Tribuna

La deuda de los DJs

«La música electrónica es de lo más casposa y heteropatriarcal que existe en la industria musical. La gran mayoría de los djs son hombres, al igual que los dueños de los clubs, promotores de fiestas...»

Samaj Moreno

Samaj Moreno

Pongo la lavadora, preparo un Earl Grey con miel cruda y una lágrima de leche de vaca. Me siento en el patio de arquitectura estilo colonial, paredes encaladas, tejas rojas y la buganvilla de turno. Últimamente he estado viendo la serie ‘Ozark’, donde los que aparentemente están peor de la cabeza son los que realmente tienen cierto sentido común, esto pasa. Dado que la vida la pienso como un concierto. Silencio absoluto y escuchamos. Hay que estar concentrados aquí y ahora, no hay otra cosa, así que aprovecho el programa de lavado eco-friendly de cuarenta minutos para leer ‘Señalado por la muerte’, el último de la saga de I. Welsh, con el que me he ido nutriendo y cabalgando en lugares comunes desde los años noventa.

En la página 42 leo: «Habiendo un montón de DJ buenísimas a las que nadie contrataba. Las mujeres DJ, la mayor parte de las veces, tienen muy buen gusto y pinchan la música house que a mí me gusta, guay y auténtica. Pero por lo general no son tan obsesivo-compulsivas como sus colegas varones. Hablando en plata, tienen vida. Y resulta dificilísimo que, incluso las que no la tienen, lleguen a triunfar, porque se trata de una industria de lo más machista. Si no están buenas, no las toman en serio y los promotores pasan de ellas. Y si están buenas, no las toman en serio y los promotores intentan cepillárselas.»

Inevitablemente oigo mi voz interior sintetizada en un arpegio de Roland 404mk2 que dice algo así: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Nosotros encarnamos ficciones de quienes podríamos o querríamos llegar a ser para habitarnos, huyendo de la rutina, del silencio de la piel virgen y del ruido del mundo en el que se pierden las historias particulares. En idéntica significación a los estigmas de los santos, hacemos de nuestro cuerpo participación con lo trascendente al sacar nuestros anhelos, duelos y pasiones a un ángulo visible y, aunque dure un segundo, es suficiente, porque funciona para alcanzar «por un instante la eternidad».

La música electrónica es de lo más casposa y heteropatriarcal que existe en la industria musical en conjunto con la del reguetón (lo que esta lo deja bien claro). En el año 2002 trabajé en la discoteca Amnesia, donde excepto una pincha discos, Miss Kittin, que lo petaba bastante, el resto eran hombres, es decir, el 99%. Desde entonces no ha habido gran cambio. Se demuestra, por ejemplo, en el escaparate mundial de la industria de la música electrónica por antonomasia, Ibiza, donde las enormes vallas publicitarias de las carreteras de la isla puedes ver a David Guetta, Martin Garrix, Armin Van Buuren, Dimitri Vegas, Calvin Harris, Black Caffee, Marco Carola y un largo etc. Únicamente misóginos djs llenando cartel. Pero no queda ahí, si lo piensas los dueños de los clubs, los promotores de fiestas, los dueños de los sellos discográficos… exacto, son también hombres. Hay una especie de línea continua que se marcó desde el principio y que parece ilegal cruzar, o es que no sabemos interpretar más allá. Además, esto coexiste con una doble moral latente, ya que los clubes y cluberos se otorgan unos principios transgresores, modernos me atrevo a decir inclusivos. Pero sin embargo, son mujeres las que limpian los baños y hombres los que hacen de seguridad en la puerta, son mujeres las que hacen el show de baile sexy y caballeros los que pinchan la música y organizan el circo. Realmente, como transgresor e inclusivo lo único que veo es una miopía que roza la ceguera. Me despeja de esta situación el timbre de la lavadora y mientras cuelgo la ropa hay un regusto que se me antoja extraño, me siento como Nicole Kidman en ‘Los Otros’ cuando descubre el pastel, ya que soy amante de la música electrónica y de alguna manera empiezo a sospechar si en parte también soy cómplice.