Memorias de la isla

La consolación, sor Sofía y don Vicente

Niños entonces, allá por los 40 y 50, nuestro imaginario no estaba en los libros, estaba en los tebeos, en las aventuras de los hermanos Zipi-Zape y El Pequeño Luchador

¡Aquello sí que era adoctrinamiento!

¡Aquello sí que era adoctrinamiento! / Archivo Magón

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

La reseña que sigue podría ser biográfica, pero es la de muchos niños y niñas que pasamos por las monjas de La Consolación o de San Vicente de Paúl, por la Graduada o por la Escuela Nacional de don Ernesto o don Joan des Sereno, para acabar en el Santa María, único instituto que había en la isla y que estaba en el edificio de Dalt Vila, antiguo convento de los dominicos que luego fue un poco de todo, escuela, instituto, cárcel, ayuntamiento, sala de juicios y qué se yo. Hablar de todo aquello sería la historia de nunca acabar, de manera que vamos empezar por el principio, pongamos por caso, La Consolación. Allí pasamos muchos de nosotros buenos y malos ratos que sin nostalgia ni rencor, hoy recordamos con ternura.

la consolación,

la consolación, / Miguel ángel gonzález

La Consolación era y es el colegio de monjas agustinas que felizmente sobrevive en la cuesta de Joan Xico, frente al baluard del Portal Nou, un entorno que por el lado de la muralla sigue igual, pero que en sus otros vientos está irreconocible. No sé por qué, me acuerdo sobre todo del pequeño circo de madera donde se hacían peleas de gallos. Estaba junto al colegio, entre el arranque de la Vía Púnica y la avenida de España. La Consolación sigue igual, aunque le han añadido un segundo piso que rompe la línea modesta, pero correcta y uniforme, que tenía el edificio. También han crecido las palmeras de la entrada, entonces enanas, que llevaban a la escalinata y al rellano vestibular en el que, cuando acababa el curso, nos hacíamos la fotografía de rigor, circunspectos y requetepeinados, sentados tras una mesa que tenía, como telón de fondo, un mapa de España que era de hule.

la consolación,

la consolación, / Miguel ángel gonzález

Ahora, cuando paso frente a La Consolación, la memoria, sin que yo lo pida, me regala una lista de una muy lejana cotidianidad: el Catón Moderno, la bata de batista tiesa, de rayas azules y blancas, el pupitre para dos y con el tintero encastrado para evitar accidentes, los lapiceros de colores Alpino, el sacapuntas, la goma de borrar Milán, la escuadra y el cartabón para los dibujos, la libreta que venía en el dorso con la tabla de multiplicar y con unas caligráficas líneas paralelas, como raíles, para que no descarrilaran nuestras letras que tenían que ser monjiles y redondillas. Las góticas, por rasgadas y picudas, estaban prohibidas. «Denotan orgullo», decía sor María del Amor Hermoso.

LA CLAVE | Cuando se le sacaba de sus casillas

Lo único que sacaba de casillas a Don Vicente era que le hiciéramos preguntas fuera de tono: Si Dios era bueno, ¿por qué mandó a Abraham que matara a su hijo? ¿Y por qué no perdonó a Eva si la culpa la tenía la serpiente? ¿Era verdad que el demonio tenía cuernos y rabo? Se esforzaba para que entendiéramos que Dios es uno pero también tres, que el Espíritu Santo es una paloma, que bastaba un pecado mortal para que fuéramos al Infierno para toda la vida, bueno, para toda la muerte. Era una religión rara, muy rara, y todavía me lo parece. Pero eso sí, muy entretenida. 

Monja para cada cosa

También recuerdo la tarima de la monja-maestra, la adjetivo porque había una monja para cada cosa, la monja-sacristana, la monja-portera, la monja-cocinera y así sucesivamente. Todavía veo una pizarra grande con las barras de tiza que hacíamos chirriar al escribir para fastidiar a la monja. Y en el la pared, detrás del sitial de la sor, estaba el preceptivo Calvario, la cruz con crucificado entre Franco y José Antonio, una tríada que me fastidia recordar. Sucedió que en la clase de don Vicente, el reverendo, le pregunté si la cruz no tenía que estar entre dos ladrones. No me contestó, pero se chivó a sor Sofía. Me quedé sin recreo una semana y dos días, en su clase, de cara a la pared.

la consolación,

la consolación, / Miguel ángel gonzález

En La Consolación rezábamos mucho. Al empezar la clase, todos a coro detrás de la monja: Ave María Purísima / Sin pecado concebida. Y el Àngelus al mediodía, después del recreo: El ángel del Señor anunció a María / Y concibió por obra del Espíritu Santo. Y un día a la semana, por las tardes, a la hora de la siesta, rezábamos el Santo Rosario. Y que lo hiciéramos a la carrera, no impedía que las letanías nos amodorraran. Arrodillados, más de una vez di con la cabeza en el respaldo del banco que tenía delante. Mis mejores recuerdos son de la Historia Sagrada, el demonio era una serpiente parlanchina que engaña a Eva y da al traste con la buena vida que ella y Adán tenían montada en el Paraíso, el episodio de Caín que mata a su hermano con la quijada de un asno, la juerga que se corren los de Sodoma y Gomorra que el buen Dios arrasa con rayos y truenos, la gran ocurrencia de un Dios cabreado que monta el lio de los idiomas en Babel, el Diluvio que sin necesidad de un cambio climático cubre la tierra en lo que es un genocidio total en toda regla; luego estaba el cantazo que le arrea el pequeño David a Goliat, y lo de Sansón que con sus manos desmandibula a un león y atado a unas columnas, con un buen tirón las abate y todo un palacio se viene abajo. De todos aquellos hermosos cuentos que nos explicaba don Vicente, ninguno mejor que lo del mar Rojo que se abre para que pasen los buenos y se cierra cuando pasan los malos. Recuerdo que el reverendo estaba contentísimo de que le escucháramos con atención.

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