Imaginario de Ibiza: Sant Josep, el pueblo quebrado que nadie arregla

Desde hace lustros, los partidos políticos que aspiran a gobernar esta localidad prometen solucionar el problema del tráfico en sus programas electorales.

Sin embargo, cuando alcanzan el poder incumplen sistemáticamente dicho compromiso. ¿Cómo sería un Sant Josep sin una carretera que lo partiera en dos mitades?

La carretera atraviesa el centro de Sant Josep.

La carretera atraviesa el centro de Sant Josep. / X.P

El tráfico fluía inacabable como una procesionaria (Charles Bukowski).

No hay mejor frase para describir el desfile automovilístico al que asisten diariamente quienes viven en Sant Josep de sa Talaia que ésta de Bukowski. El pueblo está partido, atravesado por una sima en forma de carretera, que además es una de las que más tráfico registran de toda la isla. Vivir en él cada vez resulta más cansino e irritante, y esta sensación de caos tampoco beneficia a los restaurantes y demás negocios, cuyas terrazas, en lugar de estar situadas en lo que debería de ser un entorno apacible y encantador, se encuentran en un enclave inundado de cláxones que, a veces, incluso se vuelve inhumano.

Hace algunos años, atravesar la avenida que secciona el pueblo constituía un deporte de riesgo, ya que no había semáforo de peatones. En verano, con las carreteras repletas de locos al volante, los coches pasaban a toda velocidad y algunos vecinos no se atrevían a cruzar la calle, temerosos de ser atropellados antes de alcanzar la otra orilla.

Luego se instaló el semáforo y se pudo acceder al otro lado con más seguridad, pero ipso facto comenzaron a armarse unas colas interminables, que en verano y de manera habitual, se prolongan hasta el cruce de Cala Tarida por un lado y la gasolinera por el otro. Salir y entrar de Sant Josep se ha convertido en un infierno y la política, lejos de encontrar soluciones, agrava el problema. Un ejemplo: la parada del bus en sentido hacia Ibiza está situada frente a la iglesia, donde no hay espacio para salirse de la calzada. Cada vez que un autocar se detiene a recoger o evacuar pasajeros, todo el tráfico que viene en el mismo sentido queda paralizado. Lo habitual es que los vehículos tengan que comerse al menos dos semáforos en rojo.

Históricamente, y también en estas últimas elecciones, todos los partidos prometen en sus programas electorales, con indisimulada ambigüedad, hallar soluciones para desviar el tráfico del centro del pueblo, pero al final nadie tiene los arrestos necesarios para hacerlo efectivo. En el pasado se ha estudiado la posibilidad de construir un túnel que esquive el pueblo por debajo, lo que a priori parece una obra faraónica y disparatada. También se ha proyectado construir una variante que parta de la zona de la gasolinera, pase por el cementerio y siga hacia el norte por la zona del Festival Club hasta desembocar en la carretera principal a las afueras de Sant Agustí. Esta obra, sin embargo, supondría la expropiación de terrenos a múltiples propietarios y habría que determinar su impacto ambiental.

Imaginar Sant Josep, sin embargo, sin ese atasco constante ni el estruendo que genera, constituye un pensamiento lo suficientemente poderoso como para que alguien se empeñe en remediarlo. Aquel que se ponga manos a la obra y lo consiga, pasará a la historia como la persona que más transformó Sant Josep desde los tiempos de la construcción de la iglesia, que a su vez originó el pueblo, en el siglo XVIII. Los vecinos disfrutarían de terrazas tranquilas, un bulevar amplio para pasear y hacer vida social y probablemente el pueblo prosperaría sin necesidad de seguir creciendo urbanísticamente. ¿Se atreverá alguien algún día?

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