Opinión | TRIBUNA

Los músicos que no amaban la música

Vivimos un mundo abundante y de amplia accesibilidad. La distancia que nos separa de la información está a un solo clic. El mundo, global como lo hemos diseñado, ya no conoce distancias, fronteras (siempre que nos hallemos en el ámbito del cómodo norte) ni identidad. La libertad, ciertamente, tiene su precio y la pérdida de autenticidad y de exclusividad se ha ido escapando por el desagüe de la hiperconectividad. Pero no todo es malo o -al menos- tan malo siempre que miremos la realidad con ojos confiados en una regeneración, acaso revolución, por parte de quienes se resisten a ser domesticados.

Si hay un elemento globalizado por excelencia es la música. Desde hace décadas, la música de máximo consumo es la denominada de impacto mediático, fundamentalmente del ámbito anglosajón. Aun teniendo la oportunidad, justamente por la accesibilidad cuasi sin límite de explorar nuevas músicas, ritmos insólitos, líneas melódicas que desafíen los límites del placer auditivo, seguimos alimentándonos por músicas cada vez más básicas.

En el ámbito de la música de evolución clásica, sigue existiendo un alejamiento que se agranda cada vez más entre el sinfonismo (por utilizar un término genérico al referirnos a la música clásica) y el público. Según los últimos análisis de datos, se observa que la media de edad de las personas que acuden con frecuencia a salas de conciertos supera los 60 años. Esto solo puede indicar una inquietante conclusión: en diez o quince años no habrá público para este estilo de música.

La información, como se dice, es poder. No utilizarla por el bien común, necedad. La realidad supera toda expectativa de comprensión acerca de cómo abordar los retos que en el sector musical se nos presentan día tras día. La cuestión no es si aquí, en Ibiza, nuestro público va a ser más escaso durante los próximos años sino qué vamos a hacer para convocar nuevo público toda vez que, hasta ahora, no hemos sido capaces de fidelizarlo.

Hay una cuestión capital a la hora de analizar y de tratar de obtener una respuesta congruente y no es otra que la triste constatación de no ver a músicos que frecuenten los espacios musicales. Bajo este prisma, a priori, parece que el futuro se presenta ciertamente oscuro. La buena noticia es que -paradójicamente- hay más ciudadanos y ciudadanas que no son músicos que aman la música que entre los propios músicos. Esta afirmación, admito, tiene de empírica la observación del entorno con lo que asumo toda escasez y rigor científico en mi exposición. No obstante, explico mi tesis de un modo pseudológico. Si los músicos no van a los conciertos solo puede ser por una razón: la música, no les interesa.

Solo en el ámbito de la música podemos observar una conducta autodestructiva del propio hábitat. No apelaré nuevamente al paupérrimo control y gestión emocional de los miedos y envidias que nublan nuestro gremio en Ibiza como nunca he visto en otros lugares pero sí, acaso, una observación sobre las causas, efectos y -si lo consigo- soluciones al problema. Aunque el desconocimiento engendra temor a quienes navegan por el pensamiento low cost, hay un hecho que constata la necesidad de cambiar el paradigma, de revolución -volviendo al término tan denostado como necesario-.

Existe un ente musical de proximidad muy arraigado en el Mediterráneo como es el mundo coral. El coro es el instrumento de consumo masivo. Cada población, cada parroquia, cada barrio también en nuestra isla cuenta con un coro ya sea este socio-parroquial, académico o amateur. El elemento coral supone un hecho vertebrador de espacios comunes. No obstante, no debe ser excusa para una exhibición escasa y falseada de la realidad musical como de hecho sucede.

Ibiza es el triste ejemplo. Un mundo coral pauperizado y, desde el punto de vista de la interpretación musical, zafio por la -en el mejor de los casos- escasa preparación de sus directores y directoras. Del mismo modo que, por poner un ejemplo, un profesor de violín no impartiría clases de trompeta, quien se dedica a la música (más directa o tangencialmente) no es per se apto para dirigir un orgánico coral.

En este punto conviene detenerse para constatar que el alejamiento (o falta de aproximación) del público de Ibiza hacia la música de evolución clásica viene dado porque su contacto de proximidad es, precisamente, el mundo coral y lo que este ofrece dista mucho de una experiencia estética satisfactoria. ¿Qué tienen estos directores y directoras contra la música? ¿Y contra el público? ¿Por qué son tan ajenos a la belleza del sonido? ¿No tienen oídos?

Hace cincuenta, sesenta años, se entendería un aislamiento de los contornos sonoros del coro como instrumento. Hoy en día ni siquiera hace falta viajar para saber que el listón de mínimos para un resultado bello del canto compartido está mucho más alto de lo que aquí se exhibe. Sin justificar la osadía de los coros de iniciativa privada, es en los coros de las instituciones públicas así como los de las parroquias donde se debería poner coto, condiciones y exigencia. Tener, incluso, no solo la obligación moral sino económica (de nuestros impuestos hablamos) de impedir tales atropellos y potenciar nuevas dinámicas para que el público, feligreses y simpatizantes, disfruten en Ibiza como pueden hacerlo ciudadanos y ciudadanas de otros lares.

La solución reside en la formación. También en la exigencia contractual. Ofrecer salarios que conlleven una verdadera responsabilidad. Un director mal pagado o que realice su tarea gratis et amore, solo puede llevar a resultados musicales nefastos. ¿Acaso los directores y directoras no escuchan otros coros a través de las diferentes plataformas de comunicación, otras realidades en pos de la mejora propia y de los coros que dirigen? Las respuestas asustan y la posibilidad de un mundo musical de proximidad donde la belleza ha sido sesgada solo contribuye a una sociedad ibicenca a la que se le priva de su derecho a una aproximación emocionante de la música.

Sin duda, se trata de músicos que no aman la música. En palabras más claras de la poeta Elvira Sastre, «la vida es para quien se conforma. La poesía [la música] para quien sueña y desea…»

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