¿Hay agua en España para tanto regadío?

El 82% de toda el agua que se consume en el país va a parar a la agricultura. Pese a la creciente sequía, la superficie de regadío no para de crecer. Los científicos piden un freno

Vista aérea del suelo agrícola de la provincia de Sevilla.

Vista aérea del suelo agrícola de la provincia de Sevilla. / SHUTTERSTOCK

El desierto avanza en España, cada vez con menos agua, con más erosión del suelo, y con más sequía, pero, paradójicamente, con cada vez más hectáreas de regadíos. España es la ‘huerta de Europa’ y no es una simple forma de hablar, puesto que la mayor parte de lo que se produce aquí se exporta. Hasta el 75% de la producción agrícola española va a parar fuera, sobre todo al norte de Europa. La fresa es un ejemplo: el 85% de toda su producción se exporta al extranjero.

Se trata de un sector económico de indiscutible importancia, y también por ello es un lobby con una influencia increíble sobre autoridades y políticos. Según el Ministerio de Transición Ecológica, en nuestro país existen 700.000 agricultores distribuidos en 7.000 comunidades de regantes. El valor económico que genera el regadío es, según cifras del Ministerio de Agricultura, de 63.700 millones de euros (año 2022). En resumen, un potente motor económico para el país.

Pero este es un motor que funciona con agua, con ingentes cantidades de un recurso que cada vez es más escaso. Y desde hace pocos años, esa escasez se acentúa de un modo muy preocupante. ¿Puede sostenerse la agricultura de regadío en estas condiciones y ante las perspectivas (aún más funestas) que se avecinan?

Porque, pese a esta situación, no paran de aumentar las hectáreas regadas en España. El propio Gobierno ofrece las cifras: en Extremadura han aumentado un 27% en los últimos veinte años, mientras que en Castilla-La Mancha lo ha hecho en un 62% y en Andalucía, un 51%.

El 75% de la porducción agraria se exporta al extranjero.

El 75% de la porducción agraria se exporta al extranjero. / SHUTTERSTOCK

Más allá del debate político y de los intereses económicos que a menudo empañan la realidad, resulta difícil encontrar científicos que defiendan semejantes cantidades de riego en las actuales circunstancias. El investigador del CSIC Salvador Sánchez-Carrillo afirmaba recientemente: «En mi opinión, es necesario reducir los regadíos que actualmente hay en España y hacer más eficientes lo que quedan en funcionamiento. Vamos hacia un clima más seco y las precipitaciones se reducirán un 25% en los próximos años. Parte de los regadíos emplean aguas subterráneas y muchos acuíferos ya no dan para más». De hecho, basta ver humedales como Las Tablas de Damiel o el propio parque nacional de Doñana para comprobar esta afirmación.

El reputado biólogo y ecólogo de la Universidad de Alicante Fernando Maestre, galardonado con importantes premios en España, coincide con el diagnóstico. Para él, no solo hay que detener los regadíos, sino que habría que reducirlos. «Hay que reducir la superficie de regadío», y ello pasa, afirma, por «una moratoria en la puesta en marcha de nuevos regadíos y la reconversión de algunos de estos cultivos a secano».

«Hay que reducir la superficie de regadío», y ello pasa, afirma, por «una moratoria en la puesta en marcha de nuevos regadíos y la reconversión de algunos de estos cultivos a secano».

Maestre agrega que «reducir el consumo de agua pasa por reducir su uso en agricultura, que consume más del 80% de todo el agua dulce que se usa en España».

Se trata de un dato aterrador, que ilustra bien a las claras la magnitud del problema, y con tendencia a aumentar, además. En contra de lo que pueda parecer a primera vista, todos los núcleos urbanos del país, tanto residenciales como turísticos, y toda la industria no agrícola, consumen un 20% del total.

El ecólogo del CSIC Fernando Valladares explica en su nuevo libro ‘La recivilización’ que frecuentemente los políticos ignoran deliberadamente la evidencia científica en favor de intereses electorales y se dedican a ofrecer «milagros» a la población: «El surrealismo del milagro continúa: unos prometiendo lo que los otros querían que les prometieran, en un diálogo cerrado a terceros en el que los técnicos y los científicos estamos pintados en la pared y nuestras conclusiones acaban archivadas en el cajón del olvido. Esto ha ocurrido y ocurre en Murcia con el agua del trasvase Tajo-Segura y las promesas a la agricultura industrial del Campo de Cartagena, situada, recordémoslo, en pleno desierto».

Y es que parte de las esperanzas para mantener con vida los grandes regadíos de las áridas zonas de la Región de Murcia, Alicante o Andalucía parecen pasar por obras de ingeniería como las desaladoras o los trasvases. Pero tampoco trasvasar agua parece que vaya a ser la solución.

Los trasvases, sin futuro

Un reciente estudio elaborado por tres expertos de la Universidad de Zaragoza, titulado ‘La situación y perspectivas de los recursos hídricos en España’, prácticamente descarta la viabilidad de nuevos trasvases. Según José Albiac, uno de los autores, «la única cuenca con caudal suficiente para realizar trasvases intercuencas es la del Ebro», pero con elevadísimos precios en la mayoría de casos, afirma.

«Las cuencas del Duero y del Tajo también tienen caudales significativos, pero la disponiblidad de agua para trasvase queda reducida por el Convenio de la Albufeira, que obliga a entregar a Portugal un caudal mínimo de 3.800 hm3 en el Duero y 2.700 hm2 en el Tajo», añade. La disponibilidad de agua que queda tras ello en España «deja poco margen para trasvases intercuencas», y menos aún a partir de ahora, con sequías cada vez más frecuentes e intensas en la Península, que reducirán la disponibilidad de agua en el Duero y en el Tajo entre un 14% y un 25%, según el estudio.

«La única cuenca con caudal suficiente para realizar trasvases intercuencas es la del Ebro»

Además, dichas exportaciones limitan la futura expansión de las actividades económicas de las áreas que ceden agua y ponen en peligro los ecosistemas, al perder sus caudales.

¿A quién favorecen los travases? Según el estudio de Albiac, «los grandes travases intercuencas no parecen la mejor solución para promover la gestión sostenible del agua. Estos trasvases favorecen a las cuencas en que los grupos de usuarios han llevado a cabo una expansión descontrolada de extracciones de agua, basadas en la ampliación de regadíos sin cobertura legal, que han provocado una severa degradación medioambiental. Por el contrario, perjudican a las cuencas en que los grupos de usuarios han conseguido una mayor sostenibilidad en el uso de recursos, así como el mantenimiento de los caudales medioambientales».

Desaladoras, ¿la solución?

Frente a esta situación, aparecen las desaladoras de agua de mar como posible solución. Aparentemente, pueden producir de forma casi infinita el recurso que está faltando en el subsuelo, pues el agua de mar no se terminará nunca. Y, sin embargo, regar miles de hectáreas en pleno desierto tampoco es tarea fácil mediante este sistema. Para empezar, recuerdan los expertos, las desaladoras consumen una cantidad de energía brutal, hasta el punto de que, cada una de ellas consume tanto como una ciudad mediana. «Esta agua tiene un coste ambiental enorme, en primer lugar, por el consumo de energía para llevar a cabo el proceso, que a pesar de que han bajado mucho desde las primeras plantas de los años 70, desde unos 8kWh/m3 a los 2,3kWh/m3 en los sistemas más optimizados, de media consume todavía hoy en día unos 4 kWh/m3», explica Annelies Broekman, del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de Barcelona .

A modo de comparación, una planta desaladora de agua de mar de al menos 1,5 hm3/día de producción consumiría tanta energía como 639.000 viviendas, es decir, más de un millón de habitantes, según los cálculos estimativos de Annelies Broekmann, investigadora del CREAF. En términos generales, se supone que una vivienda consume anualmente 3.847 Kw/h como promedio.

En definitiva, el margen de maniobra se estrecha, según pasan los años y aumenta la temperatura, para seguir ampliando una actividad que se adivina cada vez más controvertida.

El sector defiende el riego inteligente

Sí hay formas de hacer sostenibles los regadíos, afirman los empresarios del sector, convencidos de que la tecnología brinda la solución. Y una de las vías son las técnicas de bajo consumo, que hacen más eficiente el riego, ahorrando grandes cantidades de caudal. La Federación Nacional de Comunidades de Regantes (Fenacore) aluden a la última Encuesta de Superficies y Rendimientos de Cultivos (Esyrce), publicada el año pasado por el Ministerio de Agricultura, para señalar que casi 8 de cada 10 hectáres regadas en España son de bajo consumo de agua. Este porcentaje se ha alcanzado después de que en 2021 aumentara en 1,6 millones el número de hectáreas que se riegan por goteo y aspersión con respecto a las que había antes de 2000. Desde ese año, el porcentaje de riego modernizado ha subido 36,7 puntos, hasta el 77,7% del total de superficie regada.

Los regantes llevan años denunciando lo que consideran una «demonización del regadío» y critican que se les considere los «despilfarradores» de este recurso, cuando se han invertido 5.000 millones de euros en modernización para ahorrar 3.000 metros cúbicos por hectárea y año desde 1996.

«No somos los culpables de la falta de agua, sino los sufridores de ella», afirma el secretario general de la Fenacore, Juan Valero de Palma, quien añade: «Cuando falta suministro, somos los primeros en quedarnos sin agua».

También los avances digitales, incluyendo la Inteligencia Artificial, podrían acudir en ayuda de los regantes, según su asociación nacional. 

Digitalización, próxima meta

Un reciente foro, AgroGo, celebrado en Sevilla ha servido para recalcar que la transformación digital es el último paso en la modernización del regadío andaluz, que ya es «uno de los más eficientes hídricamente del mundo», según sus responsables.

Pero este último reto aparece limitado en el horizonte inmediato por los estragos económicos causados por la sequía en la pasada campaña y las malas expectativas para la próxima debido a la situación hidrológica de Andalucía, con la reserva de agua por debajo del 20% en la región.

Así, según las estimaciones que manejan asociaciones sectoriales como Feragua, las fuertes restricciones a causa de la sequía han ocasionado un descenso de la producción media del 50% en los cultivos de riego. 

Una caída que puede ser «más dramática» en la nueva campaña de no mediar lluvias que traigan aportaciones a los embalses.

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