Cuando Ibiza era otra fiesta

Félix Julbe, un arquitecto de espíritu humanista en Ibiza

Residió en Ibiza desde 1971 a 1986, contribuyendo con un informe para la Unesco, entre otras iniciativas, a que Dalt Vila fuera declarada en 1999 Patrimonio de la Humanidad

Con su señora Ana Casanova, profesora de francés en el IES Santa Maria durante muchos años.

Con su señora Ana Casanova, profesora de francés en el IES Santa Maria durante muchos años. / Archivo Familia Félix Julbe

Julio Herranz

Julio Herranz

Siendo la arquitectura un elemento fundamental para el desarrollo de los territorios, quería traer a esta serie a algún arquitecto singular que ofreciera una visión más bien humanista de su oficio y nos alertara de los peligros que conlleva la falta de su regularización racional; esa que tanto ha sufrido Ibiza por mor de su servidumbre a las exigencias del turismo fácil y depredador. Y el motivo de que para tal fin haya elegido a Félix Julbe (Madrid, 1940 – 2013) es doble: Por sus muchos méritos profesionales y por la amistosa relación personal que llegué a tener con él. Es que en la selección de los 50 protagonistas de ‘Cuando Ibiza era otra fiesta’ he tenido también en cuenta ese aspecto, que siempre facilita, claro, la empatía aconsejable a la hora de hacer un reportaje, una entrevista o un perfil literario. Tres géneros periodísticos que suelo mezclar libremente en esta serie dominical, que hoy llega ya al número 38. Cómo vuela el tiempo.

Antes de conocer personalmente a Félix Julbe, ya me predispuso a su favor por la lectura de un texto suyo que apareció en ‘Teoría (s) de Ibiza’ (edición de Rafael Pascuet. Libros de La Gorgona, 1983), un libro que se debería reeditar, con firmas como las de Walter Benjamin, Antoni Marí, Antonio Escohotado, Eduard Micus, Salvador Pániker, Ivan Spence o Francesc Parcerisas, entre otros. El texto de nuestro arquitecto, titulado ‘Viaje real a un espacio utópico’, decía, entre reflexiones varias que uno hubiera suscrito con gusto: “La utopía de bastantes aguafiestas consistió en intentar que las cosas se hicieran de otra manera. Un poco mejor. Un poco más despacio. Y más bonitas, por supuesto”. “Utopías siempre aplazadas por los de siempre. Los mismos que quieren calificar de utópico todo aquello que no comprenden o que no coincide exactamente con su escasa imaginación o con sus mezquinos y abundantes intereses. Lo de siempre”. Poniendo el dedo en ciertas llagas al señalar a algunos de los culpables de tanto desafuero: “Una sociedad que vive de vender servicios acaba por ser muy servicial. Traficantes de ocio, esnobs, arribistas y especuladores de toda especie y condición han impuesto en la isla la turbia moral del tendero y la vulgaridad del nuevo rico”.

Portada de un libro dirigido y editado por Julbe.

Portada de un libro dirigido y editado por Julbe. / julio herranz

La relación del arquitecto madrileño con esta isla, de la que se enamoró a primera vista, se remonta a 1971, cuando se instaló en Ibiza, donde residió hasta 1986. Aunque al marcharse nunca perdió de todo el contacto, ya que volvió a menudo, movido por lazos familiares, amistosos y una clara devoción hacia una isla a la que aportó destacados trabajos. Así, en los años 1974-75 fue coordinador del Plan de Reforma Interior de Ibiza por encargo del Ayuntamiento; en 1984 dirigió y montó la exposición ‘Sa Penya y Dalt Vila, infravivienda y ruina’; en 1985, la dirección y el guion del vídeo ‘Un futuro para el pasado: El centro histórico de la Ciudad de Ibiza’; o en 1986, la redacción del expediente ‘El conjunto de Dalt Vila en Ibiza’, un encargo del Ministerio de Cultura para la Unesco, de cara a reforzar la candidatura de ese conjunto (y otros, como la posidonia o las Salinas) a la categoría de Patrimonio de la Humanidad. Un deseo colectivo que se logró en 1999.

El arquitecto madrileño en Roca Llisa.

El arquitecto madrileño en Roca Llisa. / julio herranz

Precisamente, en 2003 y bajo la dirección y edición de Félix Julbe, el Col·legi Oficial d’Arquitectes de les Illes Balears publicó, en edición bilingüe, ‘Ibiza, Patrimoni de la Humanitat. Ibiza, Patrimonio de la Humanidad’, un hermoso y amplio volumen en el que se daba cuenta de todo el proceso; más colaboraciones y reflexiones de firmas relacionadas con el tema; incluidas las de los poetas Antoni Marí, Jean Serra, Antonio Colinas y uno mismo. El libro se abre con un artículo de Julbe, ‘Elogio del sentido común’, que termina así: “Frente a la imagen tópica y trivial de Ibiza está la realidad típica y auténtica de la isla. Se debe practicar una moral de identidad en la defensa de lo propio, desde la lengua al patrimonio natural o construido, pero también ejercer una moral de perfección en la exigencia de calidad al urbanismo y la arquitectura, como derechos democráticos de todos los ciudadanos de la isla”. “A las sociedades contemporáneas no se las valora por lo que tienen, sino por cómo lo conservan, lo renuevan y lo transmiten a las generaciones venideras. El reconocimiento internacional debe ser compromiso con el futuro. Al sentido común también hay que declararlo Patrimonio de la Humanidad”. Lúcidas palabras que, leídas hoy, dos décadas después, me temo que no han sido atendidas siempre por los responsables políticos que se han ido sucediendo en la gestión de los asuntos públicos de la isla. Una pena.

Félix en la casa de Quille en Formentera.

Félix en la casa de Quille en Formentera. / julio herranz

Las amenazas para Ibiza

Precisamente, buscando información para escribir este capítulo de la serie, doy con una entrevista que le hice a Félix Julbe en enero de 2002, con motivo de una visita a la isla para presentar, en el Col·legi d’Arquitectes, la reedición de la primera monografía sobre la arquitectura ibicenca, un trabajo que realizó en colaboración con su colega y amigo Rafael Pascuet. Una charla en la que volvió a dar un toque sobre los futuribles riesgos que amenazaban a Ibiza si se abusaba del modelo socioeconómico basado en el turismo de masas: “Se piensa que si el modelo funciona, ¿para qué cambiarlo? Por eso creo que podría ser saludable para la isla una cierta crisis, en la que pudiera reconsiderarse cuál ha sido el modelo de desarrollo seguido hasta ahora, ese cinturón de hoteles de las costas, hecho de mala manera, siguiendo sólo los impulsos de la oferta turística”. Así, Julbe pensaba que “si se debilitaba ese modelo, igual se reaccionaba con firmeza en busca de otro tipo de cosas que atrajera a un turismo cultural, de viajeros ilustrados que buscasen algo más que playa, disco y borracheras”. “Eso sí, confiemos en que la deseable reacción no llegue demasiado tarde”. E insisto en lo que uno apostillaba antes: ¿estamos aún a tiempo de salvar al menos los muebles del patrimonio natural de la isla? Que responda el lector ante su conciencia.

Dibujo de Juan Moreno Badía. | FOTOS: ARCHIVO FAMILIA FÉLIX JULBE

Dibujo de Juan Moreno Badía. | FOTOS: ARCHIVO FAMILIA FÉLIX JULBE / julio herranz

También encuentro bien interesante lo que, en aquel lejano 2002, opinaba Julbe sobre otro tema de patrimonio (histórico en este caso) que desde mis años de periodismo en activo viene coleando, sin que a estas alturas esté resuelto del todo; aunque parece que, al fin, lo será pronto: hablo del Castillo de Dalt Vila: “Clama al cielo que desde 1973, cuando los militares lo cedieron a la ciudad, no se haya solucionado su futuro”. “No conozco los planes de uso que ha proyectado el Consell, pero confío en que combine los públicos con los privados. Debe primar el uso colectivo, que es el que tiene que arrastrar a la iniciativa privada”, precisó, añadiendo que “es importante dar calidad a lo público, algo que en la isla, y de una manera muy llamativa a veces, se ha quedado siempre en el terreno de lo privado”. “Sí, hay que dar calidad al espacio público, para que la gente esté orgullosa de su ciudad. Y no abandonar el centro histórico, porque con eso se pierde la dignidad de un pueblo, ya que tal patrimonio es el que puede unir a los isleños, el que les puede y les debe dar conciencia de pueblo con una historia realmente rica”. Rotundo, el arquitecto madrileño afirmó que “lo que necesita la ciudad son ciudadanos usuarios, no propietarios; ese es el único sentido de la arquitectura”. Y para lograrlo, creía que era necesario “que se ponga de nuevo de moda, que sea un tema de debate sobre el que se discuta y se planteen alternativas que estimulen a todos”, concluyó. En fin, querido y añorado amigo, gracias de nuevo por tus reflexiones y tu talante humanista. Consideraciones que siguen vigentes y de continua actualidad.

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