Memoria de la isla: El noray

De origen incierto, la palabra noray viene posiblemente de la forma prerromana ‘norage’ o ‘nurage’, relacionada con el sardo ‘nuraghe’, monumento megalítico prehistórico que a veces, en escala muy reducida, era sólo un bloque de piedra que se utilizaba como amarradero

Un noray del puerto de Vila | TONI POMAR

Un noray del puerto de Vila | TONI POMAR / Miguel ángel gonzález

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

La formidable fotografía que acompaño de Toni Pomar motiva estas rayas por el protagonismo que en ella tiene el noray, un elemento portuario común, que posiblemente porque lo vemos cada día no nos llama la atención, no nos dice nada. La imagen, en un primer plano, nos impide ignorarlo. Y no puede ser más oportuna la enorme proa de un carguero en un plano medio y la bocana del puerto al fondo. Es una estampa limpia, sencilla, pero que percibimos cargada de sugerencias, de vivencias y recuerdos. Me pregunto si no tenemos una deuda con ese viejo y sólido noray que resiste oxidado en su anclaje.

El noray es el mejor símbolo del puerto. Ningún otro elemento lo representa de manera más eficaz y directa. Si por una parte el noray dice tierra y sugiere asiento, fijación y refugio, por otra dice mar y nos habla de navíos, navegaciones y puertos. El noray es el segundo anclaje de los grandes buques. A las embarcaciones pequeñas, llaüts, veleros y barcas de pesca, les basta la seguridad de un único amarre, de un sólo noray, pero los correos, mercantes y grandes cargueros, necesitan la doble fijación que proporcionan el ancla en el mar y en la tierra el noray. Hubo tiempos en que el noray era una pértiga. Un palo encastrado en la piedra bastaba para amarrar cualquier embarcación con un cabo, con una soga. Todavía hoy, seguimos utilizando en nuestros varaderos perchas de sabina, a veces altas como un hombre, en las que el payés amarra su llaüt. Las he visto en es Pou des Lleó, en Xarraca, en la cala en Baster y en es Caló, pero las hay en todo litoral de las islas.

En algunos puertos, en el pasado, se utilizaron como norays viejos cañones que se clavaban verticales en la roca, con un efecto parecido al que tienen los cañones que rodean el monumento de Vara de Rey. El noray de hoy es una pieza de piedra, hormigón o metal. En algunos tramos de nuestros nuevos muelles, de un tiempo a esta parte, se vienen introduciendo bolardos de hierro, cilíndricos, de pequeño tamaño, con un remate más ancho en su extremo superior para evitar que se escapen los cabos de amarre. Pueden ser útiles y de poco coste, pero no tienen nada que ver con el noray tradicional.

El que todavía vemos en nuestros viejos muelles es de fundición, de buen tamaño, cuerpo recio y, sin embargo, con una bellísima forma arriñonada que se ensancha en su parte superior, alabeada. Su forma es casi sensual. Y a muy pequeña escala, la reproducción del noray que se hace como objeto de adorno o pisapapeles, invita al tacto, es grato a la caricia. Estéticas y sensibilidades al margen, lo importante del noray es su función. Y a fe de Dios que la cumple. Su efectividad llama la atención cuando desatraca un barco grande, correo, carguero o crucero. Una vez que libera el cabo de proa, el barco se separa despaciosamente del muelle sin perder el amarre de la maroma de popa que, por el tirón de la nave, se tensa, cruje y escurre el agua. Alguna otra vez he comentado que este poderoso cordaje se rompió en una ocasión y su latigazo mató al operario encargado de soltar el amarre. Desde entonces, siempre que un barco deja los muelles, por lo que pueda ser, me separo discretamente.

Luego he sabido que esto del amarre tiene su qué. Un portuario jubilado que fue amigo de mi padre me explica cuatro cosas que me cuido de anotar porque el asunto es más complejo de lo que parece. Al extremo libre de un cabo le llaman chicote. Y seno al arco que forma el cabo entre los extremos que lo sujetan. Gaza es el lazo de ahorcado que se hace con el chicote, trenzando los cordones mediante un as de guía para encapillarlo al noray. Encapillar, me aclara, es colocar de manera correcta las amarras en el noray, es meter el cabo en capilla. «Entenderás mejor —me dice— el uso de la boza, ese cabo ligero al que va sujeto la maroma; la boza es lo primero que desde el barco se lanza al muelle al atracar, para que el operario pueda estirar y cobrar la maroma que, por su grosor y peso, sería imposible lanzar directamente al muelle». Añade que las gazas de los cabos de amarre se encapillan por el seno, de forma que si el noray tiene varios amarres, cualquier cabo puede ser soltado —largado, dice él— en cualquier orden, facilitando así la maniobra de desatraque. «Y otros elementos importantes en el puerto, para facilitar los amarres, son las defensas, esos enormes topes, más o menos flexibles, que se cuelgan en la pared del muelle, casi siempre sujetos al noray. Impiden que el costado de los barcos tengan malos rozamientos o golpes. En Ibiza utilizábamos neumáticos usados».

La importancia de los nudos

Llegados aquí, como mi buen amigo ve que anoto lo que dice con aplicación, se anima y quiere hablarme de la importancia que tienen los nudos que, sin más, empieza a cantar de corrido, ballestrinca, cames de pobre, nus de penjat, escanyagossos, volta de ganxo, cul de porc, cap de turc...

Los nombres prometen y le digo que otro día hablaremos sólo de nudos. Quedamos en día y hora en el bar Pou para la próxima lección. De momento, veo con otros ojos estas maniobras de atraque y desatraque que exigen riesgo y precisión. No son fáciles. Las hace fáciles el oficio. Yo me quedo con las imágenes sugeridoras que para mí ha tenido siempre el noray. Lo asocio sobre todo con el barco-correo, pero también con los extraños nombres de los grandes cargueros que se llevaban sal o patatas, el ‘Malakian’, el ‘Shockwave’ o el literario ‘Entspringen’ que dio título a un magnífico relato de Antoni Marí.

Para que no suban las ratas

Me acuerdo ahora, no sé por qué, de un detalle curioso, las arandelas redondas de hojalata que los grandes barcos colocaban en las maromas de amarre para impedir que las ratas de los muelles subieran a bordo. En el noray veo, paciente, al pescador de caña. Y al paseante que del noray hace asiento y recupera fuelle. Y veo también al irredento poeta que no publica, pero que no deja de buscar versos. El noray, todavía hoy, me sugiere viajes, me sugiere puertos, me sugiere sueños.

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