Memoria de la isla

Los clásicos descarrilan

Las fuentes clásicas que nos hablan del amanecer de las islas son de una manifiesta pobreza cualitativa. En la mayoría de los casos no son originales, no constituyen fuentes directas y es fácil descubrir en ellas exageraciones, desfases, vacios cronológicos, divergencias y contradicciones.

Terracota púnica, siglo IV aC.

Terracota púnica, siglo IV aC. / MUSEU ARQUEOLÓGIC DE PUIG DES MOLINS

Miguel Ángel González

Aunque de las primeras poblaciones que han tenido Ibiza y Formentera hay muchísimas cosas que no sabemos, las aportaciones que nuestros arqueólogos vienen haciendo sobre el amanecer de las islas suponen un avance enorme y han puesto al descubierto los errores y las fantasías que las fuentes clásicas vierten de aquel remoto pasado. Mientras la arqueología nos da una información incontestable y precisa, en base a una investigación científica y directa de los vestigios físicos que los yacimientos aportan, los autores clásicos hablan de oídas, no han pisado las islas y todo lo que hacen es utilizar fuentes externas que en muchos casos son sólo fábulas. Algunos textos pueden acercarse a la realidad cuando dan ubicaciones y distancias, cuando describen el medio físico o hablan de los cultivos, pero enseguida introducen historias que están más cerca de las leyendas y mitos que de la realidad.

El problema, en cualquier caso, es que son textos que se han aceptado en muchos casos, sin conciencia crítica, al pie de la letra. Es una deriva fácil de comprobar en los comentarios que nos dejan, entre otros, Timeo de Taormina, Diodoro Sículo, Plinio, Ptolomeo, Virgilio, Eratóstenes, Estrabón, P. Mela, Avieno, Licofrón de Calcis, Tito Livio, Pedanio, Pausanias, San Isidoro, etc. Todos, antes o después, nos cuentan un cuento. Puede ser entretenido verlo en algunos ejemplos.

Tanto Ptolomeo como Estrabón identifican perfectamente a nuestras islas cuando dicen que «en el mar Balear, en el poniente de las islas Gimnesias, están las Pitiüsas, que son dos, la mayor, Ebusus, tiene una ciudad del mismo nombre y muy cerca de ella está Ophiussa, mucho más pequeña y deshabitada». (Ptolomeo. Geo, II, 6 y Estrabón, Hist. III,5). La cita es interesante porque a partir del nombre de Formentera, Ophiussa, ‘Isla de los ofidios’ o ‘Isla de las serpientes’, son legión los autores que se recrean en la leyenda: «La tierra de Ebusus es sagrada y repele a los animales ponzoñosos, mientras que la de Ophiussa los alimenta». (Vitrubio, VIII, 24; Plinio III,78 y XXXV,202; P. Mela II, 125.

Esta fábula pudo nacer de los atributos del dios enano, Bes, que da nombre a la isla, Ayboshim, Isla de Bes. A partir de su representación en las terracotas con una serpiente en la mano se monta el circo de que el dios enano defendía la isla de las serpientes haciendo que las mate su tierra sagrada. Un mito que hace aguas, no sólo porque aquí las culebras medran a miles, sino porque disfrutamos de una bonita variedad de escarabajos que van camino de dejarnos sin palmeras ni pitas. Siendo una apreciación menor, cabe también decir que la lectura correcta de Aybossim no es ‘isla de Bes’ en singular, sino ‘islas de Bes’, en plural, en cuyo caso también Formentera debería haber quedado a salvo de cualquier mal bicho ponzoñoso.

Otro caso curioso es la lectura equivocada que se ha hecho de la noticia que nos da Diodoro que la copia de Timeo, cuando nos dice que Ayboshim nace como colonia cartaginesa, 160 años después de la fundación de Cartago, es decir, en el 653/654 aC. Lo primero que cabe decir es que ignora que nuestras islas tuvieron, más de mil años antes, una población indígena asentada, no importa que fuera en pequeños grupos dispersos. Lo prueban los más de 30 yacimientos de la ya abrumadora prehistoria de Formentera y, en particular, el sepulcro megalítico de Ca na Costa.

Fenicia, no púnica

Es curioso, sin embargo, que el autor se abona cuando habla de los salvajes baleares de las islas mayores. Pero no es sólo eso. Porque a partir de la lectura equivocada de Diodoro se concluye que Ayboshim es una fundación cartaginesa, cuando la arqueología demuestra que la primera ocupación colonizadora es fenicia, no púnica. Lo mismo en la mola de sa Caleta que en el Puig de Vila. Posiblemente protagonizado por gentes que vinieron de las factorías fenicias del sudeste peninsular, principalmente de Gadir; una ocupación que, por cierto, tuvo lugar a principios del siglo VI aC, es decir, más de 100 años antes de la datación que da Diodoro.

En descargo de nuestro amigo Diodoro cabe decir que cuando escribe en el siglo I aC, copiando a Timeo (s. IV aC), son tiempos en los que Ayboshim, entonces sí, ya está ya en la órbita de Cartago. El antecedente fenicio, en todo caso, Diodoro no puede ocultarlo, de aquí que diga que «habitan la isla toda clase de extranjeros, sobre todo fenicios». Es normal que así fuera. Ya estaban allí mucho antes de la fecha de fundación que da Diodoro.

El cuento de los conejos

Para ver hasta qué punto conviene tener despierto el sentido común al leer lo que las fuentes clásicas dicen sobre las islas, un episodio divertido es el de los conejos. El cuento esta vez es de Estrabón. Nos dice que las islas mayores sufren una plaga incontrolada de liebres y conejos que tienen una fecundidad aterradora, excavan madrigueras, socavan árboles, incluso casas, y devoran las semillas de las siembras y las plantas hasta sus raíces. Nos deja, sin embargo, una pista de por dónde van los tiros -las fantasías- cuando en su relato utiliza la expresión «dicen que una vez…» y pasa a explicarnos que los habitantes de las Gimnesias enviaron una embajada al divino Augusto, pidiéndole ayuda militar para eliminar la plaga de conejos o, en otro caso, solicitan que les proporcione otro lugar para vivir, porque con los conejos es imposible. (Estrabón, Hist. III, 2, 6 y III, 5, 3). Plinio remata la faena con el cuento de la tierra sagrada de Ibiza que mata a los conejos así que llegan a sus costas (Plinio, Hist. Nat. VIII, 226). También en los clásicos, los mitos son mitos y los cuentos son cuentos.

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