Suplemento Abril

De Melville a Hemingway

«Para aprender a escribir hay que acudir a los autores que han resistido el paso del tiempo. Sólo comparándose con ellos, sabe uno si va bien», Ernest Hemingway.  

De Melville a Hemingway

De Melville a Hemingway / di

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Herman Melville era uno de los escritores preferidos de Hemingway. Releía ‘Moby Dick’ y sólo le criticaba sus digresiones, que interrumpiera el relato en momentos inoportunos, se fuera por las ramas y dedicara capítulos enteros a disertar sobre el blanco epitelio de la ballena, sus representaciones en pintura, madera, hierro o piedra y dedicara páginas enteras a la legislación de la Comisión Ballenera Internacional. Más que suficiente para que el lector tirara la toalla. Ya era un aviso a navegantes que Melville iniciara su novelón con 76 frases célebres de referencias balleneras, empezando con la del mismísimo Génesis, 1, 21: «Y Dios creó a la ballena». No puede extrañarnos que ‘Moby Dick’ no se leyera en su momento y que Melville acabara sus días desencantado, ignorado y escribiendo mala poesía. Sólo triunfó post mortem, cuando lectores avisados supieron separar el trigo de la paja. También yo pienso que en ocasiones Melville es un muermazo y que a ‘Moby Dick’, siendo una extraordinaria novela, le sobran páginas. Un exceso que a Hemingway le viene bien, porque en ello ve un reto. Buscará una variante aligerada de la lucha de Ahab con la ballena. La ocasión le llega cuando la revista Lyfe le encarga un relato que Hemingway lleva a un mundo que conoce bien y le apasionaba, el mar y la pesca. Y aunque se plantea la cosa sin especial ambición, casi como un divertimento, le sale su mejor novela. ‘El viejo y el mar’ tiene un éxito inmediato, consigue el Premio Pulitzer en 1953 y allana su camino hacia el Nobel. Breve, emotiva y sencilla, la novela está escrita con un lenguaje directo y conciso. No sobra una palabra y su contenido no es menos épico que el de ‘Moby Dick’. 

La edición que manejo de ‘Moby Dyck’ al escribir estas notas supera las 600 páginas, mientras que ‘El viejo y el mar’, con sólo 159, es también una obra maestra como Faulkner reconocía: «El tiempo demostrará que ‘El viejo y el mar’ es la mejor obra que cualquier de nosotros haya escrito y, al decir nosotros me refiero a sus coetáneos y a los míos». Nada extraño si tenemos en cuenta que, lejos de la novela de ideas y de toda erudición, la concisión es uno de los rasgos característicos de la narrativa de Hemingway. Y no digo con ello que supere a Melville. Una cosa es relacionar a los dos escritores y otra muy distinta entrar en inútiles valoraciones que no vienen al caso. De hecho, la idea de compararlos no es nueva ni mía. Juan Villoro, en su prólogo a ‘El viejo y el mar’, dedica sus primeras parrafadas a Moby Dick. Y hace años que circula un estuche en el que se venden los dos libros juntos en un pack. Algún editor se dio cuenta de que las dos novelas, con los matices que se quiera, tocaban el mismo tema, la lucha del hombre consigo mismo, una fábula o metáfora de la brega que implica la propia vida. Que el pretexto de esa lucha sea vencer a un Gran Pez que nos puede, que gana la partida, es lo de menos. El lector no tarda en percatarse de que las dos novelas adquieren tintes metafísicos inquietantes. Nos hablan de una pelea en la que siempre perdemos. Son historias que acaban mal. El capitán Ahab es arrastrado al abismo por el enemigo que lleva dentro, mientras el viejo pescador, inocente, después de su justa con el pez, regresa de vacío a su casa. El destino destruye a un Ahab abyecto y respeta la honradez y resignación del viejo pescador. Mientras al capitán Ahab, en su espiral de autodestrucción, le domina un orgullo demoníaco -la ballena es su Leviatán-, al pobre viejo sólo le mueve, como al paciente Job, la lucha cotidiana por sobrevivir. No tiene la culpa de Ahab, no tiene el pecado de Ahab que acaba en el infierno que desafía. Las dos historias coinciden en una atmósfera de trasfondo mítico y tonos bíblicos, que trasciende a los personajes. Santiago es un hombre de fe. Ahab es un descreído que desafía al destino y al mismísimo Dios. En las dos obras hay algo apocalíptico y aterrador, un contexto que contrapone Bien y Mal. Pero las lecturas no se agotan en lo que decimos. Todavía hoy, un profundo simbolismo sigue intrigando a críticos y lectores. El ballenero Pequod viene a ser un microcosmos que representa nuestra realidad. Y algo tiene la historia de Ahab de viaje en la búsqueda de un imposible, de lucha desesperada contra lo que es irremediable, un hundimiento inevitable y definitivo. 

En todo caso, si tuviera que advertir algún aspecto que no me convence del todo en las dos obras, sería su tono didáctico y moralizante. En la de Melville, el malo es malísimo y la causa de un desastre total, mientras que en ‘El viejo y el mar’ encontramos ingenuas dosis de moralina en tópicas frases como «no pienses en lo que no tienes, piensa en lo que puedes conseguir con lo que tienes»; «haber hecho una cosa no demuestra nada, pues cada circunstancia es distinta»; «podría dejarme ir, pero tengo que aprovechar el tiempo»; «si soy exacto, cuando venga la suerte estaré dispuesto», etc. Aún así, en ‘El viejo y el mar’ las supuestas ‘lecciones’ quedan disimuladas y la historia no tiene un final fácil ni feliz. El esfuerzo no tiene recompensa y el viejo pescador que regresa a su casa fracasado, sabe que al día siguiente se hará de nuevo a la mar. Algo hay en él del Sísifo camusiano. Ahab, antihéroe al que atrae el abismo y prefiere la muerte a verse vencido, tuvo que obsesionar a Hemingway, pues él mismo, en su vida –como en casi todas sus novelas-, jugaba también con una muerte con la que estaba familiarizado como corresponsal de guerra o en su afición al riesgo que vio en las corridas de toros. En su familia se suicidaron sus dos hermanos, Leicester y Úrsula, se suicidó su padre y lo haría después su nieta Margaux. Parece que en su familia se daba la hemocromatosis, una enfermedad metabólica que provoca un grave deterioro físico y mental. Y por si fuera poco, Hemingway era un gran bebedor. No puede extrañarnos que su final no fuese distinto al de sus personajes. Después de una vida llena de riesgos y aventuras, cuando se sintió cansado de vivir y deprimido, se descerrajó un tiro con su escopeta de caza. 

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