Opinión | TRIBUNA

Mundo Chupa-Chups

Ayer tuve el atrevimiento de ir hacer una visita a un piso de alquiler. Vi un anuncio en fbk y me dieron cita para el día siguiente tras pasar un cuestionario bastante incómodo y propio casi de aplicar a puesto de diplomático en cargo público.

El anuncio del piso promete, dos habitaciones dobles por 1200€ al mes, eso sí, para entrar a vivir hay que pagar dos meses de fianza, uno de agencia y el mes corriente, es decir: 4.800€. El piso viene siendo el estándar universal de vivienda híper-vertical, propia del comunismo en cuanto a su diseño que no en cuanto a su uso, por el que hay pagar una cuantía sustanciosa. Paolo Sorrentino en esa magnífica pieza cinematográfica llamada ‘La Grande Bellezza’ revela una escena preciosa en que Toni Servillo formula un discurso fantástico (de aquellos con los que has soñado alguna vez tú en poder formular) en el discurso pone en su sitio a una amiga; después y como es lógico ella hasta se lo agradece, porque lo que sí es cierto es que a todos nos puede la vanidad y muchas veces, sin darnos cuenta, terminamos pretendiendo ser algo que ni de lejos somos. Y ahí estamos, son las 19.15 pm. Hora de la cita para la visita del piso y nos abre la puerta un chaval que por un momento me suena de algo. Nos saluda como dicta el protocolo, le da al play y la canción suena, es bastante aburrida, de esas pegadizas de encefalograma plano -esto son las escaleras comunitarias, es un primer piso sin ascensor, barrio tranquilo… da da da- entramos al piso de alquiler de dos habitaciones dobles y diseño comunista y nos presenta a un señor barrigudo, calvo y con bigote que resulta ser el propietario y bien podría ser protagonista de taquillazo de una de Santiago Segura y no lo digo porque fuera ataviado con un polo blanco de rayas grises que en vez de cocodrilo o jugador de polo lleva una mancha de aceite, porque a mí qué más me da si desayuna callos, carajillos o tostadas de pan de semillas con aguacate. Pero sentado en su silla parece pasar revista como si estuvieras fichando para el ejercicio militar, lo cual ya genera cierta reticencia y pierdes por un momento el hilo de la canción que va canturreando el agente inmobiliario a sus ‘potenciales clientes’ como nos ha presentado al propietario (que por un momento he creído que me estaba intentando ofender) pero justo viene el estribillo en ese momento y vuelves a escucharla -dos habitaciones dobles, esta es una con ventana al exterior, y esta es la otra con ventana al exterior también…- en ese momento relacioné de qué me sonaba el chaval, el agente inmobiliario, de los maniquís del Pull and Bear. Pequeño despiste por mi parte, supongo que efecto del calor sofocante.

El piso carece de nevera, sofá y tv, elementos básicos del mundo desarrollado, en su lugar en la cocina hay una plancha sobre la encimera, le pregunté al emprendedor con aire ‘casual’ e impersonal, el agente inmobiliario, por qué no había nevera y en su lugar hay una plancha (sucia, por cierto) él en ese momento le da al stop a la canción, pone cara de besugo, supongo que porque es lo que hay en su interior y levanta los hombros en gesto de no saber muy bien qué responder, cuando de repente una idea le viene y la verbaliza sin pensar: tampoco hay sofá ni tv. ¡Qué! Ahí me dio por pensar para mí (claro si no para quién) es decir, este chaval me va a cobrar un mes de alquiler, lo que llaman comisión, es decir 1.200€ en este caso, por poner un anuncio en fbk y cantarme una canción de 3 minutos que ya he oído mil doscientas veces y además sufre de cierta incapacidad para resolver mínimas dudas al ‘potencial cliente’ ahí sí que tengo que decir que empecé a sentirme ofendido, porque para ganar esa cantidad en cualquier trabajo en que la preparación es mínima, dado el caso, has de cumplir unas 40 horas semanales y con suerte cobrar esos 1.200€ al mes. Lo que bien llamaba Antonio Escohotado: «proletariado, esqueleto del sistema de mercado liberal con sueños de emprender a empresario». Lo observo y parecía una maquinita desprogramada tambaleándose, desorientada, con la mirada cínica del emprendedor y su modo de pensamiento inequívoco, donde su espíritu totalmente hechizado por el neoliberalismo más desacertado le iba mojando la lengua de tiernas palabras en pro a hacerse con esos 1.200€ en un ejercicio de actividad bastante discutible y que claramente con su capacidad moral es imposible que pueda llegar a sentir vergüenza.

A veces uso un método en que trato de sustituirme por el otro para así tomar perspectiva, intento ver que soy ese que estoy aborreciendo para poder entender qué se le pasa por la cabeza para ser capaz de ser tan déspota, en este caso, su mirada era tan plana, sintética y de manual que pronto preferí subirme al coche y largarme de allí; esa era la única perspectiva posible. Chespir ya lo dijo en Hamlet de manera dramática e intensa, en esa apertura inmortal, ese monólogo de mármol que no pierde ni brillo ni razón «ser o no ser esa es la cuestión» y es que el chaval no sería mal tipo, pero carece de personalidad, o eso que los post-modernos ahora llaman ‘ego’.

Y ya en ese divagar que fabrican las ondas de la carretera, me vienen preguntas, como: por qué el gobierno no regula esa posición de abuso, siendo un claro síntoma y resultado de esa idea nada abstracta y de figura clara y sustancial que llaman el ‘alquiler vacacional’, una matemática básica de primero de mercado, oferta y demanda, donde la oferta de alquiler anual se extingue por pérdida en competencia del alquiler vacacional mucho más prometedor.

O más sencillo por qué no ponen descuentos como en Baleària y Ryanair para residentes. También me vienen preguntas como: no es esto un retraso en cuanto a lo que se presta a presumir el ‘mundo desarrollado’. Y sin ser tan dramático y ya harto tomo la última curva antes de llegar a mi Mundo Chupa-Chups y pienso en Paolo Sorrentino otra vez y en cómo en su filmografía manifiesta ese estado de belleza y/o magia no tan oculto y sí perceptible en el costumbrismo, en el día a día, en la vida que nos toca, que con un poco de atención puede hacerte vibrar alto, eso que llaman el pequeño detalle y dejo que ese pensamiento me llene un poco el alma de buen gusto y que así disipe el amargor de esa tan mala experiencia que ha sido visitar el piso en alquiler de dos habitaciones dobles por 1.200€ al mes sin tele ni sofá, sin nevera y sobre todo sin dignidad.

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