Diario de Ibiza

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Juan Ballesteros

El sol y la belleza

Hace miles de años que filósofos, místicos y cualquier ser pensante del planeta lo dice: el desarrollo emocional y la madurez sensitiva del ser humano se forja en la fragua del arte. Ibiza tiene bien cubierto el ocio. Es por lo que somos conocidos en el mundo entero. Sin embargo, la cultura y el arte es todavía una asignatura pendiente y de difícil aprobado año tras año.

Ibiza vive hacia afuera, con el visor hacia donde viene el beneficio. Se entiende. Pero hacia adentro toca esperar como crisálidas a que pase el húmedo invierno a la espera de volver a rentabilizar el sol, único patrimonio que sin mérito alguno hemos heredado.

Quienes nos visitan bien cubierta su cuota de cultura en sus países de origen y es aquí donde despliegan su liberador ocio. No necesitan nada más. Pero los que estamos en la isla todo el año mereceríamos tener un acceso a la cultura para no embrutecernos como sociedad. Una actitud reflexiva hacia el arte y la cultura nos permite desarrollar nuevas capas de pensamiento para alejarnos de la vulgaridad, el sesgo y el juicio subjetivo y, sobre todo, para ser seres pensantes en libertad sin un condicionamiento endogámico. Para tener, en definitiva, una oportunidad de catarsis y tener alguna opción más allá de ser combustible de turistas.

No soy ingenuo y no pretendo defender una idea Ibiza que venda cultura. Al margen de los pocos artistas de calidad que nos visitan y de efímeras iniciativas privadas locales, no hay lugar para la cultura, mucho menos para la música. Una sociedad sin acceso a Beethoven, Mahler, Bruckner, Tchaikovsky, Schoenberg, Boulez … es pobre, escasa, temerosa y oscura. No es que en otros lares el hecho de poder acudir a un gran concierto convierta a sus ciudadanos en super hombres y super mujeres, pero sin duda se alejan un poco más del animalismo ramplón en el que la sociedad se está convirtiendo.

La belleza es un derecho de la humanidad, es un legado educativo para nuestros hijos. La música institucional en Ibiza es disuasoria puesto que se muestra de una manera sesgada e insuficiente muy alejada de un canon interpretativo que acerque y convide a la eclosión emocional de los sentidos.

El sinfonismo en Ibiza es nulo y los pocos conatos que nos ofrecen las agrupaciones institucionales que no son otras que las que tienen la obligación -puesto que de nuestros impuestos se nutren- a ofrecernos lo mejor, solo muestran la cara de la mediocridad. Y no porque los músicos que las forman no sean capaces. Lo son y algunos, mucho. La cuestión está en quién gestiona, quien lidera y quien decide. Las instituciones vetan iniciativas viables, niegan las realidades musicales aplicando un sesgo político e ideológico y, al final, todos pierden. Porque se nutren de la incultura y de la subyacente visceralidad de sus votantes.

Ibiza ha vivido históricamente amenazada por su condición de isla con un perímetro reducido de costas asediadas por siglos por piratas de toda índole. Ese miedo ancestral se ha quedado en letargo en el subconsciente colectivo. De hecho, es extensivo a los que aún viviendo, fomentando y mejorando en la manera que nos dejan la calidad artística de Ibiza, somos también considerados piratas temibles. Tienen más suerte los europeos que, quizás por su aspecto nórdico, son identificados por los isleños como el arquetipo de aquellos ancestrales piratas y, por tanto, los toleran bajo un embrujo ora por la admiración ora por el temor. En cualquier caso, la decisión corresponde a los que se dicen dueños inequívocos de la isla y a los que de manera persistente y cansina nos recuerdan a los peninsulares que no somos de aquí. Se olvidan que también amamos la isla y que por ello deseamos lo mejor para este maravilloso rincón del mediterráneo.

Sin belleza no habrá asunción y, por tanto, seguiremos en este vórtice que nos proyecta a ninguna parte consolados solamente por la áspera mano de la ignorancia.

Más Mahler y menos miedos.

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