Petrificado

Tengo miedo de petrificarme» aparece en el diálogo de una película, ‘Viaje hacia el desierto’, de Margarethe Von Trotta. Al oírla mi cabeza no hacia más que darle vueltas a la frase. Es un fiel reflejo de lo que a mucha gente le sucede hoy en día: viven, y todos tenemos el peligro de vivir, petrificados. Puede parecer que nos movemos por fuera, que no somos tan de piedra, pero por dentro cada vez más nos cuesta alejarnos de un inmovilismo que nos hace más duros de corazón y que nos impide mostrar nuestros sentimientos sin que esto pueda parecer un signo de debilidad.

No quiero permitirme ni el más mínimo atisbo de petrificación. No me da miedo porque es algo que no contempla mi manera de ser, pero que ciertamente es un riesgo en el que podemos caer fácilmente porque uno contempla a su alrededor muchos signos de petrificación, de resignación, de inmovilismo.

Hoy, además de estar en el centro de la celebración del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, la Iglesia celebra el domingo de la Palabra de Dios.

Dos signos que me ayudan a vivir sin miedo a petrificarme. Por una parte, rezar por la unidad de los cristianos, algo impensable hace unos años y que hoy en día es una realidad. Poder rezar juntos hermanos que creemos en el mismo Cristo y que hasta no hace mucho era impensable, podernos reunir y unir para rezar juntos. Signos de movimiento, de encuentro, de que no todo está perdido. Seguir por la vía del diálogo nos hace a todos más tolerables y abiertos al encuentro con el otro.

Por otra parte, el domingo de la Palabra de Dios, porque toda la fuerza que se necesita para no tener miedo a petrificarnos la podemos encontrar en los Evangelios. La Palabra de Dios nos invita a salir de nosotros mismos, a estar en continuo movimiento, como la vida misma. A romper con todo inmovilismo que es incapaz de dar una respuesta a los problemas que se van creando a lo largo de la historia y de la vida de cada uno. Cada problema, cada situación, es una posibilidad de cambio, de crecer, de encontrarme con el otro. Si ante cada situación adversa de nuestras vidas nos derrumbamos y no somos capaces de descubrir un reto para mejorar, posiblemente acabemos petrificándonos.

Cada día, vivirlo como una oportunidad de crecer, aunque sea entre piedras, entre zarzas, pero siempre buscando la luz.