Tribuna

Mi pergamino

Samaj Moreno

Samaj Moreno

Una de las grandes virtudes de la humanidad es la generosidad casi a modo de vientre materno. Claro que hay una generosidad subjetiva que fácilmente se puede perder, pero también la hay universal y esa casi siempre gana. Se demuestra en multitud de aspectos; por ejemplo, cuando viajas y encuentras ese gesto amable, ahí el lugar ya nos tiene; cuando conocemos un pueblo que brinda hospitalidad, o una conductora de autobús que nos ayuda a encontrar nuestra parada, el chico del súper que te guía por las avenidas de alimentos y detergentes o el mecánico que te dedica ese ratito con ganas de arreglar tu vehículo sin cobrarte un duro. Hay un par de docenas de formas de sentir y hacer sentir esa actitud generosa.

Siempre en aras de formular esa sustancia que cuaja mejor cuando existe un sentimiento de comunidad. Algo que sinceramente en el presente continuo es una praxis demasiado remota, a veces hasta el punto de irreconocible, he ahí el totalitarismo. Y esto normalmente degenera en una neurótica respuesta constante de quejumbrismo del ‘Yo’ insostenible o peor soportable. Que, además, es condenado a esa disrupción constatada de buscar autoayuda terapéutica, en vez de dedicar ayuda al prójimo y así de manera recíproca sentir que es parte de algo y no que está apartado del todo.

Si se comprende esta Physis, ese ritmo algo más natural y humanista, se puede comulgar con esa idea de lo que se nos ilustra como auténtico y así demostrar que hay espacio para todxs. Sí, lo sé, parecen disciplinas beatas a ojos del descarnado costumbrismo ‘cínico’, flotador salvavidas de los nihilistas compungidos. Pero lo cierto es que su sinrazón de existencia apocalíptica, distópica y carente de sentido, se hidrata de la misma materia en el trasfondo del tocador, aunque finjan lo contrario. La idea romántica de una verdad más pura que los ilustra desde Goethe a Jim Morrison, desde Arthur Schopenhauer o las mismas tragedias isabelinas o incluso el budismo tibetano lleno de síntomas de sufrimiento y abolición del deseo. Todo son pistas claras de que van enchufados al mismo hálito de esperanza; un mundo más generoso y dedicado no solo al ‘Yoísmo’ ilustrado, sino al conjunto como forma. De esto ya se ha hablado varias veces, un tal Hermes Trismegisto en su neuma Kybalión lo profetiza cual semblante anacrónico que sigue igual de patente. También siglos después aquel niño hijo de carpintero repitió el discurso y tuvo mucho bombo, y de hecho Allen Ginsberg en su ‘Aullido’ recitó unas instrucciones de uso al respecto que puestas en práctica se procuraron las revueltas de mayo del 68 y que a muchos inspiraron y Joe Biden bueno Joe Biden pelea los tipos de interés fijo, suponemos pensado en… bueno, en fin, así van las cosas.

Lo que sí que es cierto, es que es un despropósito atender a un acontecimiento que puede perjudicar la esencia y aun sabiéndolo mirar para otro lado.

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