Opinión | Editorial

El drama humano de la migración

La llegada de migrantes en patera a Ibiza y Formentera ha pasado de ser excepcional a habitual en los últimos años. Las Pitiusas se han convertido en un punto de destino por su proximidad geográfica a las costas del norte de África, de modo que cuando llega el buen tiempo o la mar está en calma aumenta el flujo de migrantes porque es más fácil hacer la travesía en las precarias embarcaciones en las que a menudo estas personas que buscan mejores oportunidades se juegan la vida.

El pasado jueves fue uno de los días en los que más migrantes arribaron a Formentera: en tan sólo siete horas, un total de 65 argelinos llegaron a la isla en cuatro pateras. El drama humano se hizo especialmente doloroso en el caso de diez personas que quedaron atrapadas en el acantilado de la Mola, a cuyo pie les había dejado un taxi-patera a las dos de la mañana. Entre ellos había tres niños, de tan sólo uno, dos y cinco años, y dos adolescentes de 16 y 17 años que viajaban solos, así como dos madres de los menores. Los bomberos consiguieron rescatarles uno a uno, en una peligrosa y laboriosa operación que se prologó durante varias horas. Las imágenes del rescate son elocuentes sobre el riesgo que corrieron, la profesionalidad de los bomberos (dos de los cuales libraban ese día), y podemos imaginar el miedo y la desesperación que pasaron esos niños y adultos durante la noche, en un acantilado escarpado por el que no podían subir y sin saber si podrían salir vivos de allí.

El problema de los movimientos migratorios es muy complejo y responde al impulso ancestral (y legítimo) de los seres humanos de ir en busca de mejores condiciones de vida para ellos y sus hijos. Y más aún cuando son presa del miedo o la desesperación por las circunstancias que les ha tocado vivir. Esta es la historia de la Humanidad desde sus inicios y no se detendrá por más leyes restrictivas y medidas coactivas que impongan los países más desarrollados para evitar la llegada de inmigrantes procedentes de regiones pobres y a menudo desangradas por la violencia y los conflictos bélicos. Se trata de un problema global que en absoluto está resuelto en la Unión Europea y difícilmente se solucionará mientras las condiciones penosas de vida empujen a cientos de miles de personas a buscar mejores oportunidades en otros lugares más prósperos. Y no olvidemos tampoco que quienes llegan en patera son los emigrantes más pobres y vulnerables, porque muchos más viajan en transportes convencionales, como simples turistas, aunque en realidad vienen a quedarse.

La emigración sólo puede frenarse de verdad creando buenas condiciones de vida en sus lugares de origen. Nadie se juega la vida o envía a sus hijos pequeños solos a un abismo incierto en manos de las mafias que trafican con personas si no vive una dramática situación de necesidad. Por tanto, la mejor política para evitar los flujos migratorios es contribuir a que los países subdesarrollados vivan en paz y puedan ofrecer prosperidad a sus habitantes.

En cualquier caso y por lo que respecta a nuestras islas, es importante proporcionar a los migrantes que llegan una atención digna, especialmente a los niños y adolescentes que han sufrido una experiencia tan traumática a muy corta edad. En este sentido, es preciso y urgente adecuar las infraestructuras a las nuevas necesidades que impone este flujo continuo de migrantes, para el que ni Ibiza ni Formentera están preparadas, pues carecen de recursos asistenciales suficientes y apropiados. Formentera especialmente necesita habilitar un centro de menores cuanto antes, no solo para atender a los que llegan en pateras, sino para los niños y adolescentes cuya tutela asume el Consell. En Ibiza, los centros de menores tampoco están preparados ni dimensionados para acoger a los que deja en la isla este peligroso tráfico de personas, carencia en la que ya está trabajando el Consell.

En un contexto de auge en toda Europa de la extrema derecha y su beligerancia contra la inmigración, es precisa una labor pedagógica y de sensibilización desde las propias instituciones y los medios de comunicación con el fin de explicar el fenómeno migratorio y humanizarlo, para evitar que provoque reacciones xenófobas: cada una de las 65 personas llegadas en patera a Formentera en un mismo día, tras atravesar el Mediterráneo desde el norte de África, tiene nombre, rostro, una vida, familia, aspiraciones y sueños. Igual que cada uno de nosotros. Sólo desde el relato humano de la migración se puede contrarrestar ese imaginario maniqueo creado y alentado por la ultraderecha (que ha calado en parte de la sociedad con la ayuda de las incendiarias redes sociales) de que los inmigrantes son el enemigo y los culpables de todos los males de la sociedad. Provocar empatía, la capacidad de ponernos en el lugar de los demás, en lugar de odio, miedo y rechazo.

Deberíamos comprenderlo bien en las Pitiusas, donde tantas generaciones de jóvenes se vieron empujadas a emigrar, escapando de la pobreza, en busca de esperanza y alguna oportunidad; no hace tanto, las rutas migratorias con el norte de África eran en sentido contrario y eran nuestros antepasados los que se hacían a la mar en pequeños botes de vela para llegar a las colonias francesas norteafricanas o se enrolaban en cualquier mercante que les pudiera llevar a América. Pero para los que no quieran mirar atrás o renieguen de su propio pasado, debería bastar con observar la foto de un bombero agarrando a un niño pequeño asustado, subiendo por el acantilado de la Mola con arneses y cuerdas, para conmoverse. Esa tiene que ser la reacción de una sociedad basada en la defensa y protección de los derechos humanos como la nuestra, en la que la igualdad y la ayuda a los más vulnerables deben ser pilares fundamentales.

DIARIO DE IBIZA