Semilla negra

Bajando las escaleras de la sede de la UIB el pasado sábado, tras el concierto de Santiago Auserón en el ciclo Nits de Tànit, iba escuchando la conversación de un grupo que iba delante de mí. La primera parte les había aburrido bastante y decían que si no hubiera sido por la aparición de Norberto Rodríguez hubiera sido todo muy plano. Al día siguiente, comentándolo con una amiga, apuntaba exactamente lo contrario, que la primera parte, casi en modo cuentacuentos, le había parecido excelsa, pero que la segunda, más cubana, no le había aportado más. Cuando leo las crónicas de un concierto al que he ido muchas veces creo que el cronista y yo no hemos ido al mismo concierto. Y cuando soy yo el que las escribe estoy seguro de que habrá algún lector que piense que no me he enterado de nada. Los conciertos, la música, el arte en general... tienen la virtud de ser diferentes al pasar por el tamiz del espectador. Porque todos vamos a un espectáculo con nuestros gustos, nuestras expectativas y, sobre todo, con nuestra memoria. Al de Auserón iba yo con el recuerdo, entre otros, de esas tardes eternas en los billares del Maki a mediados de los 80, jugando al futbolín mientras pinchábamos una y otra vez ‘Semilla negra’ en el comediscos. ‘Ese beso entregado al aire...’.

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