Tribuna

Bodrio

Óscar Figueruelo

Óscar Figueruelo

Todavía quedan en la televisión clásica algunos programas de los que entretienen y enseñan cosas sin necesidad de ser chabacanos o groseros; sin necesidad de que la presentadora, colaboradora o azafata vaya a medias de vestir; sin necesidad de airear los trapos sucios de famosos o contar sus vidas; sin pretensión de hacerle cambiar de opinión a nadie o de sentarte predispuesto a que te hagan tomar partido por una u otra postura. Todavía queda alguno de aquellos que se publicitaba con el eslogan de ser para una inmensa minoría. Minoría cada vez más minoritaria, no nos engañemos. Programas que interesan poco a pesar de estar llenos de interés. Programas que se ven arrinconados por los otros que sí captan la atención del espectador, a pesar de carecer de dicho interés.

Pues hace unos días, en uno de esos programas, explicaron el otro significado de la palabra «bodrio», y que yo no sabía. Esta palabra la he usado infinidad de veces, pero siempre con la acepción de cosa de muy mala calidad, mal hecha, de mal gusto o aburrida. Por ejemplo, alguno de los programas a los que me refería en las primeras líneas, o a alguna de las múltiples películas soporíferas que nos llegan desde la meca del cine. Lo que no sabía es que también significa guiso mal aderezado. Y lo que no tiene desperdicio, es al tipo de guiso al que se referían siglos atrás al llamarlo bodrio: caldo con algunas sobras de sopa, mendrugos, verduras y legumbres, que de ordinario se daba a los pobres en las porterías de algunos conventos. ¡Casi nada!

No conviene olvidar que el lenguaje está al servicio de la sociedad, cambiando y evolucionando con ella, formando parte inseparable y desempeñando una labor intangible en su desarrollo. Es por eso, que conviene conocer el significado de expresiones y palabras para poder saber cómo vivíamos, pensábamos o sentíamos en un determinado momento. El lenguaje evoluciona al firme paso de la transformación social, y a nosotros la segunda acepción de la palabra bodrio no nos ha llegado, cosa que es de agradecer, pues ello significa que se ha dejado de dar semejante caldo a los menesterosos o pobres de solemnidad a la puerta de los conventos; desaparecidos casi estos también. Lo que no han desaparecido han sido los pobres y necesitados.

Por otra parte, nada que reprochar a quien no sobrándole nada, aun así da al necesitado. Eso se llama caridad humana: no dejar morir de inanición a ancianos, enfermos o incapacitados. Sabido es que de bien nacido es ser agradecido, o al menos antes se sabía y aplicaba. Ahora bien, es más que probable que quien recibiera la caridad fueran personas que realmente la necesitaran y que no pudiendo trabajar, dependían de ella. Todos los demás, a ganarse el pan con el sudor de su frente y los callos de sus manos. Sería de ingenuos pensar que se diera alegremente parte de aquello que con tanto esfuerzo habían obtenido a gente que no se lo merecía. Eso ya pasaba cuando la Iglesia se cobraba su diezmo, la Corona sus impuestos y la nobleza sus rentas. Hoy, nadando en la abundancia, hay para todos en mayor o menor medida. Y a quien no tiene dinero, se le proporciona para que compre lo que necesite. No obstante, está comenzando a dar la impresión de que le va igual de bien, o de mal, a quien trabaja y se esfuerza que al que vive de la sopa boba. Y eso puede resultar muy peligroso.

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