Casa Balear de Buenos Aires

Con el corazón dividido entre Argentina y las Pitiüses

Las raíces no se olvidan, eso lo saben bien el formenterés José Escandell y también los hijos de los ibicencos Eulalia Colomar, Bartolomé Marí y Antonio Marí, que emigraron entre los años 30 y 50

"El peso de la raíz es tan fuerte que te queda impregnado y no te suelta más". La frase es de José Escandell Costa, un formenterés de 78 años que emigró a Argentina con su familia en la década de los 50. La pronuncia en el documental ‘Fent les Argentines’, del realizador mallorquín Pere Salom, que se estrenó en la Fundació Sa Nostra de Palma en diciembre de 2022 y que se proyectó en el Centro Cultural San Martín de Buenos Aires el pasado 3 de julio. El largometraje, que es un homenaje a los emigrantes baleares que fueron a Argentina, recoge entrevistas a más de una veintena de ellos o de sus descendientes. Entre ellos figuran Escandell, y los ibicencos Juan Marí Freire y Eulalia Colomar Marí, que lamentablemente falleció el pasado mes de abril. Gracias a la ayuda de la presidenta de la Casa Balear de Buenos Aires, Alejandra Riera Folgueiras, Diario de Ibiza ha podido contactar con el formenterés; con Osvaldo Carlos Marí, uno de los dos hijos de Eulalia Colomar Marí y Bartolomé Marí Ferrer (ambos de Sant Carles), que ha explicado la historia de sus padres por escrito; y con Cecilia Marí Díaz, hija de otro ibicenco, Antonio Marí Juan. Todos ellos están o formaron parte de la Casa Balear de Buenos Aires, que cuenta en la actualidad con «200 socios activos de unos 2.000 registrados», la inmensa mayoría con raíces en Mallorca.

Recuerdos de «una infancia feliz» en Ibiza y Formentera

Los recuerdos se agolpan en la cabeza de José Escandell Costa cuando rememora su infancia en las Pitiusas, donde vivió hasta los nueve años. Nació en Formentera en 1945, en Can Miquel des Bosc, en la Mola, y allí se crió hasta los cuatro años, cuando su padre, José Escandell Costa, que había sido combatiente republicano y que estuvo un año preso, decidió dejar la isla, donde se sentía «mal mirado y discriminado». Primero se fue con la familia a Ibiza y allí estuvo a cargo de una lechería en la calle Mayor 17, en la Marina, y luego decidió partir solo a Argentina en busca de un futuro mejor. Su mujer, Catalina Costa Juan, también originaria de Formentera, se unió a él en 1954, junto a sus hijos, Miguel y José.

De su niñez en Formentera, José Escandell tiene los recuerdos más borrosos, pero no se olvida de los cuentos de su abuela «en el fogón a leña». Sí se acuerda bien de sus años en Ibiza, de su colegio, Sa Graduada, de cuando jugaba a los piratas en su barrio de sa Penya y de las vacaciones de verano que pasaba en Formentera en casa de sus abuelos maternos y paternos haciendo «miles de tropelías con su hermano y sus primos como comer sandías de los vecinos o cazar sargantanes». Tampoco olvida el catalán, que habla con sorprendente soltura, aunque lamenta no poder escribirlo. «Fue una infancia feliz a pesar de la miseria y de la ausencia de mi padre», asegura.

Con su país de acogida se siente muy agradecido, aunque la vida en Argentina no fue tampoco fácil, sobre todo al principio. Su padre, cuenta, «siempre simultaneó dos o tres trabajos» y él desde los trece años tuvo que compatibilizar los estudios con diferentes empleos para ayudar en casa. Estudió en la universidad la carrera de contador público, «equivalente en España a la de economista orientado a la auditoría de empresa», y se convirtió en un profesional de prestigio, además de ser profesor de grado y postgrado en la Universidad de Buenos Aires. Entre 2007 y 2010 fue presidente del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y durante una década formó parte como secretario de la comisión directiva de la Casa Balear de Buenos Aires.

Imagen del viaje a Formentera de José Escandell con toda la familia en 2017.

Imagen del viaje a Formentera de José Escandell con toda la familia en 2017. / Archivo familiar de José Escandell

Escandell admite que se siente argentino, porque Argentina es donde se crió, donde estudió, y donde nacieron su esposa, Marta Angélica Espíndola Álvarez, y también sus tres hijas y su hijo. «Sin perder esa argentinidad se me sumó el orgullo de sentirme formenterés cuando 33 años después, en 1987, regresé a las Pitiusas, acompañado de mi hija mayor, Claudia». La emoción fue infinita, como la que siente ahora al rememorarlo. «Cuando puse el primer pie en la pista del aeropuerto de Ibiza arranqué a llorar y no podía parar», relata. Las lágrimas se le saltaron de nuevo cuando, poco después, desde el ferri a Formentera, a punto de atracar, divisó en el puerto «un grupo de más de 70 personas con una pancarta en la que se leía ‘Bienvenidos Pepe y Claudia’». Eran sus tíos carnales con sus primos hermanos, sus parejas y toda su descendencia. «Fue un regalo de la vida»; afirma, como también lo han sido «los seis o siete viajes» que ha hecho para visitar las Pitiusas desde entonces. De todos ellos, fue «muy especial» uno que hizo con su familia de Argentina al completo, 19 personas. No dejó de pensar en José Escandell y en Catalina Costa, en la alegría que hubieran sentido si les hubieran visto allí. «Aquel viaje era como la revancha de mis padres, que tuvieron que irse de las Pitiusas con una mano delante y otra detrás huyendo de la guerra, de la pobreza y en busca de nuevos horizontes», explica, de nuevo con voz emocionada, este contador público formenterés, que a pesar de estar jubilado, todavía ejerce como tal y da clases de vez en cuando.

De Sant Carles a regentar un negocio de muebles en La Plata

siguieron «en permanente contacto con la isla»

Los datos que nos ofrece son por escrito y más escuetos que la conversación con Josep Escandell, todavía está muy reciente el fallecimiento de su madre, una ibicenca muy querida que siempre llevó a su isla en el corazón. Explica Osvaldo que su padre, antes de marchar a Argentina, trabajaba de carpintero. «Mis padres se casaron y cada uno vivía en su casa hasta que después de un mes pudieron tener su noche de bodas», relata como curiosidad.

En 1950 la pareja, ambos con 25 años, decidió viajar al sur de Argentina, después de recibir «un documento de llamada de un hermano de Bartolomé Marí, José, para trabajar por dos años en una carpintería de Comodoro Rivadavia». Allí vivieron cerca de nueve años, tiempo en el que estuvieron en contacto «con unos primos originarios de Ibiza que eran vendedores de vinos de la marca Ferrer y lo transportaban a La Plata. En este lugar decidió la familia de Osvaldo y Celestino Marí empezar una nueva vida construyéndose una casa en Los Hornos, donde el padre instaló su carpintería. En ese barrio después pudo abrir un comercio de muebles y artículos del hogar que paulatinamente fueron ampliando. Hoy existen dos negocios, Casa Marí, atendido por Celestino Marí y sus hijos; y Colomar, fundado por los hijos de Osvaldo Marí, que por cierto llegó este sábado a Ibiza.

Eulalia Colomar con su nuera y unas amigas en plena pandemia.

Eulalia Colomar con su nuera y unas amigas en plena pandemia. / Archivo personal de Osvaldo Marí.

Un ‘vilero’ «con planta de actor de cine» y afición al boxeo

La argentina de 70 años va desgranando episodios de la vida de su progenitor: «Nació en agosto de 1911 en el casco antiguo de la ciudad de Ibiza, pero su madre se murió a los cuatro años y se crió con una tía y sus primos en una casa payesa en las montañas. Parece que eran muy humildes porque recuerdo que mi padre me contaba que criaban cabras y que las alpargatas sólo las usaba el domingo para ir a misa. Aprendió a leer y escribir allí, en una escuela que creo que era de monjas. Antes de marcharse de la isla trabajó en una chocolatería».

Antonio Marí Juan, en Ibiza, con familiares.

Antonio Marí Juan, en Ibiza, con familiares. / Archivo familiar de Cecilia Marí Díaz.

Se fue a Argentina con «la motivación de cambiar su vida y siguiendo los pasos de su padre, que ya vivía allí y que tuvo un accidente en el que perdió la vista. Primero estuvo en Buenos Aires, «muy poco tiempo», y luego se trasladó a La Plata, donde estaba el abuelo paterno de Cecilia. Allí trabajó como empleado del mercado de frutas y verduras del centro de la ciudad y también se dedicó «al boxeo como afición». Luego pasó a ser empleado de la sucursal que había de la cervecería Quilmes, donde estuvo hasta los 60 años, un año antes de fallecer. Aquel ibicenco con porte de «actor de cine» casado en 1950 con María Antonia Díaz, de Buenos Aires, añoraba mucho Ibiza y hablaba maravillas de ella a su familia. Le hubiera gustado volver, sobre todo para reencontrarse con una hermana mayor con la que había perdido el contacto, pero económicamente nunca se lo pudo permitir. Su hija, que, en honor a sus raíces, está aprendiendo catalán, mallorquí le llama ella, sí que ha podido cumplir el sueño de Antoni Marí Juan en su nombre y, además, varias veces. La primera en 2004 y todavía se ríe cuando recuerda la ilusión que le hacía ver el apellido Marí por todas partes: «Que si Ópticas Marí, que si Almacenes Marí, luego me di cuenta de que este apellido es allí tan común como aquí López o González». En aquel viaje consiguió contactar con unos primos segundos. Después ha vuelto varias veces, con su marido, una amiga y dos de sus tres hijas, «ahora falta la tercera», explica antes de expresar lo que siente cada vez que pisa Ibiza: «Para mí es la felicidad total, es como ir cumpliéndole el deseo a mi padre».

La casa balear de Buenos Aires quiere estrechar lazos con Ibiza y Formentera

La casa balear de Buenos Aires quiere estrechar lazos con Ibiza y Formentera

La última vez que se celebró en la Casa Balear de Buenos Aires un evento dedicado en exclusiva a Ibiza fue hace unos cuantos años. «En 2015», según apunta su presidenta, Alejandra Riera, cuando la artista argentina Marina Esther Penhos expuso allí ‘Ibiza Global Fest’, una serie de acrílicos, pasteles al óleo y collages inspirados en su estancia de siete años en la isla balear. Ahora que esta misma colección de obras se exhibe en las Pitiüses hasta el 26 de agosto en la Sala de Exposiciones de Santa Eulària, en la calle Sant Jaume nº 72, Riera le ha encomendado una misión a Penhos, que recabe todo el material posible sobre la gastronomía y el folclore pitiuso para llevarlo luego a Argentina. Además de pedirle ayuda a la artista plástica «para difundir la cultura de Eivissa en Buenos Aires», ha solicitado la colaboración del formenterés José Escandell, que emigró a Buenos Aires con nueve años, para que hable sobre su isla en la Casa Balear de la capital argentina. Explica Alejandra Riera que la entidad cuenta con la Agrupació de Ball De Bot Bons Aires únicamente, pero que le «encantaría» que alguna de las colles de ball pagès de las Pitiüses visitaran la sede. «Nos gustaría llevar una muestra del baile folclórico y la gastronomía pitiusa a las dos verbenas que hacemos anualmente con la Unión de Autonomías Españolas», comenta Riera, que insiste en la voluntad de la Casa Balear de Buenos Aires de estrechar lazos con Eivissa y Formentera. La entidad, que «trabaja para el bien de la comunidad balear que reside allí y la conservación de su patrimonio cultural», nació en 1905 con el propósito de «proporcionar asistencia recíproca a sus asociados». Su sede desde el principio ha estado en Boedo, un barrio muy tradicional de Buenos Aires conocido por el tango, que en su día acogió a muchos artesanos del calzado, entre ellos unos cuantos originarios de Balears. «Me consta que en torno a 1920 existió un centro ibicenco en Buenos Aires», apunta Riera. La Casa Balear de Buenos Aires «organiza distintas actividades» para sus socios, entre ellas «paellas casi mensualmente» y clases de catalán, que en estos momentos «imparte Cati Cobas por Zoom para alumnos de toda Argentina». Uno de los eventos más emotivos que la presidenta resalta de los últimos meses fue la proyección el 3 de julio en el Centro Cultural San Martín del largometraje ‘Fent les Argentines’, del realizador mallorquín Pere Salom, en el que han dado testimonio varios miembros de la Casa Balear de Buenos Aires.   

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