Una ibicenca fuera de Ibiza

Historia de tres estatuas; el abrazo

Pilar Ruiz Costa

Pilar Ruiz Costa

«El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos». Eduardo Galeano, ‘El libro de los abrazos’

Entre el 17 y el 19 de mayo de 2021, cerca de 10.000 personas se lanzaron al agua para cruzar a nado el espigón que separa Marruecos de la playa del Tarajal de Ceuta ante la ausencia anunciada de vigilancia marroquí que, en un enésimo chantaje, ponía a España y la Unión Europea entre la espada y la pared a costa de los más vulnerables que viven entre espadas.

Quedaba así vengada públicamente la afrenta de España que había consentido la entrada del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, por razones humanitarias para ser ingresado en un hospital. Poco después, España y Marruecos anunciaban con un apretón de manos la renovación del acuerdo de cooperación en materia migratoria y que desde que Pedro Sánchez llegara al Gobierno asciende a 30 millones anuales para «contribuir a la financiación del despliegue de las autoridades marroquíes en sus actividades de lucha contra la inmigración irregular, el tráfico de migrantes y la trata de seres humanos». Oído cocina, desde la Unión Europea también se anunció una partida anual de 500 millones para Marruecos —casi un 50% superior de la partida anterior— destinada a “contener la migración”. Pero los traficantes son siempre otros.

Igual que las cajetillas de tabaco traen, obligados por ley, un apartado de advertencias, las noticias de inmigrantes en el televisor deberían llevar, junto al titular de que se ha localizado otra patera con no sé cuántas personas sin nombre ni historia a bordo, una nota al pie que recordara que solo en el primer semestre de 2022 España exportó material de defensa (un eufemismo para llamar al material de guerra) a Arabia Saudí por un importe de 994.651.527 euros. Por ejemplo. Que según la ONU, los civiles muertos en la guerra en Ucrania se elevan a 8.231 y en Siria a 306.887. Que hay más de 20 millones de sirios buscando una salida al hambre y la violencia. Pero otra estrategia es aumentar las partidas, no para evitar el goteo incesante de las 11.522 vidas perdidas en estos últimos cinco años en las rutas de acceso al Estado español —un 91% de sus cuerpos no será encontrado jamás—, sino para que los muros sean más extensos, más altos y no tener que enfrentarnos a esas imágenes que nos perturban.

Como si cuando el exilio aprieta exista alambrada u océano que lo contenga. Quién, sino el desesperado se echaría al mar con flotadores improvisados con botellas vacías, quién sino quien teme más a la vida que a la muerte se ataría un bebé a la espalda como el que vimos que levantaba Juanfran, uno de los miembros del Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil de Ceuta, en aquella avalancha humana en el Tarajal, sin saber si estaba vivo o muerto. O Abdou, un joven senegalés que llevaba cuatro años varado en Marruecos esperando una oportunidad para llegar a España. Cuando la policía se acercó para devolverlo en caliente, sin mediar procedimiento, identificación, asistencia legal o médica; a plena luz del día y ante las mismísimas cámaras de la prensa, vio el cuerpo de su hermano, la única familia que le quedaba en el mundo yaciendo sobre la arena. Lo descubrió Luna, una joven de 20 años, voluntaria de la Cruz Roja, golpeándose con una piedra en la cabeza. Intentaba suicidarse y ella le ofreció agua. Se abrazaron. Porque a veces el hambre y la sed también son de abrazos. Y aunque Luna, que tuvo que cerrar sus redes sociales ante los ataques machistas y racistas que recibió dijo que “dar un abrazo a alguien que pide socorro es lo más normal del mundo”, basta encender el televisor para comprobar que no. Que hay más humanidad en ese abrazo que en cien apretones de manos.

Buen momento para recordar que el lema de España es Plus Ultra (del latín, más allá), desde que Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico invitara a viajar desoyendo los legados de la mitología griega, según la cual Hércules separó los continentes por el estrecho de Gibraltar y erigió dos columnas advirtiendo del límite del mundo: Non terrae plus ultra (No hay tierra más allá). Pero el Plus Ultra resultó —como todo o casi todo— solo de arriba abajo. Solo de norte a sur.

Desde apenas cinco kilómetros de la playa del Tarajal, observaba la marabunta de exiliados la imponente estatua de Hércules; ‘Los Hércules y La Unión del Mundo’, obra del artista ceutí Ginés Serrán-Pagán, que se rebeló al mito para deshacer fronteras. Aquí el hijo de Zeus en lugar de dividir abraza las columnas para reunir los mundos que —a qué mala hora—, él mismo había separado. Ojalá un abrazo constante, certero, hercúleo. Como abraza Luna.

«Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte». Eduardo Galeano, ‘El libro de los abrazos’

@otropostdata

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