Hermann Hesse y los ‘Flower Children’

«En ocasiones hay que perseguir lo imposible para obtener lo posible». Hermann Hesse 

Retrato de Hermann Hesse del pintor alemán Ernts Wurtenberger en 1905.

Retrato de Hermann Hesse del pintor alemán Ernts Wurtenberger en 1905. / DI

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Ser adolescente en los sesenta fue un magnífico regalo. Éramos muy dados a fervores y enamoramientos. Recuerdo que un buen amigo de la tribu de Azara que nos adelantaba en lecturas, Santiago Miró, nos habló de una novela de título rarísimo que le había entusiasmado, ‘Siddarttha’. La había localizado en la Librería Villar que estaba en el carreró de la Xeringa. Allí encontrábamos los libros que no se podían leer de Camus, Gide y Sartre que, cosas de la edad, comprábamos más por esnobismo que por interés. Al día siguiente, pasé por la librería y vi que del mismo autor, Hermann Hesse, había otras cuatro novelas, ‘Bajo las ruedas’, ‘Demian’, ‘El lobo estepario’ y ‘El juego de los abalorios’. No recordaba que don Antonio Tormo, nuestro profe de Literatura en el Santa María nos hubiera hablado de Hesse. Todos aquellos libros, supuestamente desaconsejables, estaban editados en México y Argentina por editoriales como Sur, Sudamericana o Losada, y en Europa por El Ruedo Ibérico, editorial creada en París por refugiados españoles. Pero vamos a lo que voy. En la librería Villar compré la novela de Hesse que me dictaba el bolsillo, la más barata, ‘Bajo las ruedas’. Me gustó mucho, pero también me descolocó. Hans, el protagonista, fracasa en sus escarceos con una chica, Emma, y tiene después una mala experiencia como seminarista. Era mi caso. También a mí me habían dado calabazas y rumiaba entrar en el Seminario, una coincidencia que me pareció un mal presagio que luego se cumplió. El caso es que Hesse me enganchó y aquel mismo año devoré ‘Demian’ y ‘El Lobo estepario’. Y Santiago Miró que había acabado de leer ‘Siddhartha’, me la prestó, pero no conseguí leerla, me aburría lo de buscar la sabiduría y el propio ‘yo’ con ayunos y meditaciones.  

Lo curioso de aquellas novelas de Hesse fue que enseguida tuvieron una insólita relevancia. En aquellos días Ibiza vivía la sorpresiva invasión de los Flower children que para nosotros eran ‘els peluts’. Diarios como La Vanguardia, Ya, ABC, y revistas como Triunfo, La Gaceta Ilustrada y Destino, dedicaban artículos y reportajes al peregrinaje de aquellos melenudos para los que Hermann Hesse se había convertido en su mentor. Se decía que sus novelas casaban bien con aquella movida contracultural que proclamaba el amor libre, el regreso a la naturaleza y el pacifismo, pero eso sí, sin dar un palo al agua, en una feliz holganza que quería mejorar el mundo con ácido lisérgico, marihuana y música de los Beatles. El caso fue que, por un tiempo, entre Katmandú y Marrakech, aquella tribu juvenil estableció sus cuarteles en la isla. Hoy, al releer a Hesse, es cierto que descubrimos un aura rebelde, una clara confrontación contra la sociedad consumista y materialista, los modos de vida pautados y cualquier intento de domesticación espiritual. Era lógico que las novelas de Hesse alentaran los ideales contraculturales de aquella movida que, por cierto, puso a nuestras islas en el mapa. El ad libitum que publicitábamos y la marca adlib de la moda ibicenca viene de aquellos días. En aquel contexto, lo veo ahora, no nos vino mal la lectura temprana de Hesse.  

Conflictivo, esquivo y huraño

Nacido en el seno de una familia pietista, –abuelo y padre misioneros-, el joven Hermann salió rebotado. Era conflictivo, rebelde, esquivo y huraño. Expulsado de varias escuelas, lo internan en un Seminario del que escapa. No soporta su rígida disciplina y los desvaríos del rector que practica exorcismos. Hermann sale a tal punto ‘tocado’ que en una carta apunta ideas suicidas: “Quisiera partir como el sol en el ocaso”. Con 15 años lo ingresan en un manicomio y después en una institución para adolescentes conflictivos. En aquellos años de reclusión lee mucho y en la escritura encuentra una forma de liberación: «Seré poeta o no seré nada». Recuperado a medias de sus horas bajas, trata de independizarse. Trabaja como aprendiz de relojero, en varias librerías, con un anticuario y por las noches escribe. Tiene 24 años cuando consigue publicar su primera novela, ‘Peter Camenzind’, que obtiene un éxito inmediato. Convencido de que puede vivir de su escritura, contrae matrimonio y no tarda en publicar ‘Bajo las ruedas’ y ‘Gertrud'.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, declarado inútil para la milicia, sigue escribiendo, pero su pacifismo en una Alemania exaltada le crea problemas que se agravan porque muere su padre, su hijo enferma de gravedad y tiene que afrontar la esquizofrenia de su esposa. Vuelven las neuralgias, las migrañas y cae en una profunda crisis que exige tratamiento psicoanalítico. Llevará sus malas vivencias a una nueva novela, ‘Demian’ que, siendo auto-referencial, firma con seudónimo, Emil Sinclair. Los años que siguen son los más productivos. Publica, entre otras novelas. ‘Viaje a Núrenberg’, ‘En el balneario’,’ Siddhartha’, Narciso y Goldmundo’ y ‘El lobo estepario’. A partir de 1931 se embarca en su obra de más aliento, ‘El juego de abalorios’. Hesse expresa en ella sus miedos a que el terror de las armas y la sinrazón se apodere del mundo que habitamos. Proyecta una ciudad utópica que, gobernada por el espíritu y la cultura, trata de recuperar todo el saber humano y en la que sus habitantes desarrollan al máximo sus facultades. 

Por los temas de sus novelas, rebeldía, absurdo, libertad, etc, a Hesse se le atribuye un cierto romanticismo, idealismo, incluso existencialismo, pero tengo para mí que los únicos ‘ismos’ que le mueven son el individualismo, el inconformismo y su talante exploratorio, su afán de conocer y conocerse. Entre 1939 y 1945, el régimen nazi prohibe sus obras, pero fuera de Alemania le llega el reconocimiento. De sus más de 40 volúmenes, entre novelas, relatos y poemarios, se han vendido más de 30 millones de ejemplares, es el autor más leído en Europa, Estados Unidos y Japón, sus obras se han traducido a 47 idiomas y se le han dedicado más de 200 tesis doctorales. En 1946 recibió el Premio Goethe y el Premio Nobel de Literatura. Y aquí lo dejo. Como despedida, a los mayores de la tribu –entre los que ya me cuento- les recomiendo encarecidamente una de sus obras menos conocidas, ‘Elogio de la vejez’, una sanadora reflexión sobre el otoño de la vida.