Opinión

El inevitable cambio de modelo turístico

Leo con preocupación en Diario de Ibiza que los glaciares de Groenlandia se están derritiendo cien veces más rápido de lo que los científicos estimaban y que en el ártico las temperaturas se han incrementado hasta cuatro veces más que en el resto del mundo, por la elevada temperatura del mar y el propio deshielo del permafrost.

Veo también las imágenes de la Copa de Nadal de natación, disputada el domingo en Sant Antoni, en la que medio centenar de nadadores, algunos de ellos disfrazados, se arrojaron al mar. Hace pocos años, zambullirse durante la Navidad, incluidos los holandeses que disfrutan del primer chapuzón del año en ses Salines, parecía una proeza vikinga. Hoy, con estas temperaturas primaverales y el agua marina a 17 grados, cuando debería de estar entre 12 y 15, podemos definirlo como un simple baño fresquito. También sorprende ver a la gente paseando estos días en manga corta, mientras los abrigos gruesos acumulan polvo en los armarios.

Los negacionistas del cambio climático, que por increíble que parezca abundan y hasta forman partidos políticos de relativo éxito, dicen que estas anomalías son fruto de la casualidad; algo que sucede de forma periódica y que nada tiene que ver con un fenómeno global, generado por la contaminación y la emisión de gases de efecto invernadero. La inmensa mayoría de los científicos serios, sin embargo, aseguran que el cambio climático ya no tardará 20 ó 30 años, como estaba previsto, sino que lo tenemos encima y que estos inviernos primaverales y veranos asfixiantes son parte de la ecuación, al igual que las lluvias torrenciales, las oleadas de incendios, la desertificación acelerada y las nevadas siberianas.

El pasado 13 de diciembre, el Departamento de Energía de Estados Unidos informó de un descubrimiento extraordinario, con potencial para solucionar la necesidad energética del mundo de forma limpia. Por fin, un laboratorio ha logrado crear energía mediante fusión nuclear, obteniendo una cantidad mayor que la invertida en el proceso (120%). Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer y las predicciones más halagüeñas establecen un mínimo de diez años hasta que dicha energía pueda producirse mejorando su rendimiento y en grandes cantidades, y así distribuirse a través de la red eléctrica.

En Ibiza, aún no nos hemos planteado que el calor agobiante que vivimos el pasado verano, insoportable durante semanas, pueda ser fruto del cambio climático y no un suceso anecdótico. El calor, de hecho, no ha afectado a las cifras de la temporada turística, que ha recuperado los niveles anteriores a la pandemia. Sin embargo, cabe plantearse muy seriamente qué ocurrirá el día en que los turistas sepan de antemano que, si vienen a Ibiza en verano, tendrán que soportar temperaturas cercanas a los cuarenta grados. ¿Acudirán igualmente?

Lo que nos dice el sentido común es que, en vacaciones, nadie quiere sufrir. Lo más probable es que se produzca un movimiento globalizado de turismo hacia el norte de Europa, sustituyendo el sol y playa del Mediterráneo por Normandía, el Cantábrico, la costa británica, etcétera. Es una descripción realista, si nos atenemos a las predicciones científicas y a las estadísticas del clima. Con esta progresión, en diez años, o incluso antes, los turistas del mundo sabrán con seguridad que venir a Ibiza en julio y agosto será una experiencia sofocante y poco recomendable, de la misma forma que ocurrirá en la mitad sur del país. Lo que veíamos como algo lejano, va a tener que afrontarlo esta misma generación; no la de nuestros hijos.

Mientras el mundo adquiere esta deriva, en la isla seguimos exactamente la contraria. Estamos habituados a una forma de vida bipolar, que consiste en trabajar cinco o seis meses a destajo y parar máquinas el resto del año. Se habla de desestacionalización desde hace décadas, hasta el extremo de que el término ya cansa, pero, a pesar de todas las actividades que se organizan para evitarla, seguimos más o menos como estábamos; con una industria orientada a la misma estacionalidad, incluidos la práctica totalidad de negocios nuevos que van abriendo en la isla, desde hoteles de lujo a restaurantes.

Si la ciencia y nuestra propia experiencia de estos últimos veranos nos dicen que en un futuro cercano Ibiza probablemente caiga en picado como destino turístico de verano, deberíamos ir preparándonos para el cambio. Ponerse a trabajar toda la industria, las administraciones y los colectivos sociales para ir abriendo la isla el resto de estaciones y que los mercados emisores se acostumbren a la nueva situación, aunque implique costes y sacrificios. La isla no tiene otro remedio que abrir todo el año para adaptarse a este reto climático, turístico y social. Sin embargo, nadie habla de esta cuestión en los foros del sector. Seguir actuando como negacionistas parece una temeridad.

@xescuprats

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