Opinión
La esposa del césar
Corría el siglo I, antes de que comenzara la era cristiana, cuando se produjeron los hechos que se relatan a continuación. Desde entonces han transcurrido más de 2.000 años. El escenario, Roma; los protagonistas, Julio César, uno de los hombres más poderosos de la historia, y Pompeya, su segunda esposa. Julio César, que no hacía mucho que había regresado a la capital del imperio desde Hispania, se casó con Pompeya más por interés político y reputacional que amoroso. Cuentan que la ternura y la pasión la reservaba para una tal Servilia, que fue su amante hasta su muerte. Con su legítima, debía mostrarse más severo.
Siendo él pontífice máximo, la mayor autoridad religiosa romana, Pompeya cayó en una trampa para poner en cuestión su honradez y la fidelidad a su marido, con un enredo con un joven disfrazado de mujer como gancho. Julio César, a pesar de carecer de pruebas de la culpabilidad de su consorte, no dudó en repudiarla y se divorció de ella. Opinaba que su esposa debía estar libre de toda sospecha, que además de ser honesta debía parecerlo, y no tuvo ningún reparo en dejarla en la estacada, lo que, a decir verdad, debió resultar de lo más conveniente.
Regresemos ahora a la actualidad. Madrid, esta misma semana. Los protagonistas son ahora el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña Gómez, una pareja de mediana edad, con un matrimonio, por lo que sabemos, bastante convencional. Desconocemos la existencia de más intereses que los afectivos en su relación y tampoco nos interesan aquí las motivaciones ni las intenciones del actor principal, que al estrecharse sobre su esposa el cerco mediático y judicial, toma partido por ella y se retira a sopesar si le merece la pena exponerla y verla dañada por su causa. Enamorado o Maquiavelo, juzguen ustedes.
Lo de asumir las consecuencias que sus decisiones tienen en sus afectos, sobre su esposa, en primer lugar y muy directamente, y es de suponer, que también sobre sus hijas y el resto de su familia, tomándose el tiempo y el espacio necesarios para atenderlos y para meditar sobre cómo afrontarlas, tiene mucho que ver con eso que se llama responsabilidad afectiva.
Con los giros de guión a los que el presidente nos tiene acostumbrados desde el inicio de su carrera política es de suponer, no vamos a pecar ahora de ingenuos, que ha calculado las consecuencias y planificado su estrategia, pero el gesto, anteponiendo lo personal a lo público, lanza un mensaje rabiosamente contemporáneo y actualiza la vieja máxima sobre la esposa del César.
La desafortunada Pompeya, en lugar de ser sojuzgada por su esposo, también se hubiera merecido ser escuchada, acompañada y respaldada, porque los vínculos afectivos que establecemos con nuestros cónyuges conllevan cuidados y compromiso.
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