Reportaje

Cómo remendar una botella de 2.000 años hallada en Ibiza

El Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera conserva una interesante colección de vidrio romano, púnico e islámico y su restauración requiere largas horas de intenso trabajo para que cada pieza cobre sentido y pueda ser expuesta

Pequeñas piezas de origen púnico fabricadas en pasta de vidrio

Pequeñas piezas de origen púnico fabricadas en pasta de vidrio / CAT

Cristina Amanda Tur

Cristina Amanda Tur

Los restauradores se enfrentan a dos tipos de piezas de vidrio, las que llegan directamente de las excavaciones –con un aspecto bien distinto al que tendrán cuando estén listas para su exposición– y aquellas a las que hay que rescatar de una restauración antigua y, por tanto, ya desfasada. Es decir, en el segundo caso, se trata de retirar de los objetos –con acetona o disolventes aplicados por goteo– actuaciones anteriores realizadas con técnicas que no dieron buenos resultados y que han sido reemplazadas por otras mejores. Tras ello, hay que volver a montar el puzle, porque lo cierto es que los ungüentarios, balsameros, copas o frascos antiguos aparecen como rompecabezas que, con el paso de los siglos, han perdido algunas piezas, y el gran trabajo de un restaurador es construir unas piezas nuevas que encajen en los vacíos, en los rotos; lo que ellos llaman lagunas. 

«Las piezas de las excavaciones llegan totalmente fragmentadas y llenas de tierra. A veces, cuando quitas la tierra, todo se desmorona». Lo explica la restauradora Laia Fernández, que actualmente trabaja en la colección del Mueseo Arqueológico de Ibiza y Formentera y recompone, entre otras, las piezas halladas en el yacimiento de sa Capelleta, que en el futuro formarán parte de una exposición. Sa Capelleta, en el solar número 12 de la calle que lleva el mismo nombre, muy cerca del museo arqueológico, es una pequeña necrópolis que cuenta con un centro de interpretación que puede visitarse todas las mañanas (excepto los lunes).

Aspecto que muestran las piezas al llegar al laboratorio. | CAT

Trabajando en la reintegración de una botella. / CAT

Laia Fernández describe los pasos que hay que seguir para restaurar una pieza de vidrio. Y la paciencia es, desde luego, una gran virtud para un restaurador. O para una restauradora, porque, a decir verdad, la mayoría de los profesionales de esta especialidad –que podría considerarse un arte– son mujeres.

Lo ideal sería, defiende, que los arqueólogos trabajaran en las excavaciones junto a restauradores que ya pudieran realizar una consolidación in situ de las piezas y, quizás, una extracción en bloque. En el caso de sa Capelleta, ha sido así, pero no siempre hay un restaurador en el lugar. «Nuestro trabajo está, en gran parte, para que los arqueólogos puedan interpretar lo que han encontrado», señala Fernández, que forma parte del equipo de la empresa Centmans, formado precisamente por un arqueólogo, una restauradora y, además, una experta en pedagogía y educación que aporta la parte divulgativa al trabajo.

Una botella recompuesta como un rompecabezas.

Aspecto que muestran las piezas al llegar al laboratorio. / CAT

El proceso

Y cuando una pieza, de una forma u otra, llega finalmente al laboratorio, lo primero que hay que hacer es una limpieza mecánica, con brochas, palitos de madera de naranjo e incluso bisturíes. Sin agua. Trozo a trozo. El segundo paso suele ser la utilización de la máquina de ultrasonidos, donde sí se usa ya agua, y un limpiador especial, y se intenta que la suciedad más incrustada se desprenda mediante la leve vibración que produce el aparato.

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Algunas de las piezas azuladas, de pequeño tamaño, que más se repiten. / CAT

Acabada la limpieza y cuando los fragmentos están ya secos comienza la parte más compleja de la tarea de un restaurador, la unión de los fragmentos. «Primero se realiza un pegado provisional mientras se van encajando todas las piezas y, posteriormente, se efectúa un pegado definitivo con resina epoxídica especial para vidrio». Estas resinas son muy resistentes y el trabajo que se realiza con ellas no suele ser reversible, lo cual no siempre es conveniente; «Dos de las cuestiones más importantes en restauración son, primero, la compatibilidad, que lo que se use no dañe la pieza, y, segundo, la reversibilidad, al menos en la medida de lo posible», asegura la restauradora. Y, por ello, combina en su trabajo la resistente resina epóxica con otra acrílica destinada a las juntas de los fragmentos y que permitiría desunirlos si hiciera falta hacerlo. En todo este proceso hay que recordar que al rompecabezas siempre le faltan piezas, y estas se han de fabricar para cubrir las lagunas y que el objeto quede presentable. En realidad, señala Laia Fernández, «la reintegración se hace con una finalidad principalmente estética, aunque también de consolidación, porque el vidrio es más frágil si tiene agujeros; si no se llenan, la pieza se acabará rompiendo».

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Escamas irisadas que se forman en el vidrio antiguo y que se van quitando a las piezas para restaurarlas. / CAT

En la colección de vidrio del museo arqueológico abundan las piezas de época romana, y son principalmente ungüentarios y pequeñas ampollas encontrados como ajuares en las tumbas. Años atrás, los arqueólogos denominaban lacrimatorios a estos pequeños recipientes de cristal porque se consideraba que, en el ritual funerario romano, estaban destinados a recoger las lágrimas de quienes lloraran al fallecido, principalmente las viudas. Superada esta creencia, la mayoría prefiere hoy el término ungüentario, destinado a conservar perfumes y ungüentos, que incluso se extenderían en la piel mediante las anchas bocas con las que a menudo se dotaba a los cuellos de estos frascos. 

Y aunque la mayoría son piezas de vidrio romano, en la colección destacan, por su diferencia, algunas botellas de pasta de vidrio. Estas últimas son de origen púnico y encontrarlas es ya un indicio de que se trata de objetos más antiguos, ya que aprender a cocer los materiales a altas temperaturas para crear un vidrio más perfecto también fue un proceso que requirió años de aprendizaje y los púnicos no dominaban la técnica.

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Una botella recompuesta como un rompecabezas / CAT

El cristal de estos frascos –romanos, púnicos o islámicos– no es perfecto, muchas de las botellas no se tienen en pie porque su base está desviada y presentan burbujas debido a una fabricación poco refinada. De hecho, a lo largo de los años, estas imperfecciones han sido las que han llevado a los expertos a considerar que son piezas de fabricación local, que habría una industria del vidrio en Eivissa, porque si fueran piezas importadas, los compradores hubieran exigido una calidad mayor. En cualquier caso, han resistido, con más o menos fortuna, el paso de los siglos y muestran los brillos iridiscentes con los que el cristal revela su antigüedad; «el vidrio se altera en forma de escamas, y es cuando se ven esas iridiscencias. Para limpiar las piezas primero hay que quitar las delaminaciones».

Pequeñas piezas de origen púnico fabricadas en pasta de vidrio

Pequeñas piezas de origen púnico fabricadas en pasta de vidrio / CAT

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