumental», subraya. Una odisea, «incluso en la era de internet», que le gustaría contar en un documental «como los de National Geographic, mezcla de intriga, aventura, viaje e historia».

Para que el lector se haga una idea, bastan tres ejemplos. La traducción en turcomano de 1976 la consiguió «tras contactar con una empresa turca de compraventa de alfombras que tiene negocios en Turkmenistán y cuyos dueños viajan a menudo a Ashgabat», la capital del país. La vietnamita de 1966 pertenecía a una mujer que «pudo salvarla de los comunistas porque, cuando irrumpieron en su casa para quemar todas las obras que no seguían los preceptos de Mao Tse-Tung, los convenció de que solo era papel para encender el fuego y cocinar». Y para hacerse con la galesa de 1975 puso un anuncio internacional «tipo recompensa del Lejano Oeste»: «Era algo así como: ‘Ofrezco 500 dólares a quien me consiga este libro’. Me contactó una señora muy mayor, empezamos a hablar, nos caímos bien y al final me dijo: ‘El libro no te lo voy a enviar. Si lo quieres, tendrás que venir a buscarlo’. Y hasta allí me fui en verano con los niños y la mujer de vacaciones. Nos pasamos tres días en su casa, conocimos a toda su familia, nos llevaron de pubs… y volví con Y Tywysog bach, que así se titula, tras un viaje inolvidable a un país de una belleza apabullante»

De la primera edición de la conocida obra de Antoine de Saint-Exupéry (Lyon, 1900-Mediterráneo, 1944), que la editorial Reynal & Hitchcock publicó en Nueva York el 6 abril de 1943, es decir, hace 80 años, tiene varios ejemplares. En inglés, porque, sí, el libro en francés más leído y más traducido de todos los tiempos primero vio la luz lejos de casa gracias a la traducción que hizo Katherine Woods a partir del manuscrito original.

En francés salió también en EE UU una semana después, pero en Francia, sumida por entonces en la Segunda Guerra Mundial, Éditions Gallimard no lo publicó hasta 1945. El autor, y también aviador, no llegó a hojear sus páginas, pues desapareció en el mar el 31 de julio de 1944 durante una misión de reconocimiento de la isla de Córcega en plena contienda. Luego llegaron las versiones en polaco (1947), italiano (1949), danés (1950), alemán (1950), castellano (1951), hebreo (1952), japonés (1953), griego (1957), catalán (1959), esperanto (1960)…

‘El principito’, 8o años, aprendiendo idiomas

‘El principito’, 8o años, aprendiendo idiomas / PoR INMA GONZÁLEZ

Hoy se puede encontrar en cerca de 550 idiomas y dialectos, algunos incluso inventados (ahí están la versión en klingon, lengua que aparece en Star Trek, y en aurebesh, el sistema de escritura ideado para La guerra de las galaxias), una marca solo superada por la Biblia (Libro Guinness de los récords dixit), aunque es posible que cuando usted lea estas líneas ya sean más, pues no dejan de publicarse. Incluso en jergas casi olvidadas en España o de zonas con solo unos pocos miles de habitantes, como el habla de El Rebollal (variedad local de la lengua leonesa que resiste irreductible en solo cinco pueblos –Navasfrías, Peñaparda, El Payo, Robleda y Villasrubias–: El principinu, 2021), la gacería (propia de Cantalejo, Segovia: El pitoche engrullón, 2022) y el cheli (sociolecto madrileño que se remonta al siglo XVIII: El chaval principeras, 2022).

Ni por dinero ni por competir

Estas últimas traducciones no forman parte de la colección de Arbonés, pues él ha acotado su búsqueda a primeras ediciones y a un periodo muy concreto –de 1943, fecha de la primera publicación, a 1989, año de la caída del Muro y, en su opinión, «del inicio de la globalización, que en cierta manera lo ha vulgarizado todo, también la forma de editar»–, pero sí de la de Marifé Santiago-Bolaños, escritora madrileña, doctora en Filosofía por la Universidad Complutense y profesora en la Universidad Rey Juan Carlos. Ella atesora más de 1.500 ejemplares en más de medio millar de lenguas. Difícil elegir, pues, el más estimado, pero entre otros cita el que le regalaron sus padres cuando tenía 10 años –«lo dejé y no me lo devolvieron, así que tiempo después compré el mismo como homenaje a aquel momento»– y uno en dari «que pudieron leer niños y niñas en Afganistán y ha despertado en algunos el afán de estudio y de libertad que la historia no les deja tener».

Esta profesora y su marido empezaron la colección hace al menos 30 años «de modo fortuito», como la mayoría de los amantes de la obra: «Un día, en una librería, vimos el libro en inglés y francés, ediciones que sumamos a la española. A partir de ahí, empezamos a buscarlo en los países que visitábamos: en italiano, en alemán... Amigos y amigas que se enteraron comenzaron también a traernos de regalo El principito cuando visitaban lugares donde había traducciones o ediciones curiosas». Es por ello que define su recopilación como «una colección desde la amistad». «Alrededor no concibo nada relacionado con lo económico ni lo competitivo», recalca. A ella le basta con imaginarse «la posibilidad de que el mundo puede encontrar lo que nos une en un libro».

Tampoco Jordi Villalba, psicólogo de Caldes de Montbui, piensa en lo invertido o en el valor actual de los 1.288 ejemplares en 518 lenguas, dialectos y transcripciones –«las personas grandes aman las cifras», dice el aviador en la obra–, que lleva 12 años recopilando. «Como la mayoría de los coleccionistas, intento conseguir al menos un libro por lengua, pero siento predilección por los que tienen ilustraciones diferentes y por las ediciones artesanales, tiradas pequeñas hechas a mano y con pocos recursos», explica. No es extraño, así, que su preferida sea «una de Cuba de 1981, regalo de una amiga que la consiguió en Sancti Spíritus gracias a una bibliotecaria ya retirada que se dedica a remendar libros desechados por las bibliotecas para que esas lecturas no se pierdan. En este caso partió de una de 1969 y utilizó papel de braille, más grueso de lo normal, para la restauración». También atesora con mayor querencia «las que te explican la historia de la segunda mitad del siglo XX», como la de Hungría de 1957, «prohibida por las autoridades porque preferían que los niños pensaran en el Sputnik, que la URSS acababa de lanzar, a que soñaran con las estrellas». Y aquellas en braille o adaptadas a otros formatos para que personas con alguna discapacidad también disfruten de su lectura

Para Villalba, la enorme difusión de este libro tiene varias explicaciones: «Es muy manejable –no es el Quijote, que también se colecciona aunque tiene traducciones de tres kilos–; es uno de los primeros que llegan a nuestras manos siendo niños, ya sea en casa o en el colegio; tiene numerosas frases que han trascendido incluso a la propia obra –¿quién no sabe que ‘lo esencial es invisible a los ojos’ aunque no haya leído El principito?–, y rara es la librería en cualquier parte del mundo que no dispone de algún ejemplar. Todo ello contribuye a su popularización».

Mucho más que «algún ejemplar» encontramos en Olé tus libros, librería de Zaragoza (Miguel Servet, 11) fundada en el año 2000 y especializada precisamente en El principito en idiomas, que supone de media el 35% de su negocio anual. «Buscando un libro para un cliente, descubrí que había numerosas versiones y adaptaciones, y también muchísimo interés de los lectores, así que decidimos dedicarle una sección y una web propia –cuenta María Jesús Naya. Los primeros años fueron los más arduos, investigábamos por todas partes: editoriales, autoediciones, traductores, distribuidores extranjeros... Ahora muchos nos las ofrecen». Hoy, gracias a internet, reciben encargos de toda España y de gran parte del mundo, y su negocio se ha convertido en una especie de santuario para el coleccionista: «Hay clientes de otros países, Chile o Argentina por ejemplo, que se han acercado a conocerme durante su visita a España».

Para entender el mundo

Esta entusiasta librera también atesora varias versiones y adaptaciones de disfrute personal, porque «es una tentación irresistible», algo en lo que todos coinciden. La profesora Santiago-Bolaños la define incluso como «una actitud vital» porque le otorga un significado especial al libro: «La paz y el respeto existen y hay que tratar de crear las condiciones que permitan su aparición». «Sus enseñanzas siguen teniendo valor ocho décadas después: el amor, la bondad, la generosidad, la amistad… –agrega el psicólogo Villalba-. Otra cosa es que leído ahora puede parecer antiguo; pasa con todas las obras clásicas, incluso las de William Shakespeare, el autor más adaptado al cine y al teatro, porque hoy con una imagen lo entendemos casi todo».

Para Arbonés, «es una forma de entender el mundo: por el propio relato, por el mensaje, por los numerosos países en los que ha sido publicado, por las diferentes culturas, por la época en la que aparecen cada una de las traducciones… No hay ninguna colección más interesante», asevera. Y él lo sabe bien, porque es reincidente: antes de empezar a recopilar primeras ediciones de El principito hace una década, completó la colección en las diferentes lenguas publicadas hasta entonces (hoy son el doble), más de 200 libros que, dado que residía en Brasil y deseaba volver a Barcelona con su familia, finalmente vendió al ingeniero mecánico y empresario suizo Jean-Marc Probst, el mayor coleccionista de El principito del mundo, que le ha dedicado incluso una fundación en la que atesora 6.650 libros en 537 lenguas y dialectos, y otro tipo de materiales como vídeos, casetes, revistas, cómics, manuscritos.

También acabó en Lausana la colección de Gustavo J. Adriel Solé, un profesor argentino residente en Barcelona, aunque en su caso no fue por un motivo económico, sino por «un cúmulo de circunstancias que desembocaron en el desencanto». Empezó su colección con la misma ilusión que los citados, comprando ejemplares durante sus viajes, con ayuda de buenos amigos y rastreando por webs y librerías, hasta casi completarla. Antes de la pandemia expuso parte de sus más de 600 ejemplares en el instituto de la capital catalana en el que imparte inglés, «con notable éxito entre estudiantes y profesores». Pero lo que debía ser un motivo de alegría fue para él un latigazo: «Al verlos en las vitrinas, bien expuestos y admirados, empecé a preguntarme: ¿Para qué quiero tantos libros de El principito si nadie los disfruta, si cuando consigo alguno nuevo lo coloco en una estantería y me olvido de él? Cuando acabó la exposición y me puse a recogerlos, me dije: Qué inutilidad, acaparar libros para acabar guardándolos. Había perdido la ilusión de tener uno más».

A esta reflexión se unieron un par de desagradables episodios con coleccionistas: «Por un lado, una persona, a la que hasta entonces consideraba amiga, me cobró la traducción que había impulsado, algo que por deferencia no me esperaba y que fue como una puñalada a todo lo que para mí significa El principito, porque yo regalé a mis compañeros la edición en argentino español que publiqué; por otro, un recién llegado a este mundillo desplegó una estrategia muy agresiva y consiguió en poco más de un mes, con dinero e incluso con amenazas, lo que otros habíamos tardado años en reunir, lo que me acabó de convencer de que no valía la pena. No quería ser como el hombre de negocios del libro, que posee millones de estrellas y solo se dedica a contarlas».

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