Opinión | TRIBUNA

Esto no es un Unicornio

Pides un chardonnay y lo sirven en medida de cata sin olivas o con unos míseros kikos. Te remojas el paladar casi que con mala uva y te soplan nueve eurazos en superlativo o en insultivo, no me queda muy claro. «¡Oye! Es que estamos en Ibiza», me responde la camarera con el datáfono mientras marca la cifra; claro, no me queda otra que pasar la Mastercard y huir por la puerta del bareto, sí, sí bareto de plaza sin más.

Llegué a la isla de Ibiza pagando en pesetas hace ya más de veinte años y recuerdo que ganaba una cuarta parte de lo que gano ahora. Sin embargo tengo la misma y agotadora barrera o tope de supervivencia que entonces; pagar el alquiler, gasolina y compras en el Eroski, salir algún día del mes a cenar en un restaurante nada fancy y de higos a brevas comprar ropa o unos tenis en el outlet del Art de Santa Eulalia. Sin vicios raros ni hoteles caros y con el típico coche al que le cuesta pasar la ITV.

Dicho así, queda claro que algo da fallo en la suma de los catetos. El progreso está para evolucionar, requiere una serie de invenciones y mejoras en el campo de las técnicas sociales, económicas y políticas y la principal premisa viene dada con la igualdad; que claro, no se trata de que seamos iguales en tanto a comportamiento y apariencia, es más una cuestión de igualdad en cuanto a derechos y deberes, por supuesto. Pero a mí, cuando sumo y resto, me da testimonio de que la filosofía generalizada de progreso va a la deriva oportunista de la crematística sin medida, donde unos pocos se enriquecen a costa de otros que de hecho son bastantes más. Pero eso tú ya lo sabías. Es un cuento tan viejo como que la tierra es plana y además de viejo, también es aburrido.

Confieso que también he fantaseado con esa mesa redonda a media luz con tipos que apenas se les define el rostro y que tienen dedos largos que se les marcan los nudillos y pequeñas venas azuladas y que con esos dedos mueven los hilos para aquí y para allá y así trazan planes geopolíticos y definen el destino de los insignificantes, de los iliotas, de la gente de a pie, de los inferiores en definitiva. Y me quedo bastante a gusto, claro que sí. Es parecido a lo del horóscopo, o a lo de coger un Iberia e ir a diez mil kilómetros de distancia, cheintrails a todo gas, llegar a destino y pedir un menú kilómetro cero, o lo de ponerle un cuerno a un caballo llamarlo unicornio y que así ya pueda volar y conceder deseos, o pensar que todo lo que me ocurre en esta vida es porque tengo que pagar karma por todo lo que hice cuando en mi vida anterior fui Napoleón, no un bisonte o una comadreja, fui Napoleón y eso debe de tener mucho karma.

Pero cuando menos a veces me identifico con la canción aquella de Kase 0, «mi problema al crecer, fue cuestionar todo» y claro, empiezo a dudar si esos supuestos oráculos y dueños del mundo, esos poderes fácticos y políticos sean valedores de dicha capacidad intelectual que se les pretende y por ende de manipulación.

Esto es algo así como llegar a la conclusión de que los unicornios quizás no existen y la tierra no es tan plana como dicen. Pero claro, ahí me enfrento a un verdadero problema y ya no estoy tan a gusto. Además me vería obligado a actuar en vez de solo opinar. Tendría que poner en práctica el proyecto Mayhem de «Chuck» Palahniuk en sus notas originales, las buenas, las inspiradoras, las que no han sido estropeadas por la batidora de David Fincher con niños demasiado guapos y cool para el imaginario colectivo.

Y además, la verdad sea dicha, arrastro demasiado cansancio del ajetreo de mi vida anterior. Así que con cierta resignación entro en el bareto de nuevo, pido otra copa de chardonnay, me seco la lagrimilla y me digo «es que estamos en Ibiza».

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