Tur de Montis, un ibicenco ‘Místico’ de la belleza

Luis Llobet publicó en 2002 un libro sobre la figura de su tío Mariano, un pintor refinado de acusada personalidad

Cuando en 2002 me ocupé en presentar al lector la singular figura del pintor Mariano Tur de Montis (Ibiza 1904 – 1994), también usé en el titular el mismo calificativo; porque creo que le venía como un guante a tan exquisito y refinado artista. Calificativo que no era mío, sino de José María Ballester, por aquel entonces director de Cultura y del Patrimonio Cultural y Natural del Consejo de Europa; y estaba incluida en un texto suyo que cierra el libro ‘Mariano Tur de Montis, un pintor de Ibiza’, que su sobrino Luis Llobet Tur publicó en febrero de 2002, dentro de la breve colección de trabajos que, con un mimo editorial de primera, editó a sus expensas para dar a conocer a figuras de relieve en la historia cultural de la isla. Una de ellas ya la presentamos en esta serie el pasado 22 de enero: la de Bartomeu Escandell (ibiza 1902 – 1976), de nombre artístico ‘Escandel’, cantante, bailarín, pintor y anticuario, que logró hacerse un nombre en el mundo de las ‘varietés’ europeas de principio del siglo XX. Libro que el amigo Luis Llobet publicó en 2005. Pues bien, del texto de Ballester me gustó cómo definía a Tur de Montis: «Una personalidad singular, un místico del arte y de la belleza, que supo ver y entender el papel que la estética pura iba a desempeñar, como cultura y forma de ética, en los años venideros. En ello residió su grandeza».

Recupero también algunos datos biográficos sobre el exquisito artista local: era hijo del general ibicenco Juan Tur y Palau «de antigua familia patricia de la isla» (según la Enciclopèdia d’Ibiza) y de Cristina de Montis von der Kleé, mujer cosmopolita de origen alemán. Se inició en la pintura gracias a los consejos de su vecina, «doña Paca Llobet, madre de Isidoro Macabich», según relata Luis Llobet en el texto biográfico que abre el libro: «En su casa, aquella original mujer, que pintaba usando los dedos en lugar de pinceles, le inculcó el valor de la luz y el color, y le ayudó a descubrir que la pintura sería su mejor forma de expresión». Más tarde, Tur de Montis conocería en Ibiza a una de las figuras más destacadas de la pintura española de la época, Joaquín Sorolla, quien le animó a que siguiera con la afición. Como lo hicieron los principales pintores que pasaron por la isla; de muchos de los cuales (como en el caso de Laureano Barrau) fue buen amigo.

En 1932 el pintor se trasladó a Palma, en donde pinta varios retratos, la faceta artística en la que más destacó. La Guerra Civil le pilla en su isla, viéndose envuelto, como es lógico, en el dramatismo de la terrible situación. A principios de los 40 Tur de Montis comienza su colección de antigüedades, afición en la que invirtió mucho tiempo y dinero, hasta el punto de que su casa de Dalt Vila, Can Llaneras (hoy sede del Colegio de Arquitectos), despertaba la admiración de las dispares personalidades que visitaron la isla antes del boom turístico: Soraya, María Callas, Romy Schneider, Gerardo Diego, Maximilian Schell o Errol Flynn, entre otros.

El periodo de mayor creatividad y brillantez del pintor ibicenco es el comprendido entre 1924 y 1960; y obras suyas figuran en el Museo de Palermo y en colecciones privadas de Europa y América, algunas de las cuales son reproducidas en el libro; obras que despertaron la admiración de los aficionados y críticos de su tiempo. Por ejemplo, del Marqués de Lozoya, historiador, poeta, crítico y erudito en arte, quien sobre Tur de Montis escribió en la revista Arte y Hogar: «Entre las maravillosas obras de arte que contiene la casa, las que más destacan son debidas al pincel de su propietario». Aunque, como sigue contando su sobrino en el libro: «Ya muy entrados los setenta, el tío Mariano vivió una época de cierto frenesí, desligándose de todo y rompiendo sus anteriores moldes estéticos. Hasta su naturaleza enfermiza y muchas veces angustiada mejoró sensiblemente. Un barroquismo exagerado se apoderó de él; varió la decoración de su casa y la llenó de objetos de poco valor, sólo por el deseo de cubrirlo todo. Incluso su forma de vestir, más bien tradicional, cambió bastante y adoptó en muchos momentos vestimentas exageradas o en el más puro estilo hippy», precisa Luis Llobet en el mencionado texto de presentación que abre el libro que recordamos y que los interesados pueden consultar, por ejemplo, en la Biblioteca Municipal de Can Ventosa. Libro de donde proceden las imágenes que ilustran este reportaje; y que, como en otras ocasiones, la institución que dirige Fanny Tur me prestó amabablemente.

Precisamente, de finales de los años setenta es el recuerdo personal que guardo de la figura de Mariano Tur de Montis. Por entonces, uno llevaba pocos años en Ibiza y andaba más bien impresionado por el estilo llamativo y más o menos chocante que imperaba en aquel tiempo en la isla. Sobre todo en Vila, que era (y es) el escenario de mi vida cotidiana. Un tiempo tan lejano, sí, y tan ilusionante. Sobre todo, y mirando ya a nivel nacional, porque, por fin, estrenábamos algo que los jóvenes actuales toman por lo más natural del mundo: la Democracia, así, con mayúsculas. Una alegría política y social que a la mayoría nos subió la moral y las ganas de vivir y hacer cosas que antes teníamos más bien prohibidas o limitadas. Sí, fue en una noche de verano y sentado con algún amigo en una de las terrazas más animadas del paseo del puerto. Y es que de pronto, al levantar la vista de mi copa, veo pasar, solo, altivo y mirando al frente, a un señor alto y delgado, bien vestido pero con una especie de chal por los hombros y agitando un gran abanico. Ostras, qué personaje. Pues sí, nuestro protagonista de esta semana, como un camarero nos informó al respecto. Toma ya. Aunque tardé en saber del alcance de su trayectoria artística y de que era uno de los miembros más peculiares de una de las familias de Dalt Vila de más rancio abolengo.

Giro radical en las costumbres

Un tiempo en la biografía del pintor que se corresponde con esa época de un giro radical en sus costumbres que cuenta Luis Llobet, y que cierra así: «A tal exaltación, como un canto de cisne, le siguió una profunda depresión que le llevó a vivir en Barcelona, donde recuperó la calma. Pero tras varios años de ausencia regresó para morir a su isla, donde falleció en 1994 a los 89 años de edad, dibujando aún, con manos temblorosas, en su lecho de muerte».

Y cerraré la evocación de la figura del refinado artista ibicenco volviendo al texto de José María Ballester que citaba al principio: «Mariano Tur de Montis debe a su familia materna sus raíces internacionales y su apertura de espíritu. Fueron sus abuelos el gaditano Mariano de Montis Romero de Tejada y una señora de origen alemán, Guadalupe von der Kleé y Ubico. Residentes durante largos años en Guatemala, donde logran acumular una fortuna considerable; viajan por toda América y recorren Europa, antes de instalarse definitivamente en Barcelona. Esta familia políglota, amante de la las artes y la música, mucho más cultivada de lo que era habitual en su época y condición social (todas las hijas del matrimonio tocaban un instrumento musical) pasaba los meses de verano en Puigcerdá y allí su hija Cristina conoce al teniente Juan Tur Palau, destinado en la guarnición militar de esa ciudad fronteriza. Tras la boda, el matrimonio se instala en la residencia familiar de Ibiza. Pronto la convierten en centro de la vida cultural y musical a que la nueva señora de Tur estaba acostumbrada y aportan, con ello, un factor de apertura y modernidad a la Ibiza de entonces», precisa en agosto de 2001 el director de Cultura y del Patrimonio Cultural y Natural del Consejo de Europa. Y así, de una historia de amor casual que surgió en Cataluña a finales del siglo XIX entre un gaditano y una señora de origen alemán, nació y creció la figura de uno de los artistas ibicencos más especiales. Sí, el mundo es un pañuelo.

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