Opinión | Editorial

Hay que erradicar la violencia del fútbol

El último episodio de violencia vivido en un campo de fútbol pitiuso vuelve a poner de manifiesto que aún queda mucho trabajo por hacer para erradicar unos comportamientos intolerables, que en cualquier caso habría que sancionar de forma ejemplar. Como en tantas otras ocasiones lamentables, los protagonistas de la tangana son adultos (en esta ocasión, aficionados de la SD Portmany) en un partido de chicos adolescentes de solo 13 y 14 años, entre los que están sus propios hijos, a los que dan un ejemplo penoso sobre una forma de entender el deporte, de relacionarse con los demás y de canalizar la ira y la frustración; una forma basada en la agresividad y la competitividad más insana.

En este caso, los violentos aficionados profirieron insultos tan graves hacia el árbitro, un chico de 16 años, y se pusieron tan violentos que el colegiado decidió suspender el partido, dando así un ejemplo de valentía y de sentido común frente a la cobardía y crueldad de esos adultos que le imprecaban desde la grada, envalentonados al sentirse arropados por el grupo. Hay que ser mezquino e inhumano para abroncar entre varios adultos a un chaval indefenso.

El acta que escribió el árbitro explica que aficionados de la Peña Deportiva, el equipo rival, recriminaron su actitud a los alborotadores de la SD Portmany, con frases como: «¡Que es un niño, hombre!», lo que da idea de a qué extremo llegaron los violentos. Uno de ellos llegó a abalanzarse sobre un menor, aficionado de la Peña, y ambos intentaron darse puñetazos y llegaron a agarrarse de la ropa, aunque la intervención de otros espectadores impidió que se pegaran. Se creó un tumulto en el que participaron unas 40 personas, y una mujer, por si no había sido ya suficientemente demencial el comportamiento de los adultos, gritó al árbitro: «Todo esto es culpa tuya, no tienes vergüenza». El colegiado pidió la presencia de la Policía Local y la Guardia Civil para desalojar las instalaciones, pues temió por su integridad física.

Los hechos son muy graves y deben ser condenados sin paliativos, tal y como desde el primer momento hizo el propio club al que pertenecen los aficionados violentos, la SD Portmany, cuya presidenta, María José Castillo, ha sido muy clara en su repulsa hacia esas actitudes, y ha anunciado que no permitirá ningún otro altercado y que reunirá a los padres y madres de los jugadores para volver a reprobar los hechos.

El club ha sido castigado por una falta grave con 500 euros de multa y con un partido sin público, pero más allá de las sanciones es muy importante que desde los propios clubes se lance un mensaje contundente contra la violencia en el fútbol, tal y como ha hecho Castillo. Los espectadores violentos que embrutecen la práctica deportiva y la educación de los niños no caben en los campos deportivos. La reacción rotunda de la presidenta del Portmany es un ejemplo, mucho más eficaz para luchar contra la violencia en el deporte que los intentos de ocultarla para evitar la mala imagen. Esta última opción sólo sirve para normalizar los comportamientos agresivos, por lo que en absoluto contribuye a desterrarlos, que debe ser precisamente el primer objetivo de los clubes.

Es indudable que existe un problema en algunas familias de jugadores infantiles y adolescentes, que asocian el fútbol a la violencia. El delegado del Comité Técnico Arbitral de Balears, Julián Córdoba, considera que además de las sanciones a los clubes, estos deberían poder expulsar a los jugadores cuyos familiares se comporten de forma violenta durante los partidos; sin embargo, esta opción castiga de forma muy injusta a los chicos, que no tienen ninguna responsabilidad sobre el comportamiento de los adultos. La solución pasaría más bien por impedir el acceso de estos indeseables a los campos de fútbol (o de cualquier otro deporte), lo que requiere la implicación de los ayuntamientos, que son los responsables de las instalaciones deportivas. De esta forma, las sanciones no se limitarían a los clubes, y los aficionados agresivos que no cumplen unas normas mínimas de civismo y respeto sufrirían de forma directa las consecuencias de sus actos. Además, se lanzaría un mensaje muy claro y rotundo sobre lo que es tolerable en una contienda deportiva y lo que no lo es. Esta medida sería un buen ejemplo tanto para los aficionados como para los jugadores, pero debería implicar a todos los ayuntamientos y a los dos consells, para que fuera de aplicación general en las dos islas; además de a los clubes, por supuesto. Erradicar la violencia de los campos de fútbol y de otras las competiciones deportivas debe ser un objetivo común, prioritario e irrenunciable, especialmente en las categorías inferiores, donde no sólo hay que fomentar la actividad deportiva, sino también educar en valores a los más pequeños.

DIARIO DE IBIZA