Opinión | tribuna

Simple estupidez

«Las barreras fiscales, contables y laborales, al pasar de 49 a 50 trabajadores, se multiplican y perjudican a nuestra economía, que en vez de crecer, decrece, desincentivando el emprendimiento, el autoempleo y promoviendo la pasividad, la mentalidad funcionarial y el clientelismo»

Conforme reza el Principio de Hanlon o Navaja de Hanlon, “nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez”. Se trata de una regla empírica que permite o sugiere una forma de descartar explicaciones poco probables al comportamiento humano. Y este principio me viene a la cabeza cuando intento entender las razones por las que en España se desincentiva y demoniza el emprendimiento. Porque solo la estupidez superlativa puede explicar lo inexplicable.

En este orden de cosas, hablo claramente del cuello de botella que no deja crecer a las empresas y que representa para nuestro tejido empresarial, el conocido efecto perverso del empleado número 50. Efecto consistente en que a partir de que una empresa alcanza o supera dicho número de empleados, aparece todo un complejo y laberíntico entramado burocrático, normativo y operativo, plagado de desincentivos laborales y fiscales, que incrementan sus costes y las hacen menos competitivas. Entre estas nuevas obligaciones (algunas redundantes y repetitivas entre sí, otras un simple paripé que criminaliza a las empresas, como si fueran entes perversos que merecen ser vigilados y constantemente auditados) destacan: la introducción de nuevas obligaciones tributarias (las declaraciones trimestrales que pasan a ser mensuales); la pérdida de incentivos y deducciones fiscales en el Impuesto de Sociedades; las auditorías de cuentas, los planes de igualdad que exigen la figura de los Comités de Empresa, los protocolos de acoso laboral, acoso sexual y de prevención de acoso a personas LGTBI; los procedimientos para prevenir y denunciar acciones contra la libertad sexual; las cuotas de reserva de puestos para personas con discapacidad, el canal interno de denuncias, el protocolo de desconexión digital… y suma y sigue. Y ante el desolador panorama actual, la realidad que envuelve a las pymes, que ya era poco alentadora, se recrudece cuando incorpora a su empleado número 50, y pocos valientes acaban aspirando a seguir creciendo y generando más empleo y riqueza en nuestro país. Porque este acto de valentía, simplemente, se convierte en un auténtico suicidio empresarial, un quebradero de cabeza más, un vía crucis por el que no todos están dispuestos a transitar porque, en definitiva, no les merece la pena.

De modo que, tal como señala José María Rotellar, profesor de Economía de la Universidad Francisco de Vitoria, todo ello se convierte en una desventaja competitiva que impide aplicar la economía de escala que permitiría la reducción de costes medios y con ello, lógicamente, la obtención de ganancias de productividad que mejorarían los sueldos y oportunidades de nuestros empleados, además de promover más y mejores puestos de trabajo, y mayor competitividad de nuestras empresas, mejorando la sociedad en su conjunto. Las barreras fiscales, contables y laborales, al pasar de 49 a 50 trabajadores, se multiplican y, la vez, perjudican a nuestra economía, que en vez de crecer, decrece, desincentivando el emprendimiento, el autoempleo y promoviendo la pasividad, la mentalidad funcionarial y el clientelismo dependiente de las paguitas y dádivas del Estado.

Porque no se trata de inventar la pólvora, sino de copiar a los que saben hacerlo mejor que nosotros, países de nuestro entorno como Alemania, Suecia o EEUU, donde el emprendimiento es incentivado y promovido como una prioridad generadora de prosperidad. Y si, sea por la razón que sea (orgullo, falta de luces o exceso de estupidez congénita o sobrevenida), decidimos no copiar o replicar lo que a otros les ha funcionado, al menos sigamos las recomendaciones de la Unión Europea, que no siempre se equivoca.

Me refiero a la iniciativa conocida como la Small Business Act (SBA) o Ley de las Pequeñas Empresas, que a través de la Comisión Europea (respaldada por el Consejo y el Parlamento Europeos) aconseja la aplicación del principio Think Small First (pensar primero a pequeña escala) con el objetivo primordial de mejorar el entorno competitivo de las pymes, simplificando barreras que impidan su desarrollo y crecimiento, además de promoviendo la simplificación de su marco normativo.

Dicho lo cual, y por si se da el improbable supuesto de que alguien con poder, valentía e iniciativa para cambiar las cosas, me esté leyendo, le pido que escuche al tejido empresarial que agoniza frente a tanta burocracia. Porque se puede decir más alto, pero no más claro: dejémonos de tanta estupidez, tanto despropósito suelto que solo persigue construir un mundo al revés, donde se demonice la cultura del esfuerzo y se condene a las empresas a seguir siendo pequeñas, frágiles y a no aspirar a mejorar la sociedad con más y mejores empleos, mayor riqueza social y mejores oportunidades.

“Conocimientos puede tenerlos cualquiera, pero el arte de pensar es el regalo más escaso de la naturaleza” (Rey Federico II El Grande)

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