Opinión | TRIBUNA

Subvencionados

En febrero se celebró la 38ª edición de los premios Goya españoles. Aclaremos: la fiesta del cine español. Hace sólo unos días, en Los Ángeles (California), se ha celebrado la 96ª edición de los Oscars. Aclaremos: la fiesta de la industria cinematográfica de Hollywood. ¡¡Cincuenta y ocho ediciones más!! Quiero pensar que no vivimos tantos años de retraso respecto a ellos, y que tal diferencia atiende a otras razones.

¿Y los premios? Pues da igual a quién se los hayan dado. A sus películas, que para eso es su fiesta y cuyo objetivo es promocionarse. Ya tienen la deferencia, desde 1956, de otorgar uno a mejor película internacional. Se los dan a sí mismos porque es una plataforma publicitaria para poder ganar dinero, que esto es un negocio y, como todo negocio, si no hay beneficios, se cierra. Al menos en Estados Unidos.

Ellos, los norteamericanos, son unos expertos en vender lo que sea. Nos venden programas de subastas, de casas de empeño, de operaciones quirúrgicas de todo tipo, de crímenes, de restauración de coches, de reformas de casas, documentales… y series y películas. Unas pocas buenas, bastantes regulares y la mayoría malas. Las distribuyen, se las compramos, y las vamos a ver al cine, cosa que no hacemos con las nuestras y eso que cada año se estrenan un buen puñado de magníficas producciones nacionales. Muchas otras, ni llegan a hacerlo. Conocemos su versión de la historia a través de sus films, e ignoramos la nuestra porque ni se explica en las aulas ni nos molestamos en abrir un libro para conocerla. Y muchos menos en realizar una película histórica, que aparte de difíciles de rodar, son costosas.

Se las apañan para, si es preciso, vendernos la nada envuelta en papel de regalo. Nosotros no somos capaces de eso. No tenemos la visión, la reputación ni el dominio del marketing que ellos tienen. Ni el idioma del imperio, aunque el nuestro sea el segundo en importancia en el mundo. Ellos saben vender lo suyo. Nosotros sabemos criticar lo nuestro y empañar galas festivas con declaraciones acusadoras fuera de contexto y lugar.

Europa en general y España en particular, somos países subvencionados. Nuestra mentalidad y economía son reacias a pagar por ver. Nos cuesta meter la mano en el bolsillo y comprar una entrada. Aunque curiosamente nos cuesta menos pagar por los espectáculos más caros que por los baratos. Se subvenciona casi toda actividad y de toda índole, porque de lo contrario, no se realizaría. Se subvenciona el deporte, la música, las fiestas, la prensa, el transporte, la agricultura, la ganadería, la pesca, las fábricas de coches, la minería en su momento… Se subvenciona hasta el fútbol profesional. Y por supuesto, el cine. Otra cosa es controlar estrictamente los parámetros para conceder una subvención y luego el cómo se gasta hasta el último céntimo concedido. También hay que tener en cuenta, para ser rigurosos y no populistas, los beneficios indirectos que generan muchas de esas actividades subvencionadas. Muchas veces a las arcas públicas vuelve con creces la cantidad invertida.

Cambiar esta mentalidad no es cosa de un día, como no lo ha sido construirla. Han hecho falta siglos. Ahora bien, inmersos en una economía capitalista, en algún momento deberíamos empezar y todo chiringuito que no sea rentable, que cierre. El primer paso, poner los sueldos a la altura del coste de una vida no subvencionada.

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