Opinión | Tribuna
Mentir está de moda
Está de moda, si es que hubo alguna vez un momento en que no lo estuviera, la mentira. A mí la mentira me fascina, ha sido uno de mis temas literarios favoritos por lo que tiene, precisamente, de literaria. Le dediqué una novela entera y un libro de relatos a su hermana melliza, la memoria. Pero eso no viene a cuento ahora. Lo que yo venía a querer decir es que, de repente, los políticos están muy preocupados por la mentira. Acaso lo que les molesta es que se use aquello que consideran de su propiedad absoluta. Los políticos nos engañan constantemente y lo tenemos asumido con tanta naturalidad que ya ni nos molesta.
La queja viene, al parecer, de que dicen que se está usando la mentira para destruirlos a ellos y a algunas personas de su entorno. Esto, seguramente, es innecesario, ya proponía Oscar Wilde que para destruir a alguien bastaba con propagar alguna verdad sobre él. Pero, sea como fuere, de pronto los periodistas hemos empezado a ser sospechosos de libelo y por trámite de urgencia se quiere reinventar la censura.
Acaso es de libertad de lo que estamos hablando, y de un par de las esenciales, la de expresión y la de información. Antes, cuando aún creíamos en algunas cosas, a este oficio de contar la vida se llegaba porque uno quería ver el revés del mundo, porque había intuido, en un arrebato de clarividencia, que no todo era como parecía y queríamos ver la otra cara, la que quedaba oculta. Teníamos entonces la clara conciencia de hacer falta, de ser necesarios para que la gente supiese de qué iba el baile, y en unas dosis no despreciables teníamos la libertad de contar lo que veíamos, lo que sabíamos, lo que había.
Luego algo fue cambiando muy lentamente. Tal vez olvidamos lo que nos enseñó Andrés Fernández de Andrada en su ‘Epístola moral a Fabio’: “Más quiere el ruiseñor su pobre nido/ de pluma y leves pajas, más sus quejas/ en el bosque repuesto y escondido,/ que agradar lisonjero las orejas/ de algún príncipe insigne, aprisionado/ en el metal de las doradas rejas”, o simplemente nos dejamos llevar por la desidia o por la necesidad de reunir mensualmente la nómina, que nunca dejó de estar extremadamente flaca, o fue simplemente que las cosas se van degradando, sin más. Y así degeneramos en un periodismo demasiado complaciente, entregado a la amabilidad, un periodismo que recetaba publicidad por un lado y casi propaganda por el otro. Naturalmente que esto es una generalización y había y hay excepciones y no todo el monte es orégano, pero grosso modo así funcionaba la maquinaria. Y a eso se acostumbraron pronto, hasta el punto de que si, de repente, un adjetivo les roza la piel, no faltará un esbirro que te diga “volcaste el tintero sobre lo escrito”, y clame por el regreso del bozal. Pueden intentarlo si quieren, pero sospecho que no habrá mordazas suficientes.
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