Antonio Gala, leve y mordaz

A los 92 años, Antonio Gala se nos ha ido. Muy desmejorado, hacía ya tiempo que vivía recluido en el convento cordobés del Corpus Christi, 

hoy sede de la Fundación del escritor

Antonio Gala

Antonio Gala / XOAN ALVAREZ

En una de sus últimas declaraciones a la prensa, Antonio Gala comentaba que su editora le daba la murga para que escribiera sus memorias, cosa que le cabreaba porque anunciaba despedida, pero que no temía a la Parca, que vivir es morir y todos somos moribundos. Añadió que, de haberlas hecho, tenía un título que no estaba mal: «No os molestéis, conozco la salida». Es como ha salido de escena. Sin dar un portazo. Discretamente. Quiero pensar que hoy transita ‘Los verdes campos del Edén’, título de una de sus obras de teatro. Esperemos que tales ‘campos’ no sean sólo literarios.

Debo decir, para ser honesto, que escribo de Gala por su deceso, pero sin elogios ni elegías. Sucede que si admiro al dramaturgo, me deja frío el novelista. Le reconozco una escritura esmerada que cuida la palabra, pero me resulta barroca, meliflua y relamida. De querencias senequistas, Gala era muy dado a filosofar, pero se queda en la caligrafía. Y luego está el personaje que supo crear. Nada nuevo. Lo hicieron Valle Inclán, Cela, Umbral y muchos otros. Gala quería gustarse y gustar, de ahí su extremo cuidado en el vestir –leves, azules y malvas en su pullover de cuello redondo, foulards de colorines, elegante bastón -acumuló trescientos-, y esa voz inconfundible, bisbiseante y cantarina que con seducción utilizaba. Gala cuidaba el escaparate. Dominaba la puesta en escena. Era, por así decirlo, un plumífero dandy. En cierta manera, escribía como vestía. Y se vendía bien, mayoritariamente a un público femenino. Se le calculan más de cuatro millones de ejemplares vendidos. Cuando asistía a una Feria del Libro, se contrataba un guardia jurado para ordenar las colas que se formaban en su tenderete. Él, sin embargo, decía que sus libros no se leían como se vendían.

 Sorprende que su producción más comercial, su narrativa, sea tardía. Es a partir de 1990, ya sexagenario, cuando publica ‘El manuscrito carmesí’, ‘La pasión turca’, ‘Las afueras de Dios’, ‘La Granada de los nazaríes’, ‘Si las piedras hablaran’... Si disculpan que personalice, prefiero su teatro, más de treinta piezas, entre ellas, ‘Anillos para una dama’, ‘Los verdes campos del Edén’, ‘Las cítaras colgadas de los árboles’, ‘Petra regalada’, ‘El cementerio de los pájaros’, etc. Casi toda ellas para quitarse el sombrero. Aunque desconcierta saber –como él mismo reconocía- que el teatro era el género literario que le gustaba menos. Gala hubiera querido ser sólo poeta, un vate excelso. Sobresalía en sus colaboraciones en prensa, donde teníamos una extraña mezcla de agudeza, ternura y mala baba. De querencia renacentista, Gala era culto, cultísimo, ingenioso, irónico, heterodoxo, curioso, divertido, mordaz, snob y también incendiario. Eran legión los seguidores de sus columnas en ‘El País’, ‘Pueblo’, ‘Sábado Gráfico’, ‘La Actualidad Española’ y ‘El Mundo’. Es imposible olvidar sus cabeceras, ‘Charlas con Troylo’, ‘Texto y pretexto’, ‘Cuadernos de la Dama de Otoño’, ‘La casa sosegada’, ‘Dedicado a Tobías’, A quien conmigo va’, ‘Paisajes con figuras’, ‘La Tronera’… 

Gala, gustara o disgustara, tenía su qué. También como personaje. Revisando a vuela pluma su biografía, -la que no escribió-, es evidente que lo nacieron para cosas grandes cuando todo un santoral abrazaba su nombre. Lo bautizaron Antonio Ángel Custodio Sergio Alejandro María de los Dolores, Reina de los Mártires de la Santísima Trinidad y de todos los Santos, para acabar con sus apellidos, afortunadamente escuetos, el ‘Gala’ paterno y el ‘Velasco’ materno. Un Gala que quería salir a escena, consciente de su disparatado apelativo, se quedó con el familiar Antonio Gala. Pero hizo honor a lo que se esperaba de él. A los 14 años da una conferencia en el Liceo Artístico y Literario de Córdoba. Y a tan tierna edad ya lee a Rilke, San Juan de la Cruz, Garcilaso, Maimónides y Averroes. A los 15 entra la Universidad y acaba licenciándose en Filosofía y Letras, Ciencias Políticas, Económicas y Derecho. Presionado por su padre, oposita al Cuerpo de Abogados del Estado, pero harto de leyes y de la presión familiar, ingresa en un convento. Piensa que en la clausura de la Orden de San Bruno, como cartujo, le dejarán en la paz de Dios. Nanay. El joven tiene sus ‘prontos’, la disciplina monástica despierta al ácrata que lleva dentro y lo ponen de patitas en la calle. Sigue el desquite, el carpe diem, la bohemia. Viaja a Portugal, pasa un año en Florencia y sus primeros poemas y colaboraciones en prensa le convencen de que puede vivir de la pluma. 

Compromiso político

Llegados aquí y para no salirnos de página, no está de más reconocerle su compromiso político, un aspecto poco conocido de su biografía. Gala reivindica desde posturas de izquierda la autonomía de Andalucía, tiene un papel mediador que subvenciona el Gobierno soviético en las relaciones España-URSS, topa con el el ejército al que llama fascista en un artículo que levanta ampollas, ‘Soldadito español’, preside la plataforma cívica que propugna el ‘no’ a la OTAN y se manifiesta del lado de los palestinos, con críticas a Israel, por las que se le acusa de antisemita. Otro artículo suyo, ‘Los elegidos’, provoca que le denuncie la Comunidad Judía de Madrid por incitación al odio, injurias y antisemitismo. Y cosa curiosa, funda y preside la Asociación de Amistad Hispano-Árabe, lo que le permite en 1982 viajar a Bagdad y entrevistar a Saddam Hussein, episodio que no me resisto a recoger de la crónica que en 2003 publica El periódico de Aragón: «Saddan era un tirano, pero era el tirano de los EE. UU., que le había dado las armas de destrucción masiva para que las empleara contra Irán y que ahora buscan (…) A Saddam yo le llamaba Manolo por su aspecto entre albañil y camionero, con esos ojos negros y ese bigotazo que parecía de Chamberí. Mientras le leía mis versos, él dio un grito, ‘¡Guahyá!’, y yo, asustado, pensé ‘este me gaseaba’. La intérprete dijo que eso era el equivalente de ‘¡Olé!’ (que viene de Alá), y era como decir: ‘¡Dios te bendiga!’». Gala, en fin, guste más o guste menos, fue singular. Y admirable en muchos aspectos.

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